MIGUEL CERÓN HURTADO
Ya antes lo habíamos escrito y muchos comentarista lo habían señalado, pero creo que nadie había imaginado el efecto de la pandemia en la celebración navideña y el impacto en las costumbres que estaban arraigadas en la cultura nacional, por lo cual ha sido un dolor de cabeza para los gobernantes territoriales frenar el ímpetu de la celebración con los riesgos que esto trae para la salud humana. Pero es que las prevenciones sanitarias golpean lo más profundo del corazón humano que lleva empotrado el fervor familiar propio de la festividad de fin de año.
Yo creo que son muy pocos quienes recuerdan el origen religioso de esta celebración que data desde el siglo III, porque, si bien todos hablan del Niño Dios, por encima colocan un paquete de satisfactores de necesidades humanas que han hecho de este período un componente de la calidad de vida. El fraternalismo se remueve y con mayor razón los aspectos filiales de la vida humana, constituyendo un componente social que enriquece la esfera emocional y efectiva de la persona y con ello las granes alegrías y satisfacciones que se viven en esta época.
Pero la pandemia está destruyendo ese patrimonio cultural y con ello impidiendo que la comunidad disfrute y reciba el beneficio sentimental de la celebración. Este año se aprecian profundos cambios que han penetrado los sentimientos y producido un choque anímico que está deteriorando las más profundas expresiones ideológicas de la vida social. Durante el año se afectó el empleo y los ingresos familiares, el aislamiento generó problemas sicológicos, propició cambios en usos y costumbres tradicionales en la vida social y ahora, para rematar el calendario, se afectó la celebración navideña con todo lo que esto significa en el imaginario colectivo.
Recreación, esparcimiento, solidaridad, integración, afecto, compañerismo, amistad, alegría, satisfacción y muchos otros factores que se asocian a la celebración, están siendo afectados produciendo cambios que seguramente no volverán a la normalidad tradicional. En muchas casas no habrá cena de navidad ni de año nuevo con el significado sentimental que este ritual contiene y no se sabe cuáles serán los efectos que esto traerá, que seguramente no serán trascendentales pero que representan cambios en la cultura enraizada desde antiguos orígenes ancestrales.
Cambios en el uso del espacio público, en la forma de trabajar, en la técnica de estudiar, en la realización de trámites, en la prestación de servicios institucionales, en la relación de amistad, en las relaciones amorosas y hasta en la forma de saludar, fuimos presenciando durante el año, hasta que llegó diciembre y ahora toca ver el caso de más impacto porque toca las fibras más profundas de los patrones mentales que hacen parte de la vida humana. Definitivamente, sí es verdad que la vida cambio y así como aparecerán cambios profundos en la actividad económica y probablemente en la modalidad de capitalismo, también se vendrán modificaciones en el total de la vida social que conducirán probablemente a la conformación de un nuevo ser social posteriormente de que afrontemos la presente calamidad navideña.