Lucas

SILVIO E. AVENDAÑO C.

Lucas salió en la mañana del sábado batiendo la cola como cotidianamente lo hacía en busca del árbol. Y no volvió. En la tarde del domingo se fijaron en los postes del alumbrado público los avisos, con una foto del perro extraviado y el número del celular, por si alguien conocía la suerte del can. En la mañana del lunes se supo por una llamada que se encontraba secuestrado. Fue una sorpresa para los dueños. No se podían imaginar que a Lucas le sucediera lo que acontece a los humanos. Solo que cuando se secuestra a un hombre o a una mujer se procede, con temor, avisar al cuerpo antisecuestro. Pero tratándose de un can no hay a quien quejarse. Sin saber que hacer los dueños esperaron desconcertados una nueva llamada de los secuestradores.

En las horas de la tarde del lunes una segunda llamada puso las condiciones para la entrega. Una gruesa cantidad de dinero que hizo pensar a los dolientes que el perro, al cual se habían encariñado, no era ni Milou, el gozque de Tin Tin, tampoco el perro era un galán de la televisión, para que pidieran tanto. Además, una voz categórica advirtió que si no entregaban el rescate no volverían a ver el animal. El martes, a eso de las nueve de la mañana, una vez más timbró el celular: “Sí no pagan lo convenido le pegamos un tiro al canchoso”. Pero ellos no habían hecho ningún acuerdo. El miércoles las conversaciones se rompieron hasta la tarde, cuando se escuchó por el teléfono, la amenaza de convertir el perro en salchichas. Entonces la abuela lloró dado que Lucas era su única compañía, porque a lo largo del día la casa permanecía sola, pues la hija salía al trabajo y el nieto a la universidad. El jueves las conversaciones llevaron a que se discutiera la cantidad de dinero, que había que pagar por el rescate del animal sano y vivo. Pero advirtieron que si en la noche no se decidían a pagar el rescate, al día siguiente –el viernes- sería vendido en el mercado. Allí lo comprarían los campesinos, para darle una mejor vida como guardián en una finca. Pero la suma que pedían era muy alta, y los dueños no tenían el dinero para pagar el rescate. Además, se advirtió que si no estaban dispuestos a recuperar el perro pasarían y quebrarían los vidrios de la casa. El día viernes Alejo fue a la plaza de mercado. Observó ovejas, perros, gallinas, patos, bimbos y cerdos, ofrecidos al mejor postor, pero Lucas brillaba por su ausencia. Fue hasta el día sábado que los raptores aceptaron una módica suma por el can. Por fin, a la salida de la ciudad, en un lugar colindante con la casa de las fufurufas, que se encontró el perro. Pero hubo que llevarlo en un vehículo porque el perro no tenía el aliento para permanecer en sus cuatro patas. Al volver al hogar el can lucía flaco, mugriento, tembloroso, pulgoso y, parecía que lo hubiesen drogado. Cuando Lucas llegó a la casa, en las horas de la noche, conducido por Guille, llevaba el rabo entre las piernas y… muerto de la sed. Lucas se bebió un cubo de agua con estrellas y luna porque el cielo nocturno estaba limpio de nubes.