Psicoanalista Fernando Orduz
COLUMNISTA INVITADO
Expresidente Sociedad Colombiana de Psicoanálisis
Hace un par de meses unos colegas argentinos me pedían que les describiera mi ciudad. Les respondí: Soy de una ciudad cercana al pacífico colombiano llamada Cali, ciudad caliente, calidosa y cariñosa, somos un verano eterno de 30 grados sin sombra, pero con una brisa suave que nos arrulla en la tardes bajando por la cordillera occidental. Nos hacemos llamar la sucursal del cielo y hacemos homenaje de este calificativo porque nos gozamos todo evento danzando al ritmo del son salsero que nos dinamiza desde la cuna. Por eso el grupo Niche tiene un himno musical sobre la ciudad que dice: por las tardes las palmeras se mueven alegres, la noche está esperando.
Hace unos días tuve que cambiar el calificativo, copiando las palabras de un titular de noticias, hoy Cali parece la sucursal del infierno.
La pandemia puso a fuego lento la explosión social que se venía cocinando desde finales del 2019 pero la desmedida decisión de la malhadada reforma, operó como detonante para que los fuegos reavivaran y la lava ardiente de los farallones de bocas silentes, rugió, y su bramido pareció lavar los miedos del tanático dios pandémico que nos enclaustraba. En nuestros territorios hay gente que le teme mas a morir de hambre que a morir por el Covid, -no se sabe cual de las dos asfixia más-. La muerte compa, la muerte es el mensajero ritmaba Rubén Blades.
Nuestro país pareciera estar acostumbrado al homicidio, fratricidio y genocidio. Desde los inicios de la violencia venimos impartiendo justicia por mano y arma propia porque la representante de Temis en nuestro territorio es ciega, sorda y tetrapléjica. El año anterior 309 líderes sociales fueron asesinados; 250 personas que apostaron a la paz han perdido la partida con la parca; mientras tanto un expresidente trata de mostrar que los falsos positivos durante su mandato no fueron 6402, como dice la JEP, sino 2450. Héctor Lavoe, versaba: La calle es una selva de cemento, ya no hay quien salga loco de contento, donde quiera te espera lo peor.
Dos famosos libros escritos sobre nuestra juventud llevan por títulos: No nacimos pa semilla y Ausencia de futuro. Así que…¿Cuál miedo al virus? si la muerte transita en moto y baila con nosotros todos los días de la semana desde hace décadas. Por ello, a pesar de las restricciones de la cuarentena obligatoria, la muchedumbre salió a marchar y a danzar, a protestar y bravear. Nadie se salva de la rumba, cualquiera lo lleva hacia la tumba, canta Celia Cruz
Para los de la extrema derecha, estas marchas son producto de una barbarie castro-chavista que busca desestabilizar el país; para los de la extrema izquierda los actos vandálicos están destinados a justificar un estado de conmoción o alguna medida similar que restaure un orden. Cuando Colombia se independizó empezamos una guerra civil entre centralistas y federalistas, un período que se llamó la patria boba… pareciera que no salimos de la bobería de dividirnos entre unos y otros. La polarización nos tiene desgarrados, parecemos una psique escindida que solo ve el mal en el otro y el discurso salvador en las razones propias. Quítate tu pa’ ponerme yo, así iniciaban algunos conciertos de la Fania.
En estos días, la masa joven y adulta, desencantada del orden sociopolítico regente pero aún llena de utopías, puebla las calles marchando al son del sabor dulzón de las melodías, pero su canto muda bajo el estruendo poco melódico de las bombas ensordecedoras, del fuego destructor y del ruido vandálico de la muerte. Quiero morirme de manera singular, quiero un adiós de carnaval, cantan en otro de nuestros himnos bailables. Como en una escena de Apocalipsis Now, cada tanto el zumbido de esos mosquitos metálicos llamados helicópteros atraviesa el cielo azul, pero no bajo el sonido de la cabalgata de las valquirias. En la ciudad que nació de una sonrisa de dios sobre la tierra hoy el demonio baila, en clave musical de 3 x 2, sobre el verso de una famosa canción de nombre Canela: aquí murió un corazón rumbero.