Cuando un católico se enfrente al papel en el que tiene que escoger entre el Sí y el No para señalar si está de acuerdo en otorgar beneficios jurídicos, políticos y eventualmente económicos en favor de personas que han usado la violencia y cometido crímenes sin nombre, a cambio de su arrepentimiento, su solicitud de perdón, su aporte a la reparación de los daños que haya ocasionado y su promesa de no volver a hacerlo deberá resolver un dilema ético que uno supondría resuelve conforme a los valores católicos. Es la oportunidad de practicar lo que predica.
A ese mismo dilema nos enfrentaremos todos los colombianos cuando llegue el día del plebiscito en el que nos harán la pregunta de si estamos o no de acuerdo con los que se ha convenido en La Habana a cambio de que se acabe la guerrilla de las Farc. En asuntos públicos nunca nos ha tocado responder una pregunta tan difícil, nunca nos han preguntado sobre un asunto tan trascendente y cada uno la responderemos conforme a nuestro propio código de valores.
Por la naturaleza de la decisión y el tipo de pregunta que nos harán es que suena raro que la Iglesia católica institucionalmente hablando haya renunciado a asumir lo que se presume es su misión: ser guía ético y espiritual de quienes decidan pertenecer a esa iglesia. La Conferencia episcopal publicó un comunicado en que anuncia que “de ninguna manera, la iglesia católica induce a los colombianos a votar por el Sí o por el No en el plebiscito”.
¡Vaya, vaya!, cuando más necesitamos los colombianos que nos ayuden a distinguir entre lo que está bien de lo que está mal, entre lo justo y lo injusto, los que se autoproclaman como guías espirituales deciden abandonar a sus feligreses.
Esa actitud de los jerarcas de la iglesia católica reveló el que a mi juicio es el gran equívoco sobre el plebiscito: quienes se autocalifican como líderes en la sociedad creen que se trata de un asunto político, incluso partidista y desconocen que se trata de un asunto esencialmente ético, que por tanto se resuelve individualmente y que los ciudadanos van a seguir más a sus referentes éticos que a sus referentes políticos.
Hay algo de ideología claro sobre la concepción que cada uno tiene de la sociedad en la que vive y en la que quiere vivir pero cuando los ciudadanos comunes y corrientes, en ambientes no partidistas sino cotidianos, expresan su oposición a los acuerdos de La Habana lo que dicen es que, por ejemplo, les parece profundamente injusto que a los guerrilleros les lleguen a reconocer un auxilio de un millón ochocientos mil pesos mensuales como ha difundido la oposición falsamente que llegaría a ocurrir si se aprobaran los acuerdos.
Pero como resulta que se ha asumido que la decisión es “política” los curas se autojustifican para apartarse de la decisión y los medios asumen que los políticos son los voceros del sí y el no con lo que la escena se vuelve equivocadamente partidista.
Con esa misma equivocación es que otras personas, como los periodistas o los maestros también se proclaman “neutrales”. En asuntos éticos no hay neutralidad valedera como sí la puede haber en asuntos políticos. En temas electorales no es bueno que un jefe trate de influir a sus subalternos. En asuntos éticos es distinto.
Si los curas hablan sobre el sí o el no, no están metiendo política a los púlpitos, están hablando de valores.
Error, la decisión ciudadana en este caso no pasa mayoritariamente por los partidos, sino que se resuelve en espacios más íntimos, en acciones más simbólicas, en movilizaciones más espontaneas.
Yo imagino que a un católico lo influye más para votar por el sí o por el no la manera como entiende la prédica permanente que esa iglesia hace del perdón y la misericordia que un discurso de un jefe político así lo admire mucho.
¿Cómo valorará un católico practicante las palabras recientes del Papa sobre la misericordia y el perdón cuando escoge el sí o el no? El Papa Francisco dijo: “Pero el perdón y la misericordia no deben permanecer como bellas palabras, sino realizarse en la vida cotidiana. Amar y perdonar son el signo concreto y visible que la fe ha transformado nuestros corazones y nos permite expresar en nosotros la vida misma de Dios. Amar y perdonar como Dios ama y perdona”.
No deja de sorprender que los políticos que más hacen alarde de sus creencias religiosas sea a quienes el perdón les parezca inaceptable. Esa convicción cristiana fue la que llevó a que dos gobiernos conservadores fueran los que hubiesen hecho los esfuerzos más ingenuos para terminar el conflicto con las Farc. Esa especie de caridad cristiana hizo cometer tantos errores en el diseño de los procesos de paz de Belisario Betancur y Andrés Pastrana que solo llevaron a prolongar intensificar la confrontación.
La discusión es si adoptamos la ética de la guerra o la ética de la paz. A un porcentaje alto de la población colombiana le parece éticamente correcto que haya muertos, pero inaceptable conceder “impunidad”. Que los miembros del Secretariado no vayan a la cárcel les resulta impensable aun si el costo que hay que pagar es el de miles de muertes. Es un triunfo que en un bombardeo mueran 26 jóvenes colombianos por ser guerrilleros y es un costo que hay que aceptar que 11 militares terminen cruelmente masacrados por la guerrilla.
Yo, que no soy católico practicante, si me toca escoger entre el bien y el mal, escojo sin dudar como “el bien” el que evite muertes, otros escogerán el: “que paguen por lo que hicieron”. Es casi que un dilema moral que se discute y se resuelve en las casas, con los amigos, con los compañeros de estudio o de universidad. Es en esos espacios donde se va a jugar la campaña, el que mejor y más decididamente juegue ahí será el que gane.
Comentarios recientes