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Cuando un ser amado, o un amigo al que se aprecia, cae enfermo y su estado es muy delicado, el tema de la salud salta a primer plano; porque mientras no se da la circunstancia está como ausente. Eso hizo que Miguel de Unamuno escribiera sobre el “sentimiento trágico de la vida”; si nacemos para sufrir, entonces para qué preocuparse. Pero sí que preocupa ver a los seres queridos enfermos. Y aún más, el sentimiento real de la salud lo adquirimos mediante la enfermedad, lo mismo que la conciencia para reflexionar sobre el tema.
La Organización Mundial de la Salud, en su Constitución, da esta definición: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no consiste solamente en la ausencia de dolencia o de enfermedad”. La salud es, entonces, estar bien en todos los sentidos. Ante esa advertencia de “bienestar”, pienso especialmente en los jóvenes, a fin de que se apropien temprano de ese tesoro. Y no les ocurra lo que a la mayoría, que pasamos la primera mitad de la vida arruinando la salud, y dejamos la segunda mitad, la más frágil, para curarnos…
Hace poco un amigo se lamentaba de que en Colombia no hubiese una política de Estado en cuanto a salud preventiva (P y P: promoción y prevención), que podría incluso aminorarles los gastos a las eps. “En Latinoamérica, un país pionero en esa política es Chile”, me decía. Y pensar que el milenario Eclesiástico ya lo recomendaba: “Cuídate antes de estar enfermo”. Es más, la idea central sobre salud en este libro bíblico es valorarla como riqueza y fortuna: “Salud y buena constitución valen más que todo el oro, cuerpo vigoroso más que inmensa fortuna”. Y revive con un veredicto incontestable: “Vale más pobre sano y fuerte de constitución que rico lleno de achaques en su cuerpo”.
Lo triste es que algunos, en atrevida ignorancia, cuando hacen una mala lectura de la Biblia le facilitan el trabajo a la enfermedad, con aquello de que “Dios todo lo puede” o “papito Dios me va a curar”, cuando el poder debe estar primero en el paciente, y el mismo Libro lo dice sin ambigüedades: “Recurre luego al médico, pues el Señor le creó también a él, que no se aparte de tu lado, pues de él has menester”. Es decir, en las manos del médico Dios trabaja.
Enfatizo la idea de “prevenir”, para decir que cada uno puede ser médico de sí mismo si aplica recetas que están en el imaginario de la cultura; la moderación, por ejemplo. “En todo lo que hagas sé moderado, y no te vendrá enfermedad alguna”. Jonathan Swift lo sentencia de esta manera: “Los mejores médicos del mundo son: el doctor dieta, el doctor reposo y el doctor alegría”.
Termino estas notas con la mitad de un decálogo…
… y, finalmente, con el optimista colofón de Ben Jonson: “¡Oh, salud! ¡Bendición de los ricos! ¡Riqueza de los pobres! ¡Dichoso el que pueda adquirirte, aunque sea a un precio muy elevado, pues no hay felicidad en este mundo sin ti!”.
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