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Por: Mónica Chamorro Mejía
Conocí a Juan Esteban Constaín un jueves por la noche en una tasca, un embrión de restaurante, discoteca y bar de no muy buena muerte. Abría todos los jueves en la noche y allí se reunía una buena porción de jóvenes -y no tan jóvenes- trasnochadores que declaraban que el jueves no se llamaba jueves sino «juernes» y que no tenían reparos en acabar lo empezado el juernes en la noche la madrugada del domingo.
Nosotros, Juan Esteban y yo, pertenecíamos a la porción de los muy jóvenes pero no lo sabíamos, nos parecía que éramos ya viejos, plenos de ancestral experiencia, y a partir de ese primer jueves y en muchos jueves sucesivos, nos dimos cita en la tasca para beber y bailar y sobre todo para hablar de lo divino y lo humano. Lo primero que me impactó en Juan Esteban fue su interés desbocado por todo y por cada cosa de este pérfido mundo. Todo llamaba su atención y cualquier persona o situación, incluso las más paupérrimas o escuálidas, bajo el lente de su interés, solían convertirse en frases agudas, cortantes, llenas de un humor negro, muy «British».
De esa primera noche recuerdo sobre todo su amor por el Cuarteto de Liverpool, en particular por Paul Mc McCartney y por Simón Bolívar. Respecto de este último, llevo grabada en la memoria una observación que me hizo entender quién era Juan Esteban. Hablábamos de las fatigas del Libertador en las guerras de Independencia y él observó que bastaba una sola cosa para mesurar la grandeza de Bolívar. Yo pensé inmediatamente en la Campaña Admirable y alguien más mencionó el «Discurso de Angostura», pero Juan Esteban nos corrigió:
-Basta subirse a un caballo e irse hasta el Ecuador.
Todos nos reímos y pensamos que tenía razón, pues Bolívar no solo había viajado muchas veces desde Popayán hasta Ecuador, sino le había dado varias veces la vuelta a América a caballo y eso era, más allá de las discusiones políticas, de una grandeza universal. Supe entonces que Juan Esteban llegaría a ser lo que le diera la gana, incluso Sir Paul McCartney o un gran escritor y que cualquier cosa que saliera de su ingenio sería amena e inteligente, capaz de descongelar las miradas oficiales y de impregnar de vitalidad lo sacramental.
Efectivamente se convirtió en esto último y sus libros, que hoy atraen lectores, atención y premios, como el que de otorgó la Universidad EAFIT (Biblioteca de Narrativa Colombiana) por su novela «El hombre que no fue jueves», nos llevan al centro de una literatura de marcada vocación universal que no se plantea límites geográficos y que nos involucra en un juego en el que es imposible saber si nos encontramos en los terrenos de una cuidadosa reconstrucción histórica o en el dominio de la imaginación.
«El Naufragio del Imperio», «!Calcio¡» o «El hombre que no fue jueves», son novelas en las que el gusto por la historia, la seria y oficial, registrada en los anales, es el principio -o quizás el pretexto- para la creación de personajes y tensiones narrativas que se desplazan sin esfuerzo hacia el dominio de lo ficcional. En la literatura de Juan Esteban Constaín el lector no puede evitar dejarse caer en los entresijos de una trama que, sin renunciar a los giros propios de la narrativa decimonónica, incluye lo experimental. La voz del narrador, potente y erudita, nos conduce, en medio de las tensiones entre lo histórico y lo ficticio, al puro placer literario.
Precisamente, este aspecto relacionado con la reiteración de temáticas históricas podría llevar a una errónea clasificación de Juan Esteban Constaín en el ámbito aquellos escritores que se ocupan exclusivamente de la narración histórica como fenómeno editorial y dejan a un lado cualquier pretensión estética o de contenido. Mas no es este el caso. Su literatura tiene otros alcances. La complejidad de los planos narrativos, las historias encajonadas, el uso de la reescritura, la ironía y la analogía, lo ubican plenamente en el centro de la corriente de renovación post-moderna de la narrativa en habla hispana.
Juan Esteban Constaín es un escritor plenamente post-moderno, y en este sentido representa esa negativa de nuestra literatura a dejarse agotar por el monumental modelo que constituyó García Márquez y su «realismo mágico» y que afirma que la historia nos se ha terminado, aun ante la crisis de todas las ideologías. La historia, para este notable escritor payanés, es algo que puede reescribirse. Inventarse nuevamente, hacerse mejor o peor -eso no importa- pero su manipulación nos permite entender que incluso la tenue línea que separa lo realidad de lo ficcional, es una convención más.
La literatura de Juan Esteban Constaín es una declaración contra el fundamentalismo de las miradas que pretenden que la realidad es solo una y no ese todo plural, resbaloso, lleno de los espejos y espejismos, de la actualidad informática e interactiva. Juan Esteban nos hace un guiño desde las páginas de sus novelas para decirnos que la angustiosa incertidumbre del mundo en el que vivimos puede resolverse en un juego de planos virtuales, pues ningún paradigma es lo suficientemente consistente y real como para no ser puesto en entredicho. Y este es un mérito inapreciable en una realidad contemporánea en la que los fundamentalismos de todo tipo, religiosos y políticos, nacionales y extranjeros, consideran inaceptable la sátira y la ironía y pretenden extirpar la capacidad de reescribir la propia historia.
Por: Juan Carlos Pino Correa
En algún momento del año 2013, no recuerdo muy bien el mes, mientras tomábamos un café en Bogotá, le pregunté a Juan Esteban Constaín por el tema de su siguiente novela, después de la excelente recepción de «¡Calcio!» Él me respondió que estaba empezando a escribir una historia sobre una propuesta de canonización del escritor inglés G. K. Chesterton por parte del Vaticano. Yo no le conté que en mi infancia almaguereña había leído «El candor del padre Brown» porque recordaba muy poco de aquel libro que hacía parte de la biblioteca contemporánea de Editorial Losada que había en casa y que fue la culpable de que yo habitara luego, a veces dando tumbos de ciego, los caminos y territorios de la literatura. Ese libro aún lo tengo.
El caso es que eso me dijo Juan Esteban de su novela en ciernes, y cuando apenas salió publicada con el título «El hombre que no fue Jueves» la compré con premura en el primer lugar donde la ofrecían en Popayán. Entonces la devoré en un par de días y me di cuenta de que sí, que la historia que allí se contaba era la fallida canonización de Chesterton. En lo primero que pensé fue en todo lo que había entre la brevísima sinopsis que había hecho Juan Esteban en Bogotá y el libro que tenía en mis manos. Y sé, por experiencia propia, que hay un largo camino recorrido entre una cosa y la otra. Entonces no pude evitar imaginar al autor payanés esbozando los personajes de la novela: Giacomo Girolamo Casanova, Cinzia Crivellari (profesora de Historia que “jamás enseña temas ni cosas sino pasiones”), los sacerdotes Giuliano y Vincenzo, Jorge Bergoglio y Benedicto XVI, entre otros.
Y no pude evitar imaginar a Juan Esteban quizá sonriendo cuando decide proyectar un narrador de corte autoficcional; es decir, donde nosotros, los lectores, podamos pensar que ese narrador es el propio Juan Esteban Constaín, un joven escritor que ha vivido en Italia con sus hijas y es capaz de hacer traducciones del latín y del inglés de los bárbaros. Lo imaginé sonriendo porque Juan Esteban sabe que la autoficción es la biografía puesta en duda y porque sabe que en el universo literario el narrador es distinto al autor, aunque a veces se llamen igual o coincidan muchos detalles de sus vidas, como por ejemplo que para buscar un seudónimo se opte por Percy Thrillington.
En definitiva, el Vaticano contacta subrepticiamente a un latinoamericano que vive en Padua y que ha adelantado estudios de posgrado en Venecia para que traduzca con la más absoluta confidencialidad unos documentos que hacen parte del expediente Chesterton. El proceso de canonización del escritor se apoya, entre otras cosas, en las notas escritas en 1972 por un novicio jesuita llamado Jorge Bergoglio y cuenta con el beneplácito del papa Benedicto XVI.
En la novela se señala que canonizar a Chesterton era una obsesión de Juan XXIII desde su llegada al Vaticano en 1958. En referencia a su interés por acercarse a la Iglesia de Inglaterra, aquella que creo Enrique VIII por dar rienda suelta a su pasión por Ana Bolena, “a Juan XXIII se le había metido en la cabeza que Chesterton, un inglés que había sido descreído y anglicano y luego católico de verdad, es decir, un hereje, le podía servir más que nadie para cerrar esa herida que unas faldas abrieron”. Pero pese a aquella voluntad política todo en el camino se va llenando de espinas y la iniciativa del papa Roncalli no la puede acabar de concretar el papa Ratzinger. De la evidencia del expediente sólo queda la copia que hace el traductor, subrepticiamente también. Porque, en el fondo, esta novela es una forma de mostrar cómo se tejen las historias, cómo se escriben las novelas.
Con «El hombre que no fue Jueves» Juan Esteban Constaín quizá quiera recordarnos que el argumento fundamental para canonizar a Chesterton puede aplicarse a muchas cosas en el mundo de hoy: “la santidad no es cosa de santos”.
Juan Esteban Constaín (Popayán, 1979)
En 2004 publicó su primer libro de relatos «Los mártires». En 2007 publicó «El naufragio del Imperio», y en 2010 «¡Calcio!», con la que obtuvo el Premio Espartaco de Novela Histórica en la Semana Negra de Gijón. En mayo de 2014 salió «El hombre que no fue Jueves», con la que obtuvo el Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana. Es columnista del periódico «El Tiempo». Integra la lista «Bogotá 39», la selección de los mejores escritores de ficción menores de 40 años de América Latina
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