Perdido en el laberinto de su mente durante años no supo ni quién era, de donde era y mucho menos podía recordar su nombre, Nacho se lo denomino, y así poco a poco comenzó a reconocer el nombre e identificarse con él. Su mundo era el silencio, su universo lo desconocido, su única manera de comunicarse, la mano estirada. Así vivió durante años en una de la calles de esta ciudad, Popayán. Los cartones, de la noche lo protegían, pero muchos transeúntes podíamos pasar por encima de él sin percatarnos que un ser humano se ocultaba de su angustia y huía de su pasado. Es así como este hombre, si es así que se le podía denominar, pues la mísera vida que le toco no sólo le arrebato lo mínimo, la familia, sino que lo lanzó a la intemperie.
Nacho es uno más de los habitantes de la calle, de esos que duermen, comen de los tarros de basura, y permanecen con ropas sucias y roídas que expelen el olor de la pobreza y el olvido. En el contexto de la arquitectura de una ciudad de tradición podríamos ver que este panorama no encaja, como no encaja en ninguna ciudad del mundo. Son seres anónimos y podríamos llamarlos también desterrados.
Nacho necesito del hilo conductor y constructor del ser humano, un poco de afecto, calor fraternal, un saludo y un nombre comenzó a rescatarlo de su limbo en el cual uso como refugio durante tres décadas. Poco a poco reconstruyó su pasado, su origen y en su rostro se dibujo la sonrisa ausente, tan ausente como su historia.
Recordó que el alcohol lo llevo por caminos desconocidos, cambio su familia por la calle, y utilizó oficios de supervivencia para defenderse de lo agreste de su nuevo hogar. Ahora ya no es Nacho su nombre, y en su nuevo mundo al cual arriba con temor, con tanto temor que desea continuar estirando la mano para según él con las limosnas que recibe pagar su libertad.
El oficio de Nacho, uno de los más antiguos afloro cuando recuperaba su conciencia, con su ágil mano y la pericia de los dedos índice y el llamado del corazón como un haz penetraban en el bolsillo de sus cuidadores extrayendo el billete de dos mil o la moneda resbaladiza de sus bolsillos, había sido en su juventud un ladronzuelo. Esperamos que en el año que viene el 2015 nos libre de muchos ladronzuelos expertos en meter la mano en el erario público, pero que no son habitantes de la calle sino personajes del gobierno.
A viejo oficio, perdición de la humanidad.
Comentarios recientes