Una cita de poetas mujeres llenó de fiesta el espacio urbano de Garzón, Huila, en primeros días de noviembre. Muy destacadas las poetas. Yo no soy poeta, aunque hablo de árboles florecidos, de sombra y frescura en el paisaje de la ciudad.
Viajamos invitadas cuatro mujeres que escribimos en el Cauca; también de Cali, Neiva y Bogotá llegaron escritores; hubo poesía en todos lados: en el parque, en el centro cultural, en el centro comercial, en colegios, poesía en el desayuno, almuerzo y cena, con o sin cerveza, eróticos, ecológicos, amorosos, encantados o piadosos.
Este encuentro lo inventó el abogado Amadeo González Triviño, con motivo del tercer aniversario del Centro Cultural Cuatro Tablas. Él lo organiza y financia; promueve además la publicación de libros de escritores de la región, desde hace 30 años, todo con la ausencia total de la Secretaría de Cultura. Amadeo es columnista de opinión en el Diario del Huila; es poeta, y su pluma lúcida se plasma en siete libros publicados.
Amadeo y Aminta, su esposa, extienden generosidad infinita a los invitados. La familia completa, sobrinos, trabajadores, pájaros, jardín y piedras antiguas, se vuelcan al visitante. Amadeo vive como entre un museo con la mayor colección de esculturas del caqueteño, Emiro Garzón. Nos llevó al taller, en la población colonial La Jagua, de calles empedradas y papayos en los andenes, de casas embrujadas dicen, aunque solo vimos por allí en lugar de brujas, mujeres hermosas y sabias, que mantienen encantado a Emiro, el escultor.
Quienes viajamos del Cauca, Hilda Pardo, Ana María Fankhasuser, su hija Maya, y yo, continuamos el viaje hacia el desierto de la Tatacoa, a 37 kilómetros de Neiva, que antes fuera un bosque seco tropical que poco a poco desaparece, devorado por el desierto. La gente que habita allí con sus cabras y sus vacas, es gruesa, alta y colorada, amable y con olores de guiso de campo alegran la hora de comer.
Ese Parque Nacional Natural descubre la belleza en las piedras, en la arena, en los cauces sin agua, hay gozo con el viento diurno, aunque furioso en la noche no deja dormir amenazando tormenta con relámpagos cercanos. Las lluvias frenéticas no esperaron, abrí una ventana para ver el desierto mojado, pero burlón se escondió en el espeso gris de lluvia, lluvia que vino siete meses después de sequía. En media hora todo fue calma, y el sueño llegó.
Al día siguiente en caminatas sudorosas vimos esculturas de arenas rojizas y grises, dunas formadas por el vuelo de la arena, creando efigies formidables. El paisaje lo completa los cactus florecidos y de espinas enormes, similares a los de las islas Galápagos. ¿Qué hubiera pensado Charles Darwin, sobre el enigma de este raro desierto?
El regreso, un largo viaje por las trochas que aún sufren las áreas rurales en Cauca y Huila, es injusto. Así que volví por avión de Neiva a Cali. Desde la altura observé que en el norte del departamento del Huila y en el sur del Tolima, crece como mancha el desierto montañoso. Mi emoción por La Tatacoa fue diluyéndose lentamente, al imaginar que en cien años el abrazo del desierto sobre este país, lo cubrirá. Casualmente viajaba a mi lado el senador Iván Cepeda que al escuchar esto, dijo: ¡tal vez sea en menos tiempo!
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