@anaruizpe
Trump arranca estos cuatro años con más percepción negativa que ningún otro presidente de Estados Unidos el día de su posesión: según encuestas, todavía no había firmado su primer decreto, ni había dado su primer discurso presidencial, y ya el 60% de sus compatriotas no tenía una imagen favorable de él. Mientras tomaba juramento, una centena de manifestantes fueron detenidos en los suburbios de Washington, y miles y miles se han movilizado desde el día que ganó las elecciones para hacerle saber que no respaldan la política retrógrada, de exclusión y populista con que pretende gobernar a la nación. Pero para el showman todo eso poco importa; se mira al espejo, levanta la frente, calcula el negocio y se dice en voz alta: Aprendiz, el show va a comenzar.
Y la era Trump comenzó, para incertidumbre de los Estados Unidos y del mundo entero. Aunque nadie duda de la legitimidad de la elección en la que los colegios electorales lo convirtieron en Presidente, la gente tiene claro que Hillary ganó por más de 3 miilones de votos la elección popular. Las organizaciones sociales están alerta y en actitud de resistencia por el desmonte de políticas sociales como el Obamacare; por el temor a las deportaciones sin fórmula de juicio; por la manera como cada día crece el muro de la exclusión y del racismo en el espíritu de la nación.
Pero nada de esto mengua la toma de posturas nacionalistas y decisiones radicales para hacer borrón y cuenta nueva de la vida de los estadounidenses. Para hacerlo, Trump dispuso de una serie de ignorantes como él en asuntos de gobierno, millonarios y negociantes, para participar como aprendices en el reality show del gabinete de gobierno del país más poderoso del mundo. Para manejar temas de Medio Ambiente, nombró a un tipo que niega el cambio climático; como Secretario de Estado, al presidente de multinacional petrolera con negocios en Rusia, Siria y Sudán; para dirigir los asuntos de la Educación, puso a una señora, dueña de un emporio del maquillaje, que descarta la teoría de la evolución y defiende el creacionismo; en la CIA a un anti nmigrantes criticado por sus comentarios racistas; y así.
No son de extrañar, entonces, los llamados de muchos a la resistencia civil en los Estados Unidos. La única gran promesa de Trump que puede frenar el crecimiento de los movimientos en su contra es la reactivación del empleo. De su discurso de posesión se desprende que hará grandes inversiones en obras públicas, además de adoptar todas las medidas de protección a la industria nacional, y todo esto puede crear de arranque nuevos puestos de trabajo. Pero el costo del proteccionismo, tan efectivo en el discurso populista hacia adentro, es muy alto hacia afuera.
No sabe uno si llamarlo descortés, o despectivo, cuando culpa de los problemas de su país a los políticos de Washington y al mundo por ser como sanguijuelas que les chupan la riqueza. “Hemos hecho ricos a otros países mientras que la riqueza, la fuerza y la confianza de nuestro país ha desaparecido en el horizonte”, dijo en su discurso ratificando el fin de la era de la globalización. Al país forjado por inmigrantes, el de la bandera imperialista, promotor de TLC con el mundo, Trump le anunció que en adelante las fronteras son para que el país crezca para adentro.
Los analistas de la política y la economía por estos días se devanan los sesos tratando de entender lo que se viene con este cambio de paradigma. El eje neoliberal de los 80 con Reagan y Thatcher, es el mismo que hoy está a la vanguardia del cierre de puertas, del proteccionismo y el nacionalismo, de mirarse al ombligo.
Pobre México, primera gran víctima del huracán que desata el señor Naranja, un claro vecino hostil. Trump no solo quiere construir el muro, ya demostró que hará lo que pueda para quitarle las empresas y traérselas para ese lado de la frontera. Tampoco está contenta China, ni hace fiestas la Unión Europea, con el anuncio de que en adelante los estadunidenses comprarán y contratarán americano; la toma de posesión de Trump pone al mundo a atravesar por el complejo e incierto momento en el que, como decía Gramsci, lo nuevo aun no termina de nacer y lo viejo se niega a morir. Por eso marchan y protestan en muchas ciudades, alrededor del mundo como en Washington.
Tal vez no nos habíamos dado cuenta de lo bien que estaban las cosas para muchos con el ex presidente Obama, y seguramente extrañaremos a su familia, brillante y sobria, cuando las intrigas palaciegas y el nepotismo recorran el día a día de los 7 hijos y 3 esposas del magnate. Como todo puede ser peor, los llamados a la calle y a resistir no van a menguar en estos 4 años que se vienen, porque habrá que hacer lo que sea para evitar que este señor se reelija.
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