RODRIGO SOLARTE
La ansiada paz de los mayores, equilibra nuestros espíritus en estos tiempos de confrontaciones.
La batalla de ideas, sueños, planes y proyectos de futuro, continúa, pese a la pandemia y necrodecisiones de quienes con las armas y el miedo a la muerte por los fusiles o la enfermedad, pretenden, una vez más, mantener a Colombia entre los países más desiguales, corruptos y violentos del universo.
Estamos celebrando treinta años de la plural Constitución de 1991, y cuatro años de los Acuerdos con parte de la insurgencia armada, facilitados entre otros, por Venezuela y Cuba.
Ambos logros del pueblo colombiano con sus procesos y luchas, han resistido y lo siguen haciendo pacíficamente, enfrentando con consciencia y voluntad de mejorar el rumbo de la historia para un mejor presente para todos y las nuevas generaciones que retoman las banderas de LA PAZ.
Contrastan, la paz de las élites; de quienes se rebuscan en las calles, y de los estratos medios endeudados por los privatizadores de derechos vitales como la salud, educación, trabajo, tierra y techo, entre tantos.
La ley de leyes (CP-91) y los Acuerdos de paz, de respetarse y haberse aplicado por el actual gobierno, no los tendría en estos aprietos, empeorados por la pandemia, ni a las puertas de más masacres, intolerable ya por la comunidad internacional, incluyendo todo lo espiritual, y la solidaridad latinoamericana, que no es la de hace 50 años, cuando la Unidad popular de Salvador Allende, en Chile, primer mártir de la democracia participativa que se proponía con su pueblo.
Las generaciones somos producto del tiempo histórico que nos tocó vivir. Los adultos y mayores no deseamos que las nuevas generaciones reciclen las violencias, propias e importadas de nuestra historia, de allí, las decisiones plasmadas en La Constitución y Los Acuerdos como normas para transformar situaciones deshumanizantes, y las causas estructurales que hoy las mayorías ciudadanas manifiestan en todas partes de nuestra geografía.
De la sabiduría popular hemos constatado que, a los gobernantes hay que creerles más por lo que hacen, que por lo que dicen. Que la experiencia no se improvisa, se construye durante el proceso vital. Que en las confrontaciones armadas, la verdad es la primera víctima, y a los Acuerdos se llega, escuchando, dialogando y priorizando, más vida y derechos humanos que incluyen necesariamente los económicos y dignidad de las personas.
El predominio de lo económico en la historia de las relaciones sociales, se convirtió a través de ella, en la base material de las desigualdades y objetivo del poder político, haciendo depender de quienes lo posean a nombre de las comunidades, lo militar y policivo que obedezcan a esos intereses, cuidando por consiguiente de que quienes los comanden, compartan y también se beneficien de ellos.
Concebidos como HUMANOS, materia y espíritu integrados, e idealmente iguales, tanto hombres como mujeres y mutaciones, que también se dan en nuestra especie, la noción de DIGNIDAD es universal, tanto individual como colectivamente.
Estos principios y valores enunciados, antagonizan la de objetos robots, obedientes al querer de sus inventores y administradores, que como la virtualidad, la inteligencia y creatividad humana continuará desarrollando, con algoritmos cada vez más humanoides, término este, aparentemente despectivo de la ciencia, deseando simbolizar la consciencia que la ciencia lleva o debe llevar en su aplicación al mejoramiento de las condiciones de vida humana. Las transiciones, con sus flujos y reflujos continúan a todos los niveles de estas situaciones, siempre complejas, que los pueblos van aclarando progresivamente con sus organizadas y pacíficas luchas, plenamente justificadas, así , quienes no las compartan, enfaticen más lo negativo, pues las perfecciones, también son creaciones de la mente humana.