@MabellorenaLara
Turno 8, alertaron los altavoces del pequeño local de peluquería que frecuento todos los domingos. Me senté en el lugar de siempre para esperar a la chica de siempre: Amparito, una mujer de 37 años madre soltera con quien cada 15 días conversamos de lo divino y lo humano en esa larga y eterna hora de quietud. Pero no vino Amparito, en su lugar me encontré con una mujer mucho menor de andar rápido y hablar de prisa: Marcela, mi nueva manicurista.
Sin entrar en muchos detalles sobre la virosis de Amparo que la ¨tiró a la cama¨ hace 4 días me dispuse a entablar una nueva tertulia con mi nueva compañera de conversación, pero en su lugar encontré silencio. Mucho silencio, de ese que se vuelve incómodo de tantos sonidos ocultos que trae consigo. – ¿Cómo va la jornada? ¿Cómo va tu día? – Pregunté. -Va- me respondió.
Su acento distinto me abrió la puerta para iniciar la conversación: ¿Eres venezolana? ¿Cómo te ha tratado mi país? Y allí empezó una de las diálogos más sentidos de mi semana. Me contó que tenía 24 años, que estaba estudiando pedagogía infantil y le había tocado salirse de estudiar. Que en su casa su mamá tenía una peluquería y que por fortuna hoy a ella y a su hermana era lo único que les ayudaba a mantenerse en Colombia. Me relató detalladamente cómo en su hogar empezaron a faltar algunos productos de la canasta familiar pero que inicialmente no les importó, aprendieron a vivir con las frutas de cosechas o los productos de demanda y diversificaron sus almuerzos y cenas. Que cuando empezó a aumentar la inseguridad tan sólo cambiaron sus hábitos para andar en la calles de Caracas. Que se acostumbraron a las protestas, a los insultos de lado a lado. Que simplemente se adaptaron a la situación.
Su familia clase media venezolana, votó en un primer momento por el Presidente Hugo Chávez, me contó. Ella y su papá, los más beligerantes de la casa, creyeron firmemente en el proceso de cambio que se requería en Venezuela – estábamos cansados de que la plata del petróleo se la llevaran los ricos de siempre, tanta plata, tantos años usufructuándose de los recursos de todos, sabes, ya era tiempo de que nos tocará a los demás¨. Sus abuelos se beneficiaron de los programas de las misiones bolivarianas (los programas de atención social instalados por el Presidente Chávez que vinculó a médicos cubanos). Me detalló cómo por ejemplo participó ella misma en la Misión Robinson, la de alfabetización, y cómo sintió las cosas estaban cambiando en su país. Pero finalmente se cansó.
Tras pausas continuas, anotaciones mías de los difíciles cubrimientos periodísticos en su tierra y unos que otros silencios compartidos, Marcela finalmente llego al punto más sensible de nuestra charla: ¨No es chévere ser parte de la generación pérdida, todo se salió de las manos y véame aquí de manicurista¨
Los jóvenes inmigrantes venezolanos son sólo una muy pequeña arista del conflicto Venezolano. Los he visto por doquier en los últimos años, he trabajado con ellos, periodistas calificados malpagos que se vinculan en puestos de segundo nivel, escritores consagrados hoy vendedores de seguros, meseros que ejercían antes de agentes bancarios, miles y miles de historias partidas que ahora se tejen en diferentes naciones con diferentes tonos y que incluyen en general un dejo de derrota. Se les ve molestos, incómodos con el rol que les está tocando jugar, pero también se les ve conectados con su realidad.
Muchos otros se han quedado en su país, porque no tienen a donde irse o simplemente porque quieren batallar. Yo los he visto de lado y lado. Chavistas y opositores enardecidos defendiendo sus punto de vista. Los vi en las duras protestas estudiantiles del 2013 cuando exigían claridad sobre la enfermedad del Presidente Chávez y al otro lado defendían su legado. También los retraté enfrentados con la guardia venezolana entre gases lacrimógenos y barricadas. En el 2014 conversé con ellos, con ambos, con los que protestaban por la escasez y los que defendían al ejecutivo. En el 2015 y en el 2016 en Miraflores y ahora los sigo viendo en el 2017 batallando, haciéndose notar como esta semana lo hizo el joven desnudo enfrentado a la tanques de guerra de la guardia venezolana.
Jóvenes como Marcela mi manicurista que asumen en carne propia la coyuntura de su nación . Ella no necesita estar en las calles de Caracas para saber que lo que está pasando por estos días tiene que ver directamente con su futuro, no porque sea venezolana, sino porque su generación se está jugando en primera línea su propia revolución.
Comentarios recientes