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POR: GRACE PATRICIA GALLEGO SUAREZ
Con alguna frecuencia, suelo pasar por la esquina de la sexta con décima, “Calle de la Lomita”, donde queda la casa que aún conserva el sabor de la nostalgia…
Un hombre de baja estatura, tez blanca, con surcos profundos en el rostro, huellas del tiempo que labraron su experiencia, parado en la puerta, suele en las mañanas tomar el sol, parece dar gracias a la vida por cada nuevo día.
La existencia de la ciudad ha transcurrido por sus ojos y ha guardado lo bueno porque de lo malo, la memoria se encargó de borrarlo, ríe como ríen los niños, entre travieso e inocente, buscando en sus recuerdos los hechos y momentos importantes que construyeron su vida, a punta de cincel.
Inició labores terminando la escuela primaria, después de educarse con los Hermanos Maristas del Colegio el Carmen para Varones, fue…, sin proponérselo, la profesión de su padre y abuelo, el oficio que lo convertiría en un referente de la carpintería en el sur occidente colombiano y otras latitudes.
A los 12 años de edad, el pequeño aprendiz del maestro Miguel Durán, su padre, se estrenó para formarse en el torno de hacer las cosas bien, con honestidad, con amor y compromiso, pues su maestro era catalogado uno de los carpinteros más finos de la ciudad. A tal punto, que su taller funcionaba en las instalaciones del entonces batallón Junín.
Al fallecer su maestro y padre, conforma con sus hermanos el que se conoció como el “taller de los hermanos Durán”, y, que funcionó por mucho tiempo en la esquina de la calle quinta con octava, donde queda hoy, el Hotel la Plazuela, dirigido y comandado por Luis Carlos Durán Sarria, donde se moldeó para pulir y esculpir el nuevo orden de las andas e imágenes de la tradición más grande y antigua de Popayán, la Semana Santa.
En compañía del gran arquitecto y apasionado de la Semana Mayor, Luis Eduardo Ayerbe, le introdujo como dice él, “arquitectura a las andas”, hizo planos, le puso nombres, medidas, alturas, dimensiones, y proporciones, las dibujaba a escala para que el maestro Durán, pudiera interpretar lo que quería, esta relación fue tal, que el maestro respetó siempre los cambios introducidos a la andas, sin cambiar el más mínimo detalle, maestro y arquitecto complementados en el genio, efectuando una total transformación en los pasos de las procesiones.
El “taller de los hermanos Durán”, se traslada a la Junta Pro Semana Santa, dándole forma a las reformas, de manera artesanal, todo hecho a mano, trabajó por más de 50 años, el maestro, sus hermanos y el arquitecto Ayerbe innovaron el sistema constructivo de las andas, para hacerlas más duraderas, fáciles de transportar en sistema de ensamble, pues las andas anteriores tenían sistemas de argollas y eran amarradas con rejos, tapados con ramas de ensueño para que no se vieran, él las aseguró con tornillos, las hizo en cedro y chanul, maderas nobles y durables, inmunizadas desde el corte.
Este es el gran aporte de los Durán y el arquitecto Ayerbe, a la más entrañable tradición payanesa, aportes, que les permitirán vivir por siempre en los anales de la historia de la ciudad.
El Maestro Durán, fue síndico del paso de Jesús Resucitado, la procesión blanca del sábado, de las más bellas que se pueden apreciar, Alcayata de Oro por supuesto, de cuyo acontecimiento los diarios locales han escrito páginas enteras como registro de una vida sobresaliente.
El maestro Durán dejó huellas imborrables a su paso, maestro de artes y oficios de la Escuela Toribio Maya; Escuela de artes y oficios de la Universidad del Cauca, en la Escuela Industrial, para las artes menores, se jubiló en los talleres de Obras Públicas de la Gobernación del Cauca, le quedó tiempo para introducirle música a su espíritu al pie de personajes como ‘pataeguaba’, conformó un grupo de música dirigido por el profesor Próspero Orozco, a quien recuerda con especial cariño porque le enseñó pedagogía, tocó el tiple para templar el alma.
Se relacionó con todos los personajes de la época, el Pintor Martínez, el poeta Valencia, y el presidente Valencia, quien lo llevó en avión privado a Bogotá, para que conjuntamente con el escultor José Asencio Lamié, construyeran un monumento en la plaza de toros de la Santa María, proyecto que se esbozó, pero no se hizo por falta de presupuesto. Igualmente pasó por su taller, el escultor Montes de Oca, atraído por la calidad del trabajo del maestro Durán.
No terminaría esta crónica porque son innumerables las anécdotas y recuerdos de este hombre genial, que no quiso que sus hijos fueran carpinteros como él, porque un jornal no sirve ahora para vivir, los hizo profesionales a los siete, para que emprendieran nuevos horizontes. Se siente satisfecho de su labor. Me queda el recuerdo del orgullo que su hijo Carlos, su memoria auxiliar, siente del gran hombre que le dio la vida. Próximo a cumplir cien años, el maestro es una leyenda viva.
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