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Las agrupaciones artísticas son como su nombre lo indica: un conjunto de personas, la mayoría de ellas deseosas de dedicar el mayor tiempo posible a la actividad que los anima y los expresa.
No es un deseo fantasioso sino que obedece a la necesidad específica de perfeccionar su expresión, lo que exige, incansable y diariamente, horas sobre horas, al esfuerzo de preparación, de búsqueda de nuevos lenguajes y, en nuestro medio, a la elaboración de diversos implementos necesarios para el pleno despliegue de los objetivos propuestos.
También, como consecuencia del fin primordial de su actividad, es necesario contar con el tiempo suficiente para realizar la difusión de su trabajo, para hacer circular el producto de su esfuerzo e inteligencia. No existiendo división de trabajo por las condiciones mismas del desarrollo social de las actividades artísticas, también es necesario desplegar esfuerzos, tiempo y recursos, para realizar la debida promoción de su quehacer.
Como quien dice: que además de la labor artística propiamente dicha, hay que realizar una labor empresarial.
Cuando más, ha llegado a reconocer la actividad del director o coordinador a quien, a veces, se le apoya con contratos de capacitación, sin llegar a considerar el conjunto como tal, es decir, las necesidades económicas de sus integrantes, las necesidades sociales, los riesgos implícitos en la actividad, el capital necesario para producir las obras o para circular por la geografía local, regional o nacional.
Las más de las veces, situadas en los extramuros de la participación social, las diversas administraciones consideran apoyo, estímulo o interés, al adquirir de cuando en vez alguna función, con la cual no vive ni un sisbenizado en el mejor caso; y en el más recurrente, en reconocer algunos gastos que no incluyen, como es obvio, el reconocimiento del trabajo de los artistas o de los riesgos que se asumen al ejecutarlas.
Todavía, muchos de ellos piensan que los artistas deben sentirse pagos con una palmadita en el hombro, con los aplausos del respetable, con algún refrigerio en la trastienda de los festejos.
Y todavía se considera un despropósito que alguien se atreva a opinar lo contrario. Acaba de ocurrirle a Sergio Jaramillo en Antioquia.
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