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Por: ELKIN QUINTERO
Las palabras actúan como dioses protectores que a través del tiempo y del espacio nos han entregado armaduras con microscópicas partículas sanadoras y que solo cumplen su cometido por obra y gracia de los lenguajes. Los seres que optan por escribir como acto de purificación buscan explorar con las palabras el sentir humano y son ellas, las encargadas de construir y reconstruir los significados de las experiencias humanas.
A través de la historia, desde las épocas antiguas, desde Aristóteles hasta Gabo y muchos más, lograron bordear los síntomas de esas intimidades enfermas y con diversas figuras literarias y estilos, construir experiencias significativas para dar alivio, fe, alegría, esperanza a los lectores, o buscar un momento de reflexión sobre el quehacer humano.
La escritura y la lectura son formas de producir catarsis en la existencia. Quien escribe, el autor, experimenta catarsis sacando sus fantasías e imaginaciones de sus energías creativas, poniéndolas en palabras escritas, y quizás leyéndolas al ser publicadas. Para un escritor que procesa y filtra sus experiencias y vivencias de la vida a través de sus lentes creativos, escribir es definitivamente un acto catártico. La creatividad, en cualesquiera de sus formas expresivas, es una energía poderosa que contiene en si misma otras energías, como el amor, la ira, el miedo, la vergüenza, la culpa. Todo escritor procesa estas energías en sus actos escriturales, y estos actos son sin lugar a duda actos de catarsis o liberación.
Cuando el lector se sumerge en los mundos imaginarios y fantasiosos creados por el autor, su mundo afectivo y mental pasa por múltiples catarsis psico-emocionales mientras lee. Por lo general, el lector se conecta con un autor y una escritura que entonan con su estado afectivo. Este es un terreno fértil para recibir y experimentar catarsis mientras se practica la lectura. Así que, la escritura es un acto catártico para ambos, quien escribe y quien lee.
La escritura y la lectura producen una mutualidad catártica casi perfecta, que sigue las reglas universales de la ley de la atracción que dice que, las energías iguales se atraen, mientras que las energías disimiles se repelen.
La escritura y la lectura son actos mágicos, que contienen el poder de producir catarsis en sus protagonistas, generalmente gratis o a muy bajos precios. En suma, escribir y leer son armas para explorar el interior de uno mismo y que solo buscan contactarnos con lo más interno de nuestro ser. En esa intima aventura se busca construir un espacio de bienestar.
En uno de sus tantos versos Pablo Neruda dijo que “mis criaturas nacen de un largo rechazo” y estaba en lo cierto ya que escribir muchas veces se convierte en un acto de rechazo ya que escribir es en la suma total de las emociones, rechazar. Luego, Cortázar dijo que los mejores cuentos deben ser producto de estados neuróticos, de pesadillas y de alucinaciones, y Octavio Paz, lo confirmo al decir que si se tiene un problema la mejor maestra es la literatura.
En este sentido, la escritura tiene funciones creadoras. La que más llaman poderosamente la atención sin orden lógico es la escritura; al escribir nos contactamos con un espacio de confianza. Luego como por arte de magia logra conectarnos con un estado emocional y sin ningún rito experimentamos y creamos soluciones originales a las múltiples dolencias. Las letras ya paridas actúan como dones divinos que aclararan nuestros pensamientos.
Cada frase se convierte en un trampolín místico para que podamos atrevernos a poner en escena el mundo interno que por ratos nos aflige y como si faltara un elemento constructor, las silabas unidas de forma magistral entre sí construyen de nuevo un puente consigo mismo y con los demás.
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