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Por: Marco Antonio Valencia Calle
Después de una intensa vida pública como político, abogado y periodista, a sus 80 años, Omar Henry Velasco nos entrega un legado literario e histórico de 600 páginas, sin precedentes: la biografía del general Tomás Cipriano de Mosquera, quien fue cuatro veces presidente de Colombia, y es recordado con una estatua de bronce en la sede del Congreso de la República de Colombia, por ser quien firmó el decreto de su construcción, en el año 1846.
Mosquera, ilustre payanés, fue genio y figura en la región, pero logró tener tanto poder y tanta riqueza, que, durante medio siglo, no se hizo nada en Colombia que no tuviera su aval; o, al contrario, no se hizo nada en política que no fuera encaminado a derrotarlo.
Origen del libro
Tenía en mente escribir la biografía del general José María Obando, líder popular, de ideas liberales, de gran calidad humana; pero, al ingresar al archivo de la Universidad del Cauca, me encontré con una documentación importante sobre Mosquera (cartas, proclamas, manifestaciones, artículos y documentos detallados de su vida y obra). Una vez comencé a leer no pude parar, y durante cuatro años aprendí mucho sobre lo acontecido en Colombia entre 1820 y 1880.
Merced a las cartas y documentos privados del general, conocí episodios claves que ocurrieron debajo y sobre la mesa en la construcción de la patria. Pero, igualmente, la importancia de José María Obando y de José Hilario López para la Nación.
Biografía, o novela histórica
Yo la llamaría historia novelada, en la medida en que estamos frente a la historia nacional, con personajes reales presentados por algunas estrategias de la ficción. Sobre cada detalle y episodios del libro, el lector podrá encontrar otras fuentes de información para saber más.
Un personaje de novela
Mosquera trató de ser a imagen y semejanza del Libertador Simón Bolívar. Todo lo que hacía pensaba en imitarlo, agradarlo o superarlo. Me llamó la atención su afán por ser un hombre superior, y su deseo consciente de sentirse el estadista que Colombia necesitaba. Algo más: quería pasar a la historia como un amante extraordinario. Era dadivoso con las féminas. La vida de Mosquera no se entiende sin una mujer a su lado. De esa época nace una frase muy payanesa: «Los patojos son malos esposos, pero buenos amantes».
Si hubiera vivido en nuestra época sería un playboy. Era vanidoso y pulcro, y vestía con elegancia. Se hizo comprar vestidos confeccionados por los mismos sastres que le cosían a Napoleón Bonaparte.
José María Obando
Obando fue hombre carismático y líder popular innegable. Llegó a la Presidencia de la República con la mayor votación hasta ese momento en el país, pero cuando se le requirió en el Gobierno, falló. Se cumplió el designio de una de sus dos esposas: «Eres hombre para la guerra, no para el Gobierno». Obando no fue capaz de gobernar el país, aunque tenía todas las capacidades para hacerlo.
La enemistad entre Mosquera y Obando
Cuando Simón Bolívar estaba en Lima, siendo presidente de Perú y Bolivia, se dejó aconsejar mal, y decidió que, para salvar a Colombia, territorio por entonces plagado de conflictos, intereses e indisciplina política, tuvo que imponerse como dictador; regresó a Bogotá con ese exclusivo fin. Pero Obando y José Hilario López se le opusieron, y se levantaron en armas. Mosquera se enfureció en la medida en que era amigo de imponer la dictadura. De allí nació esa enemistad que dañó familias y economías, e incluso dejó muchos muertos.
Un autodicta
Tomás Cipriano no fue hombre titulado, no era exalumno de un gran colegio o una universidad de la época. Era un autodidacta, y aun así se entendía con su primo Francisco José de Caldas cuando hablaban de astrología y de las ciencias naturales, como pude comprobar en la extensa correspondencia cruzada entre los dos. Escribió el libro titulado La geografía de Colombia, pensado que lo que le convenía al país en ese momento, para su desarrollo, eran vías de comunicación hacia Venezuela, Panamá, Ecuador y Buenaventura. Incluso, propuso la vía Popayán – Guapi, que no progresó. ¡Todavía no se hace! Otro cantar sería del Cauca, si tuviera vía al mar. Su abundante correspondencia nos revela a un hombre bien informado en todo sentido.
La relación con la Iglesia
Su enfrentamiento con la Iglesia católica no fue de carácter teológico, sino económico. Cuando llegó a la Presidencia de Colombia se dio cuenta de que la Iglesia poseía casi la mitad de las mejores tierras de la nación, pero que, además de improductivas, no estaban en el torrente económico del país; por lo tanto, decidió tomar acciones al respecto.
Alguna vez, por problemas de salud, casi muere; en presencia de sus hermanos, se arrodilló y pidió perdón por sus acciones contra la Iglesia. Una vez repuesto, salió a decir que su arrepentimiento fue un delirio causado por la enfermedad.
Masón en grado 34
Mosquera se relacionó con masones de Venezuela, México y Europa. Estuvo pendiente de su organización, y le dedicó tiempo al asunto. Por su genio y prepotencia, y su deseo de sobresalir ─como lo hizo en todos los campos─ se hizo nombrar masón en grado 34, aunque el grado máximo que existía era el 33.
Hombre de amores mil
La vida amorosa de Mosquera es una novela aparte. El amor y las mujeres fueron su debilidad. Enamorarse de Susana Llamas, mujer tan bella como sensual, fue su osadía más grande. Siendo presidente, llegó a decirle al general espina, su confidente, que estaba más enamorado que cadete a los 18 años, y por eso se la llevó a vivir al palacio presidencial. Tuvo muchas amantes, en cada ciudad que estuvo, por razones diplomáticas, dejó una historia de amor.
Doña Mariana Benbenuta Arboleda, su esposa, fue una mujer fuera de lo común: educó a sus hijos, acogió a los propios y a los extraños, administró minas y haciendas de la familia, brilló en la alta sociedad inglesa cuando a ella y a su hija Amalia se las invitaba a festividades importantes, se quejaba de las ausencias de Tomas Cipriano, pero no se dejó influenciar de lo que decían de Mosquera, entendió al país en que vivía, entendió al Gran General, y desapareció de los suyos sabiendo que siempre había entendido y amado a su esposo
Era de los pocos granadinos con visión universal para su época. Le gustaba viajar, y aprender idiomas. Estudió Genealogía, y se ufanaba de ser gran general de Colombia, primo de Eugenia de Montijo, descendiente de doña Urraca, pariente de Garcilaso de la Vega, del príncipe Moscovita Dórica y de Ramiro Segundo de León, entre otros personajes. Mediante documentos que no vi, por lo tanto, no me consta, dicen que se presentaba en Europa como descendiente de Carlos Magno.
Los negocios del general
Fue un hombre rico, dueño de minas en Barbacoas, Santa Rosa y Timbiquí. Tuvo negocios de transporte en Panamá, y un almacén en Nueva York, además de negociar con esclavos para el Perú. De toda esa riqueza hoy queda poco. Tal vez, la Hacienda de Coconuco, una de las más importantes del país en su época, a la que le dedicó mucha atención, y trajo cosas de todas partes del mundo para engrandecerla.
Época gloriosa
Una vez se terminó la esclavitud en Colombia, las haciendas y las minas que dependían de Popayán dejaron de producir, y los patojos se empobrecieron. La época de Mosquera, Obando y López fue la época gloriosa de Popayán. Luego que ellos desaparecieron, físicamente, la ciudad cayó en decadencia, porque coincide con la terminación de su riqueza. Ocurrió, además, que Popayán dejó de ser una vía de paso obligado, porque Buenaventura le quitó el negocio, y los caminos del Quindío hicieron que el paso por Guanacas quedase relegado.
El legado de mosquera
Mosquera se posesionó cinco veces como presidente de Colombia, algo todavía insuperable hoy. De las Presidencias de Obando, Mosquera y López, a la capital del Cauca le queda la gloria, nada más. La que debió hacer Mosquera, pero no hizo, fue la vía al mar para unir a Popayán con Guapi, una empresa que alcanzó a imaginar.
Popayán y el Bicentenario
Popayán fue la gran sacrificada en las guerras por la independencia. La ciudad perdió toda su riqueza, porque tanto españoles como patriotas venían a saquear las casas y las haciendas para proveerse. La nación tiene una deuda social con la ciudad que Simón Bolívar intentó compensar al ordenar la creación de la Universidad del Cauca. Por eso no hay que dejar morir la Historia de ciudad y sus personajes; tenerla presente es recordarle a la nación que la ciudad todavía espera grandes obras en compensación a su sacrificio.
Popayán en el futuro
Como en doscientos años de vida nacional se ha hecho tan poco por esta ciudad, de 482 años de fundada, aquí está todo por hacer. El turismo es y será la gran empresa del futuro. La Central Hidroeléctrica de Arrieros del Micay podría producir la energía y los dividendos económicos que el Cauca necesita. La ciencia y la tecnología, aupadas desde las universidades, podrían poner la ciudad en los primeros renglones de la economía nacional. Veo una generación de jóvenes a quienes no les asusta hacer un cheque de diez o quince ceros a la derecha, y eso es un despertar. Soy optimista con el futuro del Cauca, y con el liderazgo de las nuevas generaciones.
Qué espera como autor
Hacerle un llamado de atención al Gobierno nacional, a cuyos orientadores se les ocurrió acabar con la cátedra de Historia. Eso fue un atentando contra con el ADN de las personas. La Historia es fundamental para saber a dónde vamos. Escribí este libro para que, por lo menos, conozcamos la Historia de Colombia del siglo XIX, época en que, políticamente, se forjaron los cimientos de la nación.
El autor
OMAR HENRY VELASCO, nació en Popayán, en el seno de una familia tradicional de la ciudad. Estudió Derecho en la Universidad del Cauca, ejerció su profesión, al tiempo que intervino en política y periodismo; colaboró con varios periódicos de Popayán y Bogotá.
En 1979 actuó como embajador extraordinario y plenipotenciario de Colombia ante la sesión 34 de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Viceprocurador y procurador general (e.) de la nación, finalizó su carrera pública como director nacional de Instrucción Pública. Actualmente se dedica a la investigación histórica y al periodismo de opinión.
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