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MARCEL LHERMITTE
Consultor en comunicación política
En los últimos días se reflotó en las redes sociales, y se volvió viral, una fotografía del año 2013 que, como afirma el dicho popular, valía más que mil palabras. Se trataba del actual presidente argentino Mauricio Macri sentado, en el centro de la imagen y flanqueado por su equipo. El mandatario estaba cabizbajo, con aires de depresión y quienes lo rodeaban miraban literalmente para el costado.
No se puede no comunicar, esa es una máxima que debemos tener en cuenta y no solo en comunicación política. La imagen bien podría graficar la sorpresa ante el resultado, la soledad del mandatario y la derrota. Nada podía ser peor para el macrismo, el dictado de las urnas y lo que comunicaba a sus votantes con el resultado a la vista.
Las PASO (las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) argentinas determinan las candidaturas oficiales que participarán en los comicios presidenciales de octubre de 2019, pero al ser de carácter obligatorio se constituyen en la sinopsis de lo que acontecerá en las urnas.
Claro está que puede aducirse desde el oficialismo que faltan un par de meses de campaña electoral y que este resultado se puede revertir, pero más allá delo que se diga, en el interior de cada argentino es difícil de creer que los más de quince puntos de diferencia que lograron Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, los candidatos del Frente de Todos, no los convierta en la fórmula que acceda a la Presidencia de la República.
Conocidos los resultados, en la ciudadanía opera un efecto anímico, que se ve validado además por lo que comunicaron los candidatos a posteriori de los comicios. Ese estado de ánimo ciudadano es difícil de revertir e incluso, si se aprovecha, puede llevar a través del denominado efecto bandwagon –quienes votan a ganador– a buscar los votos que lleven a un triunfo de los Fernández en primera vuelta.
Pero no es descabellado pensar que el efecto anímico de las PASO pueda llegar a tener repercusiones regionales, específicamente en las elecciones presidenciales que celebraran Uruguay y Bolivia también, al igual que Argentina, en el mes de octubre de 2019.
En ambos países la campaña está en curso y el resultado aún es incierto. En el caso de Uruguay seguramente se dirimirá en segunda vuelta entre la fórmula frenteamplista de Daniel Martínez y Graciela Villar, y una fórmula conservadora que aún es prematuro de dilucidar si será del Partido Nacional o del Partido Colorado; en tanto, en Bolivia la definición será entre el actual mandatario Evo Morales y el expresidente Carlos Mesa. Según las encuestas el candidato del MAS aventaja a su competidor.
Recordemos que con el triunfo de los derechistas Sebastián Piñera en Chile, Jair Bolsonaro en Brasil y el mismo Macri en Argentina se habló mucho del fin de la era progresista en América Latina, situación que nunca se ratificó. Prueba de ello es la victoria de Andrés Manuel López Obrador en 2018, que se constituyó en el primer presidente progresista de la historia de México.
La debacle macrista hizo que muchos de los que impulsaban las propuestas y levantaban la bandera del actual jefe de Estado argentino busquen ahora tratar de desligarse de él. Es el caso de los principales candidatos de la oposición en Uruguay, otrora celebrantes de los triunfos de Macri, Piñera y Bolsonaro, pero a la luz de los resultados de sus administraciones hoy guardan silencio o incluso se muestran críticos.
El resultado de las PASO seguramente sea un aliciente para los progresistas que compiten electoralmente en octubre, y un nuevo argumento para demostrar a sus electores que las fórmulas mágicas que pregonaban las nuevas derechas no solo no dieron resultado sino que trajeron consigo mayores problemas económicos y pérdida de beneficios a los sectores más vulnerables.
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