A propósito de los 50 años que cumplió las Farc esta semana y en medio del tensionaste debate de las diferentes campañas a la Presidencia de La República alrededor de si se debe continuar o no el proceso de paz que se desarrolla en La Habana, Henry Caballero, vocero de paz del antiguo grupo Guerrillero Quintin Lame, relató por qué han fracasado los procesos con las Farc desde la década de los 90.
Por: Henry Caballero Fula
Vocero de paz Guerrilla Quintín Lame 1987-1991
De la última conversación que sostuve con Alfonso Cano (año 1990), una de las pocas a decir verdad, luego de que como Quintín Lame Q.L. habíamos iniciado, junto con el EPL y con el PRT, proceso de diálogo político con el Gobierno nacional, recuerdo dos planteamientos suyos: su afirmación de respeto al proceso de paz que como Quintín emprendíamos, junto con el llamado a que este no fuera utilizado en contra de los grupos que continuaban en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar CGSB, y su aseveración de que esta burguesía colombiana lo único que entiende es el lenguaje de los tiros.
En el primer punto estoy de acuerdo y trato de ser coherente al respecto. No podemos hablar de que la insurgencia armada de otro tiempo si era política y la de ahora no; que las FARC y el ELN han perdido sus ideales, en tanto que los grupos que hicimos procesos de paz si los sostuvimos.
No hay que olvidar que todos fuimos producto de la violencia liberal – conservadora ensañada contra el pueblo, que había urbanizado el país, expulsando de su territorio al campesino a sangre y fuego, construyendo ciudades de miseria, que imponía el Frente nacional con base en dos partidos constituidos por las mismas elites de poder, con una institucionalidad militarizada, dispuestos a negar la democracia a través de la figura del Estado de sitio permanente.
De este escenario surgieron las guerrillas de izquierda en Colombia. Las FARC con núcleos de exguerrilleros liberales campesinos que entraron en contacto con el Partido comunista ante el señalamiento del Estado y el abandono de sus antiguos jefes, el ELN con campesinos y sectores intelectuales influenciados por la revolución cubana, el EPL con campesinos y trabajadores de núcleos comunistas influenciados por la guerra popular china, el M19 desde sectores populares urbanos que constataron de manera práctica que la democracia colombiana no podía ir más allá de la alternancia de los dos partidos del Frente Nacional, para nombrar solo aquellas guerrillas constituidas antes de la década de los 80, que tuvieron una continuidad en el tiempo y una presencia política antes el país. Influencias ideológicas internacionales muy fuertes en algunas de ellas pero retomadas y traídas a colación ante la situación del país y el avance del proyecto antipopular. Luego también estuvieron grupos pequeños como el PRT y societarios como el Quintín Lame.
Todos estos grupos lucharon y avanzaron a su manera. Algunos piensan que la razón de que aquí no se hubieran forjado fuertes movimientos de izquierda, tal como se dio en otros lugares de América Latina, fue la existencia persistente de grupos guerrilleros. Esta tesis ignora que en Argentina, Chile, Bolivia, Uruguay, Brasil, también se dieron guerrillas que actuaron durante varias décadas y sin embargo en estos países el movimiento popular tuvo la capacidad de organizarse y generar propuestas políticas, en varias ocasiones con fuerte incidencia de estos grupos o de sectores provenientes de los mismos.
En la década de los 80 e incentivados por las experiencias centroamericanas, los grupos guerrilleros colombianos comenzaron a darse cuenta que cada uno de manera solitaria no representaba una fuerte posibilidad de cambio y por tanto buscaron caminos de unidad. Ello ocurrió hacia mediados de la década del 80, con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar CGSB, lo cual mandó un mensaje de fuerza y logró un impacto en el país que en todo caso no fue aprovechado por la misma.
La propuesta de la CGSB ante el país no se dio de manera clara pues aunque se llamaba al diálogo para la solución política del conflicto armado, ello se hacía de una manera muy general ya que cada uno de los grupos no había dejado claro hasta donde llegar.
La CGSB, hasta su tercera cumbre (1988), fue el escenario más claro que el movimiento guerrillero colombiano tuvo para incidir de manera directa en la transformación del país. Momento desaprovechado por quienes tuvieron la visión y la capacidad de lograr la unidad pero que hacia adentro establecieron una especie de diálogo de sordos sin el lenguaje correspondiente.
La CGSB celebró su V cumbre sin el EPL, PRT y QL, en 1.990. Participaron el ELN, las FARC y la fracción del EPL encabezada por su líder histórico Francisco Caraballo que no estaba con el proceso iniciado oficialmente por este grupo. Como tarea inmediata de esta cumbre se realiza en este mismo año la I Cumbre de comandantes entre Manuel Marulanda Vélez, el cura Manuel Pérez y Francisco Caraballo. En los años 1992-1993 se realizan las sexta, séptima y octava conferencia. La característica principal de estas reuniones es que se insistió en la profundización de la dinámica militar y en el aumento de acciones guerrilleras y se abandonó la ruta de una negociación política. La CGSB no ha tenido un actuar conjunto desde mediados de la década del 90 y los procesos de paz de estos grupos han sido emprendidos por aparte desde las FARC y el ELN.
La apuesta de las guerrillas en Colombia fue la de cambiar la situación de inequidad, antidemocracia e imposición, por una realidad de democracia social y política, en un espectro de concepciones que van desde el capitalismo democrático hasta el socialismo y comunismo. Algunas pensando en la toma del poder, otras con la expectativa de lograr reformas fundamentales en el poder estatuido y otras para defenderse de la violencia ejercida contra las comunidades. Desde estas perspectivas, justificaron la apelación a la violencia armada y a la rebelión, así como a los medios utilizados.
Quizá una muerte en acción armada pudiese justificarse inicialmente dado equis número de niños muertos por falta de alimentación o de atención en salud, o con determinado número de personas sin educación, o incluso comparada con muchas más muertes en la violencia del despojo de la tierra y el territorio o en las luchas sociales; pero cuando esa muerte se suma a todas estas situaciones y sin embargonada se transforma, la justificación dada de entrada se pierde, sobre todo cuando esta situación se vuelve crónica. Cuando esto comienza a constatarse es mejor parar la guerra. Pero, como ya lo habían tenido que conocer en carne propia los combatientes de la guerra de los mil días, a comienzos de siglo XX en nuestro país, escenificados por el coronel Aureliano Buendía, “es más fácil empezar una guerra que terminarla”.
Respecto a la segunda aseveración de Cano, relacionada con que la burguesía colombiana no entiende otro lenguaje que el de las balas, es bueno ubicar el contexto en la conversación: el Quintín Lame había planteado en su proceso de negociación que en un país con diversos pueblos indígenas, lo elemental era que los indígenas tuvieran una representación por derecho propio en la Asamblea Nacional Constituyente; para ello se exigían dos constituyentes indígenas plenos definidos por las organizaciones indígenas. El gobierno nacional se negó argumentando que ello no entraba en el acuerdo político hecho entre los partidos políticos para la convocatoria de la misma. Cano, que había preguntado en que iba esta exigencia, al saber la respuesta, planteó que ella era algo lógica y elemental y que solo a la burguesía colombiana se le ocurría negarla, que sí ésta no se atendía, se preguntaba entonces que se podía esperar de una tal Asamblea constituyente; luego se ratificó en su aseveración de que definitivamente esta burguesía no entiende sino el lenguaje de las balas.
A propósito, creo más bien que sectores importantes de la burguesía colombiana en el escenario donde mejor se mueven es aquel donde hay balas, entre otras porque el ruido de las mismas les permite realizar de manera camuflada sus planes. En el mismo día que se realizaban las elecciones para conformación de la Asamblea Nacional Constituyente (en diciembre de 1990) fue bombardeada la región donde se encontraba la comandancia de las FARC, eliminando la remota posibilidad qué a los constituyentes les diera por convocar a este grupo y buscar un tratado de paz.
A sangre y fuego han menguado la resistencia popular al neoliberalismo, iniciado desde los años 80 y puesto a toda marcha desde la década de los 90. A sangre y fuego han acabado con las propuestas políticas distintas al bipartidismo como la UP, asesinados candidatos y excandidatos presidenciales de izquierda como Pardo Leal, Jaramillo, Pizarro e incluso demócratas de sus mismas colectividades bipartidistas como Galán. A sangre y fuego han expulsado a los campesinos, indígenas y afros de sus territorios, impuesto la minería en el país, la palma, los agrocombustibles, las cooperativas de trabajo, los contratos sindicales, las represas hidroeléctricas, la privatización del agua y de los derechos sociales. Hay escasas pruebas judiciales, pero hay una certeza estadística: se inicia un proyecto de esta clase y siempre llegan los grupos de violencia ilegal, se presentan amenazas, asesinatos y señalamientos. Sectores de la burguesía solo entienden el lenguaje de las balas pero no, como pensaba Cano, porque se intimiden ante él sino porque es su lenguaje de cuna.
La burguesía colombiana ha encontrado el poder político puesto a su disposición por la historia como parte de su patrimonio y heredad. No ha tenido que disputarlo con nadie, ya que los partidos que se alternan o comparten el poder, siempre lo ejercen a su favor. Ha aprendido, eso sí, a hacerlo presentable y por tanto a realizar cambios para que todo siga igual. Ha crecido ejerciendo la violencia y cuando la considera necesaria la aplica desde el Estado y por fuera de él. Ha aprovechado la existencia del conflicto armado para crear un escenario confuso de múltiples violencias, que le permite pescar en río revuelto y además rasgarse las vestiduras ante las mismas.
Desde las FARC y el ELN no ha habido la capacidad para disminuir esta violencia e imposición ejercida desde la burguesía y demás sectores dominantes en Colombia, pero tampoco ha habido esta capacidad en las iniciativas resultantes de los grupos que concretaron procesos de paz a finales de los 80 y en la década del 90 del siglo XX, y en general tampoco la ha habido en el movimiento popular y en la izquierda en su conjunto; gran parte de ello debido a la represión, pero otra gran parte, debido a una cultura de sentirnos, desde cada una de las esquinas, dueños de la verdad revelada y con autorización histórica para negar al otro sobre todo cuando también se identifica como de izquierda.
Tal vez cuando, como resultado del proceso de paz que hoy se adelanta, nos encontremos todos y todas en el escenario de la legalidad (quienes nunca han actuado por fuera de ella, quienes hace tiempo volvimos y quienes que hoy están por llegar) y de la defensa de la misma aún en contra de sectores de la burguesía que no quieren ceñirse a ella, logremos, en el marco de la misma, avanzar en poco tiempo en aquello que hasta ahora no hemos podido durante décadas.
Esta transición política será distinta a la que hemos vivido, desde hace ya más de 20 años, los integrantes de los grupos que entonces hicimos acuerdos de paz, ya que la degradación del conflicto y los nuevos cánones de la jurisdicción internacional en términos de verdad, justicia y reparación, no admiten figuras como la amnistía y el indulto en todos los casos, sino que exigen procesos integrales con verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición. Ojala esto en la Habana no se vea como un obstáculo insalvable, sino que se reconozca como un avance de los pueblos que permite construir sociedades sobre bases distintas a la negación de la historia y al olvido, en donde el perdón debe ser dado por las víctimas, si así lo deciden, y no por un Estado (y sus elites) que también ha sido, en gran medida, victimario.
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