JESÚS ASTAÍZA MOSQUERA
Sin lugar a dudas LA NAVIDAD es la mejor ocasión para reverdecer el corazón de inefables alegrías y prender en los ojos las luces esperanzadoras de un mañana que haga realidad el aguinaldo pletórico de sueños e ilusiones. Nadie escapa al amoroso influjo de entregarse al ambiente humilde del pesebre que baña el alma de tradiciones y reencuentros de sublime valor.
Por ello hay que vivir intensamente cada momento antes de que uno las arrisque porque le llegó el día. Vivir el nostálgico guayabo de un pasado memorioso, hoy pasado por agua, donde el vecindario se alebrestaba para recibir al Niño Dios. Se iniciaba al “desenguascar” del cuchitril de los trebejos o del ”soberao”, las chuspas o las cajas donde se apeñuscaban las delicadas figuritas que volvían a respirar amaneceres nuevos. Luego, el paseo por los bosques y riachuelos recogiendo el musgo de los árboles, las chupayas y líquenes, que habían de alfombrar el pesebre donde pastaban ovejitas blancas cuidadas amorosamente por pastorcitos pintados de arco iris, la vaquita lechera, el humilde burrito y nadaban unos paticos en el mágico lago del espejo que la niña acostó sobre el musgo húmedo, y allí, en el morro más alto, el ranchito de paja, tibio albergue de La Virgen, El Niño y San José, que ofrecían mimos con sus caritas buenas. El paisaje engalanaba el camino de Belén y olía a campo la casa entera. Cada quien participaba del arreglo decembrino, mientras en la cocina rechinaban las rosquillas y estallaban los buñuelos lanzando al aire chisguetes de aceite que pringaban al más cercano, al tanto que la cagüinga bamboleaba el dulce de manjarblanco y el que más “meniara” se hacía merecedor a la raspada de la paila. De esta forma se aprendía y se prendía el primer chispazo del amor que ya nunca nos abandonaría. En la calle la chirimía dejaba oír sus alegres notas musicales y el diablo, vestido de rojo, con su perrero pintaba moretones en las zancas de quienes se atrevían a molestarlo.
Todo a la espera de la Nochebuena, que era el NACIMIENTO DEL NIÑO DIOS, la rezada de la Novena con enternecedores villancicos cantados por los niños, los inigualables padres y los tiernos abuelitos y la otra nochebuena, adobada con todos los dulces habidos y por haber del solar nativo y una bandeja repleta de rosquillas coronadas con manjarblanco y de remate otra bandeja de brevas y limones bañadas de mieles fascinantes que con sólo verlas se escurría el rocío de la saliva.
Se jugaba a los “aguinaldos” y quien perdía daba un regalo previamente acordado o una sorpresa. Por ejemplo, los novios jugaban al “beso robao”, que consistía en coger descuidado al “pretendiente”, es decir al novio, y zamparle un beso en la mejilla, eso sí, pero sin ñapa. A “palito en boca”, donde se debía andar con un palillo en la boca, que era una bendición, pues al menos por este mes, se mantenía cerrada y para completar,- dado que nuestros mayores eran “sobraos” de entenderas, nos enseñaron a jugar a “hablar y no contestar”, manera muy decente de indicarnos a no refunfuñar ni hablar tanto. Había otro consistente en tomar desprevenido al contrincante y con sólo decirle “mis aguinaldos” o tocarle la espalda, se ganaba la apuesta. Por lo regular se disfrazaban para lograrlo. Claro que ahora, ni le han tocado la espalda y ya está uno brincando del susto o levantando arriba las manos.
Se quemaban sacaniguas, que se acabaron como las niguas y se elevaban globos que se perdían en El Achiral o por lados de las Tres Cruces. Las misas del Niño a las cinco de la mañana eran una maravilla. Las madres salían con sus pañolones, las niñas con su pañoleta, para acudir a los santos oficios y el novio por ahí, haciéndose el disimulado. Las trompetas, flautas y tamboras prendían el mecho. Todo era luz y canto bajo el día. Con el nacimiento del Niño llegaban los regalos y nada que fuera obra del papá Noel. Cada quien gozaba su regalo sin ponerse a pensar en los costos de hoy ni hacer odiosas comparaciones. Así transcurrían las festividades hasta el treinta y uno de diciembre, fecha en que se quemaba el taitapuro y se recibía el Año Nuevo con pólvora y globos a lo desgualetao.
Este pequeño recuento, pretende rescatar aquellas costumbres que nos llenaron de amor familiar, nos enseñaron a querer este PIPIAYANCITO inolvidable, reafirmar los valores eternos recogidos en el pesebre bajo la tierna melodía de Noche de Paz, tonada que amenizará los años que nos quedan.
Que la luz del DÍA DE LAS VELITAS y LA ESTRELLA DE BELÉN alumbren el camino de todos los PATOJOS y de los que no lo son y disfruten sanamente de una FELIZ NAVIDAD y un PRÓSPERO AÑO NUEVO.