La guerra y el neoliberalismo la mejor alternativa

MATEO MALAHORA

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No acudo a colocarle paréntesis al título de esta columna porque esa es la expresión privada y pública de quienes en los altos círculos del poder mundial consideran que, por sus altos beneficios económicos, que la guerra y el neoliberalismo constituyen la mejor opción para el desarrollo del planeta.

La guerra, para el mantenimiento del poder, es considerada como una forma violenta ineludible, por razones históricas, para resolver los antagonismos entre Estados, grupos de oposición acérrimos, fanáticos o fundamentalistas.

Visto así el paisaje y el horizonte conflictivo de las sociedades, consideradas como escenarios para consolidar mercados, se requiera justificar los conflictos bélicos y para legitimar el panorama se necesitan instrumentos capaces que acrediten moral y políticamente las cruzadas para la imposición de la paz mediante el exterminio del otro y, naturalmente, la elaboración de la imagen del enemigo se deja en manos de los medios de comunicación que pertenecen a los grandes conglomerados económicos mundiales.

Montañas de libros, revistas, infinidad de foros, miles de columnistas, avezados hombres y mujeres de la radio, voces de mandatarios y ex mandatarios magnifican la imagen del enemigo y consideran obtusos y hasta ineptos y tarados a quienes creen en las doctrinas de la no violencia y la solución pacifica de los conflictos, cualquiera que sea su naturaleza.

No están muy lejos los tiempos en que las grandes potencias, naciones desarrolladas, como placenteramente les llaman los politólogos e intelectuales proclives al neoliberalismo, en que las potencias mundiales se dividieron los países y sus mercados para recuperarle al mundo su gloria perdida.

En ese camino, para justificar el neoliberalismo como la mejor alternativa para la convivencia humana, leemos a los expertos en el mantenimiento del confusionismo económico y las teorías del orden social que difunden los emprendedores y operarios que justifican el modelo de desarrollo vigente y hallamos expresiones ideológicas como las siguientes:

Para disminuir el gasto público, gastos estatales de funcionamiento, hay que acudir a la tercerización o contratación de mejores empresas privadas que por su prestigio prestan mejores servicios que los ofertados por el Estado que es mal administrador y corrupto.

La economía de un municipio, de un departamento, de una nación estará en manos de empresas o corporaciones privadas porque ofrecen mejores productos y servicios, argumentando que sus iniciativas son superiores a las iniciativas del sector público y en esa dirección las empresas privadas, que son competitivas, podrán superar las deficiencias del Estado.

Todavía los mandatarios o gobernantes cuando justifican la entrega a particulares de los servicios públicos hacen simplemente las tareas dejadas por los economistas del siglo XVIII para el advenimiento feliz de la “riqueza de las naciones”, en tanto que hoy los pobres del mundo aumentan vertiginosamente, mientras el poder financiero se acumula en un punado de magnates en el mundo, que van, ya, hasta por el agua de Marte.

Y, naturalmente, el neoliberamismo es atractivo para los terrícolas que están ávidos de bienestar fugaz, tanto más porque sus pilares conceptuales se levantan sobre la libertad de las personas, como el medio insustituible para desbloquear la pobreza y lograr la comodidad, la dicha y la fortuna, que no está muy distante de las imágenes que nos ofrece un celular.

Fuera del neoliberalismo, lo proclaman los propietarios de la economía mundial, no hay salvación; el confort, la abundancia, la tranquilidad, la buena suerte, la paz y el desarrollo social se alcanzan si elegimos y apoyamos mandatarios neoliberales y, sobretodo, si defendemos pactos neoliberales, al margen de la economía neoliberal solo queda la desdicha y la presunción del Estado moderno.

Por eso produce hilaridad que aún se habla de países en vía de desarrollo o de tercer mundo, cuando es incuestionable que los países desarrollados -capitalismo avanzado- garantizan, o por lo menos lo tratan, de manera global, de asegurar a su población la satisfacción de sus necesidades básicas, mientras que los países objeto de las políticas neoliberales no lo conseguirán a ningún precio, si no modifican su posición subalterna frente al poder financiero multilateral.

Neoliberalismo y guerra hacen parte de la ideología, pues se difunde la creencia de que la mejor sociedad es la que permite la libre competencia, sin limitaciones constitucionales o legales anti monopólicas, que incluso puede acudir a la guerra para lograr su propio bienestar y que es mejor que funcione a todo vapor el libre juego del mercado.

E, infortunadamente, nuestros municipios, nuestros departamentos, cuando participan en ese libre juego del mercado, donde al jugar la economía lo que se está jugando la vida de los pueblos, llevan las de perder porque los estrategas de los negocios juegan con cartas marcadas.

Mientras tanto, que haya ideologías conservadoras que defiendan la guerra es entendible, pero que el liberalismo colombiano calle ante las políticas neoliberales, produce vergüenza. Hasta pronto.