SILVIO E. AVENDAÑO C.
Al concluir el período escolar, luego de un año de educación virtual, tanto profesores como estudiantes, se preguntan si terminó la pesadilla o va a continuar en el año que viene. El quehacer educativo ha sido tedioso y, peor en disciplinas, saberes o ciencias donde lo esencial es la experiencia y la observación.
A la larga se ha quebrado la formación presencial. Aunque hay quien dice que antes de esto se dio el bachillerato por radio y la universidad virtual. Más se ha roto la continuidad del espacio privado, público y escolar.
Encerrados, tanto los docentes como los estudiantes, en la educación virtual han quedado presos en el espacio privado. A este lugar se ha trasladado la enseñanza. De esta manera se ha desfigurado el ámbito escolar. Mientras el profesor, ante la pantalla labora, pasa por detrás el hijo envuelto en una toalla hacia el baño o cuando se está en lo esencial de la sesión académica, se escucha en el fondo: -Ya está servido. Venga a almorzar. – Y, el espacio privado termina hecho añicos al trasladar a él el mundo de la enseñanza.
En una película, cuyo nombre no recuerdo, el pedagogo llega al salón de clase con un canasto. Pronto le pide a los estudiantes que depositen los celulares en el cesto para poder dar inicio a la sesión… El uso de los celulares estaba prohibido en el espacio escolar. Muy pocos profesores le encontraban aplicación al móvil y, en general, el artefacto no era visto con buenos ojos.
Y en los vientos de la pandemia, al no poder ir más allá del umbral de la casa desaparece el espacio público y, con ello se disuelve la atmósfera distinta a la condición del mundo privado pues, la distancia entre el lugar que se habita y el espacio de enseñanza es una odisea con novedades, aventura o incertidumbre, dado que queda atrás el espacio privado cuando se abre el universo de la calle.
Así, recuerdo que en el camino hacia la escuela pasaba por la tienda, al avanzar timbraba en una puerta y echaba a correr, me detenía ante las vitrinas y, en la adolescencia caminaba hasta el parque para ver pasar las chicas en el camino hacia el colegio. Encontraba a los compañeros. Ante el semáforo me detenía. Corría cuando se me hacía tarde para llegar al colegio. Y, ya dentro de la institución educativa debía dirigirme a determinado salón y esperar la llegada del profesor. El desarrollo de la sesión las explicaciones, preguntas, inquietudes, en un aire de disciplina e indisciplina y, en los descansos ir a la cafetería o al baño y, el encuentro con los otros condiscípulos o compañeros. Y, al terminar la jornada escolar, iniciar la vuelta a la casa, en el cansancio causado por las clases. Quedaba atrás el espacio de enseñanza y en el camino a casa se olvidaba lo ocurrido en el espacio escolar.