HAROLD MOSQUERA RIVAS
Por regla general, el deporte es una competencia de personas, en la que, a partir de unas reglas, se determina un ganador. Pero en excepcionales ocasiones, el deporte se convierte en un medio para el activismo político, que pasa por encima de la competencia.
Quizás el más legendario ejemplo de ello es Cassius Clay, que luego adoptó el nombre musulmán de Mohamed Alí. Se opuso a la guerra de Vietnam, perdió el título de campeón mundial de boxeo por negarse a ir a la guerra y durante toda su exitosa carrera deportiva, fue un activista por los derechos civiles de la población afroamericana.
Después de Ali, Diego Armando Maradona, luego de convertirse en el mejor jugador de futbol del mundo, haciendo magia con la zurda, se convirtió en un activista político, al devolver a sus paisanos argentinos la dignidad y la moral pisoteada por los ingleses en la guerra de las Malvinas, que fue algo así como una pelea de tigre con burro amarrado.
El domingo 22 de junio de 1986, en el estadio Azteca de ciudad de México, Maradona jugó el más importante partido de su vida, anotando los dos goles con los cuales, el pueblo argentino sintió mitigada la derrota militar de las Malvinas. Después de ese día, el astro de futbol argentino pasó a la historia, luego fue el guía de la selección albiceleste hasta el título mundial, logrado al derrotar a Alemania en la final de ese campeonato del 86.
Después de México, Maradona continuó haciendo del futbol poesía y magia, por todo el mundo, pero también se convirtió en un activista político, reclamando mejores condiciones salariales y de vida para los futbolistas profesionales, que son los que al final producen los billones de pesos con su espectáculo. Sus intervenciones fueron un aporte fundamental para que hoy en casi todo el mundo, los jugadores profesionales de futbol perciban salarios decentes.
No conforme con todo ello, luego demostró que todo su ser estaba concebido para la izquierda, fue amigo entrañable de Fidel, en momentos en que la adicción a las drogas le ganó la partida. En cuba encontró apoyo y solidaridad para superar su enfermedad. Así mismo compartió amistad con Hugo Chávez, Evo Morales, Los Kirchner, Lula Da Silva, Pepe Mujica y Nicolás Maduro, entre otros. Hizo declaraciones polémicas, recayó en su adicción a las drogas y el alcohol y finalmente, víctima de la fama, el dinero y el poder, murió a los 60 años, en unas condiciones en las que una persona común y corriente hubiese sobrevivido sin dificultades. Hoy es objeto de homenajes y reconocimientos, pero también de críticas y reproches por su vida desordenada. Yo me quedo con la magia y la poesía de su arte en las canchas de futbol, esas que nos llevaron al éxtasis de la emoción, cuando frente a un televisor el mundo entero se rendía ante su talento. Estoy seguro que Maradona, en la altura celestial, estará bancando para que tengamos un mundo más justo y feliz, mientras nos seguimos deleitando con esos dos goles del 22 de junio de 1986, cuando hasta Dios metió la mano para que Argentina ganara el partido y luego el Mundial.