“A mi adorada Madre Myriam Gómez de Grijalba, y a mi amada Esposa Doris María Villanueva de Grijalba, la Madre de mis hijos, y a todas las Madres”.
No existe en el mundo un amor más puro que el de una Madre hacia sus hijos. Es un amor sin interés, sin ventajas, incondicional, abierto a la alegría, a la solidaridad en la tristeza y el dolor.
No hay nada que empañe el sentimiento maternal, todo en él gira alrededor de la felicidad de los frutos de su propia sangre, infinita generadora de vida.
La mujer de sonrisas y labios de ternura que irradia amor por todas partes, la que nos tuvo en su vientre durante nueve largos meses de espera, la que soñó con vernos nacer, la que nos dio de sus pechos el alimento para nutrir nuestra vida, esa hermosa mujer que vive siempre dentro de nosotros, esa es nuestra Madre.
Siempre atenta a nuestro lado, al pie de nuestra cuna de niños, del lecho en la enfermedad, en los momentos difíciles y de gozo con su amor sin límites, con su confianza, su ternura y su fe en Dios.
Cuantas páginas de libros, cuantos versos y poemas podrían salir de una pluma, para describir su amor, su belleza de mujer, su sonrisa de madre, su valentía para ayudarnos a caminar por los senderos de la vida, sobre su entrega para formarnos como seres de bien en el amor a Dios, en los principios de la moralidad y la ética, en la firmeza para no derrumbarnos en la dificultad, siempre allí con la altivez del roble, el temple del acero y la bondad de madre.
Cuantas tonadas quisiera escuchar en los arpegios de un piano o las cuerdas de una guitarra o el viento de una dulzaina, para que acompañen su sentida y hermosa voz y sus cantos de ángel, sus melodías del recuerdo y las canciones de cuna que nos mecieron al nacer.
Jamás nos ha soltado de sus manos bondadosas y tiernas, para guiarnos por el bien, nunca nos ha dejado de cuidar, jamás ha callado sus labios para darnos concejo y aliento o desaprobar con su voz serena y cálida que abraza el corazón.
Sus caricias y ternuras de madre, su ejemplo de mujer plena de virtudes y dones de bondad, inteligente y consagrada educadora dedicada a la formación de sus hijos y la niñez, han llenado los espacios vitales de su íntegra existencia, de su prolífico y fértil trajinar, lleno de alegrías, de recuerdos y añoranzas, de tristezas y aflicciones, de afectos y comprensiones, de educar, de llorar y siempre sonreír, de amar y amar como nadie.
Gracias Mami, por traernos al mundo, por cuidarnos, por toda la paciencia que has tenido, por tu comprensión, por lo mucho que nos enseñas para hacer el bien a la sociedad, por abrirnos caminos, por mirarnos con los mismos ojos y el mismo cariño de siempre. Gracias Señor por permitirnos compartir con ella nuestra vida para poderle decir que la amamos. Te amo Mami.
Debo recordar con infinita nostalgia, a esa otra gran mujer, hermosa, excepcional, maravillosa e irremplazable, a mi adorada esposa Doris María, la inigualable mamá de mis amados hijos Juan Federico y Pablo Andrés.
A esa incomparable y bella mamá, quien un brumoso amanecer de agosto del año pasado, nos dejó inesperadamente para ir al encuentro con nuestro idolatrado hijo Juan Federico a la gloria de Dios, allá en el cielo.
Nuestro amor por ella es imperecedero y hoy nos abrazamos con mi amadísimo hijo del alma Pablo Andrés, para recordar a mamá, quien fue amor puro como esposa y madre. Gracias amor, por tu amor. ¡Te ameremos siempre y sobre tu jardín las rosas rojas de nuestro corazón!
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