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RODRIGO SOLARTE
Es evidente en nuestra sociedad, que las oportunidades dependen del estrato social en el cual se nace y nos vamos ubicando durante el proceso vital e historia que vivamos.
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La concentración extrema de las riquezas materiales no evitó la corrupción estructural a la que hemos llegado, pauperizando, no en todos, los valores éticos y morales necesarios para la vida en sociedad civilizada.
Convertido el dinero o capital como principal principio existencial, este subvaloró lo demás, llevando a frases como, “cuanto tenés, cuanto valés”, popular síntesis de lo que vive, gran cantidad de habitantes en campos y ciudades de Colombia.
En lo cuantitativo económico, contrasta la pobreza en la práctica de valores aprendidos teóricamente con las tradiciones judeocristianas y culturales que fueron, a través de los siglos, cualificando la civilización humana, llegando hasta los actuales Derechos humanos y de la naturaleza, priorizando en todos el DERECHO A LA VIDA durante todo el proceso vital y las condiciones que lo faciliten desde lo individual y familiar, hasta lo colectivo y político, como ciudadanos y habitantes del planeta tierra.
Ante los extremos de deshumanización a los que hemos llegado y las crisis globales acumuladas, por el irrespeto a los Derechos humanos y a la naturaleza, contrastan la reacción de quienes se suicidan por captar menos ganancias de las acostumbradas, y quienes exponen la vida por la defensa de los derechos para sí y los demás.
El entendimiento de la situación comenzando por la personal y familiar de los sobrevivientes y víctimas, llevó a los Acuerdos tras más de medio siglo de lucha armada en la cual, la muerte del considerado enemigo, significaba en ese momento la vida del otro.
Las contradicciones de la clase social en el poder y seguidores de entonces, diferenciados entre quienes, la muerte del contendor, física y políticamente era y sigue siendo la táctica y estrategia a seguir, y quienes deducían la imposibilidad de triunfos o derrotas definitivas, ante las razones esgrimidas, historia vivida y experiencia en otros países del orbe, más el sentido de humanidad innato en la especie, llevó a los Acuerdos actuales, y llevará a los que faltan, para abrir conciencias y voluntades producto de las guerras, violencias y conflictos, hacia la esperanza y decisión, en no pocos, de construir la tan anhelada paz con justicia social y dignidad, que con el trabajo de todas y todos, caucanos y colombianos, continuaremos construyendo, con o sin permiso de los opositores a la paz, y respaldo de la comunidad internacional, política, cultural, religiosa, e incluso militar y empresarios que aman su país y potencialidades.
Las verdaderas extremas, tanto derechas e izquierdas de siglos anteriores, fueron las armadas, cuyos dogmas ideológicos también han entrado en transición.
La búsqueda y mayor aproximación a la verdad de lo vivido y sufrido, principalmente, por los más de ocho millones de víctimas de todas las clases sociales, sin excluir a nadie entre los participantes directos e indirectos, nos llevará a nuevas definiciones civilizatorias, no por las hoy llamadas ¨mermeladas económicas¨, sí por reales avances en los procesos educativos que incluirá la política como ciencia interdisciplinar sistémica y plural, para lo local, regional, nacional e internacional.
La violencia no será más, sustento del poder económico y político que ha prevalecido por tanto tiempo. Solo las mayorías conscientes de sus derechos y deberes ciudadanos, definirán consecuentemente la Constitución o Ley de leyes necesaria para los procesos en marcha y sus objetivos.
Los mayores de hoy, comprometidos con el país que siempre hemos soñado, no dudamos que niñas, niños y jóvenes con sus familias, se irán sumando consciente y progresivamente.
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