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FERNANDO SANTACRUZ CAICEDO
La Minga Indígena tiene una connotación que trasciende la movilización y el ejercicio del poder de las comunidades aborígenes; por ello, hay que ubicarla en el escenario de la Protesta Social Generalizada. Se erige como una forma de expresión de la consciencia comunitaria y como dispositivo formidable para alcanzar las reivindicaciones populares.
Como como sujeto social la Minga resulta muy peligrosa para el sistema, porque éste entiende qué representa y qué podría ser. En el capitalismo, el mercado es la continuación de la guerra por otros medios y la competencia incita a la destrucción del “otro”, porque aniquila sus medios económicos de reproducción. Mientras se agudizan las contradicciones entre la abundancia material y la miseria, las restricciones a la democracia formal y a los anhelos populares, despierta la consciencia social y la disposición para luchar por la transformación cualitativa del orden existente.
Los adalides de la oligarquía claman por judicializar penalmente a los instigadores de la protesta y hacer efectiva su responsabilidad civil extracontractual; concomitantemente, el Embajador yanqui interviene descaradamente ante el Congreso para que apruebe las objeciones a la JEP y el Canciller colombiano despotrica contra el gobierno de Maduro. ¡Todo denota caos, perturbación y desorden! Ante la imposibilidad de modificar el sistema capitalista y la democracia burguesa, el sujeto social impele la necesidad de instaurar una sociedad más justa, equitativa y libre.
En palabras de Marx, “Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua”.
La desaparición del capitalismo contemporáneo se deriva de tres discusiones: i- El agotamiento estructural de las instituciones básicas del sistema; ii- El surgimiento de estructuras constitutivas, en el seno de la nueva civilización postcapitalista; y, iii- la evolución social de la humanidad. Ello exige develar los mitos de la democracia formal: iLa soberanía: es el poder omnímodo del pueblo. Para ser ejercida se delega en representantes -presidente y congresistas-, quienes sustituyen a sus electores, sirviendo a dos amos: las élites gobernantes y sus propios intereses. ii- La Ley: se origina en los intereses de gobernantes y legisladores, quienes usurpan las aspiraciones del pueblo y lo manipulan mediante el “consenso”. El congreso es una subasta donde se reparte el poder y la riqueza social entre los grupos de la élite, los partidos políticos corruptos y los oligopolios transnacionales. iii- La División de Poderes: ¿Cómo puede garantizarse la libertad, la justicia y la equidad, si los tres poderes -legislativo, ejecutivo y judicial- están controlados por el mismo grupo social dominante, sin representación de las diferentes clases que conforman la sociedad? iv- El Sistema Electoral: supuestamente, garantiza la participación y decisión de las mayorías en los asuntos públicos; el acceso del pueblo al poder del Estado. Realmente, asegura la élite en el poder estatal. Y, v- La Globalización: comprime a su mínima expresión la “soberanía” de los Estados nacionales, que padecen una doble dominación: a) en lo político, militar y cultural, están sometidos al Estado regional y al Estado global; b) en lo económico, dependen del mercado regional y del mercado global.
El Estado capitalista es un aparato de clase y representa los intereses oligárquicos. La democracia real niega la dominación del capital. Según Hegel, sólo un “Estado Ético” puede garantizar el bien público frente a los intereses particulares. La democracia participativa prioriza los intereses generales sobre los individuales. ¡Apoyemos irrestrictamente los objetivos de la Minga Indígena!
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