Las obligaciones de solidaridad

CHRISTIAN JOAQUI

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Se conocen como obligaciones de solidaridad aquellas que no provienen necesariamente de un contrato ya sea éste bilateral o social. Las obligaciones de solidaridad hacen que nos sintamos obligados a apoyar las causas de nuestros grupos: familia, ciudad, Estado o hasta equipos de fútbol.

Algunos aducen que las obligaciones de solidaridad son, incluso intergeneracionales, como lo que ha ocurrido en los últimos 60 años con el pueblo alemán, cuyo liderazgo ha sido incuestionable hacia la integración europea y, más recientemente, hacia la apertura de la migración de medio oriente. Estas posiciones han sido objeto de serios cuestionamientos por grupos nacionalistas de ultraderecha que detrás de un discurso de restauración del orden, esconden un profundo sentimiento supremacista y xenófobo.

Es un fenómeno reciente no sólo de Europa, sino también de América, en el que los discursos populistas de derecha resienten hasta los tuétanos los cimientos democráticos de libertad e igualdad y pasan del discurso a la realidad.

Por primera vez, después de la derrota militar del Partido Nacionalista Obrero Alemán que llevó y mantuvo a Hitler en el poder, un partido de derecha como Alternativa para Alemania vuelve a tener representación en el parlamento de ese país.

Pocas cosas son tan importantes en una democracia como la alternancia en el poder. De ahí que se diga frecuentemente que el capital político es para gastarlo y eso es lo que ha ocurrido probablemente con el capital político acumulado durante años por la social democracia y las posturas liberales de centro izquierda en Europa, pero también en nuestro país.

Hay un viejo proverbio que dice: “si a tu vecino ves sus barbas cortar, pon las tuyas a remojar”. En Colombia durante más de cien años nos mantuvimos con una constitución política de un corte abiertamente conservador, pese a las reformas de 1936, 1957 y 1986.

Probablemente y debido a dicha constitución, la sociedad colombiana (no el Estado) era, por mucho, más plural al menos políticamente. Grandes liderazgos desde orillas opuestas del pensamiento florecieron en los años setenta y ochenta. Esa generación tuvo voces tan autorizadas como la de Álvaro Gómez Hurtado, pero también como Jaime Pardo Leal.

Después de la Constitución de 1991, la sociedad colombiana ha experimentado una paulatina pero sensible orientación hacia una nueva regeneración, en el que los valores de Dios y la familia son objeto del debate político. Dada nuestra conformación étnica es poco probable que discursos racistas puedan florecer, pero establecer las diferencias entre los ciudadanos siempre ha sido una magnífica forma de conseguir votos.

A nosotros nos van a dividir entre buenos y malos; honrados y corruptos; enemigos de la paz y mamertos. Estas divisiones buscan crear esa obligación de solidaridad que hace que apoyar a quien hace parte de mi grupo no sea una cuestión de razón, sino de obligación.

Como le dijo hace muchos años su abuela a un amigo mío, cuando éste le preguntó que por quién iba a votar y ella respondió: “Pues por Serpa, no ve que yo nací liberal.”