HAROLD MOSQUERA RIVAS
Desde los tiempos de la Operación Cóndor en el Cono Sur de nuestro continente, no teníamos noticias de seres humanos vivos, lanzados desde una aeronave en vuelo.
El vídeo de un avión de los Estados Unidos despegando del aeropuerto de Kabul, lleno de pasajeros en su interior y con un grupo mayor por fuera intentando de manera desesperada e infructuosa, subirse a la aeronave o colgarse de cualquiera de sus partes para salir de Afganistán, ante la toma del poder por parte del ejercito Talibán, produce en la mente un escozor difícil de superar.
Cualquier persona que sepa lo más mínimo de aeronavegación, sabe que quienes se cuelguen en el exterior del avión, no llegarán vivos a su destino, sin embargo, como quien espera un milagro, cientos de personas intentan alcanzar lo imposible.
Al tiempo que el mundo se asombra, luego de 20 años de incursión norteamericana infructuosa en Afganistán, en Haití, como si no fuera suficiente con el magnicidio que ha producido el éxodo de centenares de habitantes de la isla caribeña, un terremoto acabó con la vida de miles de los ciudadanos más pobres del mundo, por lo que debemos esperar un incremento de migrantes haitianos por Colombia, en tránsito hacia los Estados Unidos.
Como si todo lo anterior fuera poco, en Francia se ha enloquecido la gente con la llegada de Leonel Messi al París Saint German. En 7 minutos se vendieron 150.000 camisetas de Messi y en pocas horas ya superaban el millón. El astro argentino no ha jugado ni un minuto con su nuevo equipo y ya ha producido más dinero del que un trabajador de salario mínimo devenga en toda su vida laboral. Todo esto en tiempos de la pandemia del Covid-19 y a menos de un año de tener nuevo inquilino en la Casa de Nariño.
Difícil explicar a los niños, todas estas noticias que en unos pocos minutos se suceden en los medios de comunicación nacionales y que les generan interrogantes complicados de resolver.
Esas personas cayendo del avión, al igual que los migrantes haitianos, los fanáticos franceses y las víctimas de la pandemia, tienen en común su condición de víctimas de las locuras a las que ha llegado nuestra humanidad.
Cómo recuperar la sensatez, cómo cambiar esta triste realidad en la que, la desesperanza como el viento, camina por el planeta sin que nadie se atreva a detenerla y sepultarla. El solo hecho de ser sobrevivientes y poder contar el cuento, así como contamos los muertos y podemos volver a darnos un abrazo con quienes a fuerza de fe creemos en la efectividad de las vacunas, debe servirnos de base para seguir adelante.
Honremos la memoria de todos los que en contra de su voluntad se fueron. Me encantaría volver al Claustro de Santo Domingo, sentarme de nuevo en una banca del Parque Caldas a conversar con un pensionado o un lustrabotas, volver a tomarme una cerveza con Silvio Castrillón en la Iguana para escuchar a Héctor Lavoe diciendo que: “pronto llegará el día de tu suerte”.