ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ
Biden, con unos 80 millones de votos, y más de 305 delegados del Colegio electoral norteamericano, y sin que hayan podido probarle fraude alguno, indudablemente le ganó las elecciones a Trump en todos los aspectos. Esperar que para bien puede ser una ilusión.
Ahora, rehusarse a reconocer tan contundente triunfo es desconocer la voluntad de los ciudadanos, lo que genera total ilegitimidad política, claro, así uno no sepa lo que implica un mandato político. Pero, también significa el no cumplimiento de claras obligaciones oficiales, como la de hacer respetar las normas, los resultados electorales, dar ejemplo de cumplimiento, etc.
Se llama al desconocimiento del Estado de Derecho y de los deberes derivados del Contrato Social, es decir, de la democracia liberal-burguesa. Por supuesto, es también una presión indebida sobre las demás autoridades legalmente establecidas para que desconozcan los resultados electorales oficiales. Y en la actual realidad socio-económica y política de los Estados Unidos, poblada por grupos de choque supremacistas armados, todo esto conlleva a por lo menos hacer apología de la violencia y del delito.
En el fondo, la causa es el temor de Trump a abandonar el poder, porque si lo hace se descubrirían cosas que han permanecido ocultas. Pero además, hay allí un negocio: se pagan miles de dólares a firmas de abogados amigos del poder por cada una de las 30 o mas demandas presentadas por supuesto fraudes electorales en 6 estados; todas han sido rechazadas, y alguna será decidida en contra.
No importa el quiebre institucional que se está imponiendo, por caprichos, o para mantener un electorado manipulado que ofrezca respaldos en el futuro.
Mientras transcurren los babosos y desteñidos episodios de esta telenovela de Trump, la población civil sigue soportando desgracias: Continúa expuesta al Covid, con las reimplantaciones obligatorias de restricciones y nuevos confinamientos; no hay seguridad social en los Estados Unidos, en parte porque el sistema de salud está sobre-ocupado, y en parte porque las personas no pueden pagar los costos de las atenciones; muchas familias ya están saliendo a pedir limosnas, claro, en carro, pero no ven otra salida que solicitar comida; varias zonas del país están azotadas por crueles fenómenos naturales.
El gobierno busca que sus mentiras oficiales se conviertan en verdades, a cualquier precio, y con ello ha construido una forma de gobernar y de hacer política.
Como “despedida” se toman decisiones demasiado controversiales, como el retirar tropas, o lanzar nuevos ataques militares, o desproteger a damnificados. Es el tiempo del sálvese quien pueda.
Por supuesto, con Biden habrá una mejor persona en el gobierno de los Estados Unidos, pero eso es todo. No existirán cambios democráticos ni en las políticas ni en la diplomacia, el cambio será solo de estilo personal. Sin embargo, debido a la polarización política parecería que van a existir grandes transformaciones.
El retroceso de las grandes mayorías norteamericanas continuará en lo económico, lo social, lo cultural, y –por supuesto- en lo político. Estos son procesos de deterioro que los Estados Unidos han venido arrastrando desde hace años, que se agravaron con Trump pero que no mejoraran ahora con una nueva administración. Por ahora, en diciembre, el culebrón sigue.