Yo no soy, ni de cerca, el más “semanasantero” de mi generación ni mi grupo de amigos puede ser calificado en tal sentido, sin embargo, todos los que, de una o de otra forma, estamos emocionalmente vinculados con Popayán disfrutamos su semana mayor con la misma emoción que hace tantos años, eso sí, todos lo disfrutamos de forma distinta.
En mi caso, esta semana de pasión, muerte y resurrección es el momento ideal para mirar a mi interior, reconocer mis errores, dejarlos morir y, de allí, procurar que surja suelo fértil en donde la virtud pueda encontrar dónde retoñar. Sin embargo, eso no es lo más importante.
En esta oportunidad quiero reflexionar con ustedes sobre lo que me motiva a plantearme este ejercicio de autoevaluación ya que, de allí, podemos obtener cosas tan interesantes como de sus resultados.
Mi principal motivo para reflexionar constantemente sobre mi vida, mi rumbo y mis actos es la muerte: ese hecho cierto, del cual no sabemos más que lo que nuestra fe nos promete. Ese evento que nos desgarra las entrañas cuando la escuchamos rondar en nuestra casa o alrededor de nuestros amigos. Ese hecho que nos roba el sueño cuando no hemos aceptado aún nuestro paso fugaz por este mundo. Para mí, la muerte es el final de una historia que escribimos con nuestros actos, un evento que no se vive… porque el vivo no muere, agoniza.
Desde mucho dejé de temerle a la muerte, aunque espero que su visita no me llegue hasta dentro de muchos años. Hoy la muerte es un recordatorio de nuestro carácter temporal, de nuestro paso limitado por este mundo y, es por eso mismo, se convierte en el mejor motivo para no añorar el poder como instrumento de opresión, ni de dirigir nuestros actos hacia el aprovechamiento del otro. En cambio, hoy es para mí el motivo más importante para aportar en la construcción de realidades que vayan más allá de mi propia existencia, lo cual, solo es posible a través del servicio.
Dedicar la vida al servicio de los demás es sembrar felicidad y, por ende, estoy convencido que si compartiéramos parte de esta reflexión con quienes en verdad tiene la posibilidad de generar transformaciones de nuestra realidad podríamos contar con un futuro más prometedor. ¿Cuántos de nuestros amigos, vecinos, líderes o políticos no le temen a la muerte por su real o aparente poder?
Finalmente, quiero solidarizarme con el dolor de todos aquellos quienes en estos tiempos han visto partir a los suyos. Porque no hay dolor más grande para los que quedamos atrás que ver a los nuestros partir. Espero que se llenen de resignación y humildad para aceptar la partida de quien amaron. A los demás, los invito a pensar sobre el significado de nuestra existencia finita y cómo ésta puede ser vista como un motor que nos impulse a dedicar nuestra vida al servicio.
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