ELKIN QUINTERO
Cuando se rompen las normas del tiempo, /el instante más pequeño se rasga como un /vientre preñado de eternidad. Cuando se /rompe el enigma temporal, cualquiera de sus /tres modos, Pasado, Presente, Porvenir, /desvinculado de los otros, es una representación /eterna y quieta. Pasado, Presente, /Porvenir, los tres instantes se desvinculan y cada /uno expresa una cifra del Todo.
Valle-Inclán
La poesía es arte, y en este sentido se convierte en el estado perfecto del ser. Sin la intención de llegar a demeritar las otras artes; ella, hace parte de esa necesidad humana que siempre incita a reivindicar el derecho humano de vivir, amar, construir y soñar. Al intentar exaltar su presencia en la cotidianidad debemos tener claro que en la poética se concibe el horizonte más profundo de nuestra condición sin restricciones temporales ni ideológicas.
En este sentido, la poesía en pleno siglo XXI no puede tener un centro, ni tampoco cánones bajos los cuales adquiera valor artístico; porque su lugar es el mismo del ser. Así, uno de los elementos que más debe gravitar en el imperio de lo poético deberá ser la redescripción metafórica en el campo de los valores sensoriales, pasivos, estéticos y axiológicos para intentar confeccionar en el mundo un escenario digno de vivirlo.
Es decir, la poesía con su cúmulo de vocablos cargados de efectividad, siempre pretenderá alcanzar la expresión máxima a pesar de sus angustias, éxtasis, totalidad o parcialidad. Para ello, quien se aventure en la construcción de textos poéticos deberá despojar las palabras de su literalidad y sugerir nuevos sentidos, cercenar los perfiles de significación que han imperado y romper los códigos normales para utilizarlos según su eufonía acorde a la secuencia armónica de acentos métricos. Si se logra lo anterior, se permitirá concebirla como arte.
Esta puede ser la razón por la cual surgen mentes ávidas de soñar mundos posibles y desde diversas atmosferas luchar por una poesía que lidere una fuga y construya una vía alterna a la demencia generada por la sociedad del consumo. Es por ello, que no se trata de crear un télos, sino un ethos capaz de romper las cadenas que nos atan. Sin embargo, para realizarlo debemos alejarnos del bullicio y de la saturación de imágenes. Es vital reconocer que la actividad poética es un acto solitario. Su construcción deja en suspenso lo obvio y lo a priori del mundo. La poesía nos permite ese momento único donde cada uno, de manera inadvertida, se ve exigido a retarse consigo mismo en una plática insondable con lo incierto.
En otras palabras, la poesía nos permite saltar las normas del tiempo. El peligro puede ser que en algún momento la abordemos con un exceso de pensamiento o quedemos paralizados ante el estremecimiento poético. Por tal razón, el verso debe ser siempre una experiencia pensante, lo que equivaldría decir, plenitud en su máxima expresión. De hecho, para lograrlo, los poetas y poetisas debemos tener un fin y un propósito: Catapultarla a un sitio de privilegio. Quien se atreva a construir poesía, debe aspirar a dar cuenta con las palabras lo que percibe más allá de la red del lenguaje. En consecuencia, deberá infringir la estructura de la representación de lo real, avivar su ingenio con la firme intención de producir efectos de musicalidad, quebrar las parábolas de la lengua corriente y revitalizarlas, romper el traje de las palabras y erigir desde su miseria nuevas significaciones, dominar el concepto de la linealidad del tiempo para alcanzar el estado perfecto. Debemos ser osados para quebrar la realidad, porque al hacerlo, estaremos quebrando lo establecido y convocaremos la presencia de las musas que nos revelarán en la luz poética la paz añorada para un país constreñido por la violencia. Solo esta actitud prometeica será capaz de convertirla en ARTE.