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HORACIO DORADO GOMEZ
A lo largo de la historia podemos afirmar que la sociedad ha evolucionado. Vivimos en la época de las luces, la era de las comunicaciones. Gozamos de herramientas para intercambiar mensajes en cuestión de segundos, llegamos a donde queramos. Es una evolución vertiginosa basada en el avance tecnológico. En ese avance, las máquinas llegarán a reemplazar a las personas en muchísimos puestos de trabajo. Las personas estarán cada vez más apoyadas e influenciadas por el maquinismo. Sin duda, esta sociedad se dirige, hacia donde no va a tener la fortuna de alcanzar el bienestar al que tuvo en el siglo XX. A pesar de vivir en la era de la información, las personas cada día tienen menos conocimiento.
No pretendo demeritar la importancia, desde ningún punto de vista, a la tendencia mecanicista y `tecnologizante`, sino del abuso que se le da y el resultado de la educación del nuevo siglo. Innegable los adelantos. ¿ Pero a costa de qué?
Para muchos, en estos tiempos del dinero y la corrupción, estudiar la ciencias humanas, no produce dividendos económicos, porque les parece cuestión de anquilosamiento ante los avances de la tecnología, que le permite al hombre llegar a la luna. Pero, dónde quedan los principios morales, éticos y altruistas de la especie humana por el respeto a sus congéneres y a la naturaleza, cambiados por el dinero, el desamor, la guerra y la violencia. Hoy, las humanidades son poco atractivas, consideradas un legado arcaico. Vamos hacia una sociedad cada vez más inculta, más pobre, con más tiempo libre y con pensamientos más radicalizados.
A este país destacado por altos niveles de intolerancia y violencia, con una historia de décadas de conflicto continuo., vale la pena recordarle a Sigmund Freud cuando afirma que todo lo que trabaja para el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra. Y el pensamiento de Kofi Annan, premio Nobel de Paz y ex secretario general de la ONU, diciendo que, la educación extensiva a la cultura: “Es la primera condición para la libertad, la democracia y el desarrollo sostenible”.
Se trata en estos tiempos “modernos” de abogar por la restauración de algunas de las reglas desuetas que preconizó Carreño, que eran de buen recibo en la época en que escribió su texto, para rescatar muchas de sus pautas de Urbanidad, las cuales son el resultado de siglos de civilización que apuntan a mejorar la convivencia, con elementales normas como saludar, comportarse bien en la mesa, ceder el puesto en los buses a las damas y ancianos, respeto por la diferencia, no como rituales vanos, sino como ejemplos de tolerancia y de acatamiento a los derechos humanos.
El problema radica en que vivimos en una sociedad en la que prima la ignorancia, y el salvajismo. Triste que vivamos en una incultura voluntaria en el nadie se avergüenza de su falta de conocimientos. Y, lo peor, que sea aceptado por el resto como algo normal. Incultura que impregna desde los jóvenes estudiantes, hasta los más veteranos “doctores” en el diario vivir.
Civilidad: En Popayán hicimos tránsito del dulce ritual de Carreño a la pútrida vulgaridad.
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