Entender el trabajo informal urbano no quiere decir que se deba permitir todo…
Lucy Amparo Bastidas Passos
La dinámica del espacio urbano actual está incomprendida por la mayoría de personas y funcionarios públicos y privados. Esa dinámica engloba múltiples aspectos, por lo que me centraré en lo laboral informal. Ensayar vientos refrescantes en Semana Santa, ayudaría a observar, a entender, a ensanchar horizontes y repensar esa dinámica informal de la economía moderna.
La Semana Santa es oportuna dado que una parte del centro histórico de Popayán es peatonal, y a muchos nos encanta salir a caminarlo, encontrarnos con amigos, charlar y tomarnos un café o comer chontaduro mientras caminamos.
No hay que imaginarlo: si no estuviera la vendedora de chontaduro, de gelatina, o de maní en la calle no tendríamos el placer de comerlos durante el recorrido de sus calles blancas. Pero se cuestiona el trabajo informal con algunas críticas que no van con la realidad actual y regional, y que no consideran que hay otros mundos dentro del mundo. En cambio, se exhiben decenas de diagnósticos, estadísticas, análisis, pero con ceguera en la práctica, insistiendo en llamarlos: informales, piratas, ilegales o del rebusque…siendo ellos los que cada día afrontan la aventura de la subsistencia. No quiero imaginar que por “limpiar las calles” de vendedores ambulantes, ¡tengamos que pedir chontaduros al megamillonario de Amazon!
El horizonte reciente ha cambiado las actividades como el transporte, el alojamiento, turismo, comunicación, alimentación, domicilios, agricultura urbana y rural… Veamos:
- Transporte: Hay aplicaciones digitales que ofrecen precios cómodos a los usuarios que en Popayán jamás habíamos tenido servicio puerta a puerta intermunicipal, o desde o hacia el aeropuerto de Cali. Solo había servicio expreso. Ahora evitamos la pesadilla de ir a terminales terrestres y descongestionamos la ciudad pues el vehículo contratado va únicamente al destino de cada pasajero.
- Alojamiento: Coexisten ofertas aparte de hoteles limitados a una habitación y un baño. Hay apartamentos, casas o apartaestudios que dan la posibilidad de preparar alimentos y lavar ropa sin costos adicionales.
- Turismo: Se combina transporte y alojamiento en casas de familias o de nativos que ofrecen alimentación criolla a buen precio, sin estar sujetos a paquetes de megaempresas que amarran al turista, con precios altos y a veces de poca calidad.
- Alimentación: En casas familiares se acondicionan pequeños restaurantes, que favorecen a amas de casa, estudiantes, vecinos y empleados. (Infortunadamente por el confinamiento desde 2020 muchas familias cerraron quedando sin sustento.)
- Comunicación: Es la revolución del siglo XXI.
- Domicilios: Atención puerta a puerta desde arepas hasta verduras y cereales.
- Agricultura: Del municipio rural y de municipios cercanos proveen a las galerías de gran parte de los productos de la canasta familiar, incluso cuando hubo paros nos trajeron productos frescos, así fuera atravesando trochas. Gracias a nuestros campesinos y a la comida que nos ofrecen a bajos precios, casi que la mitad de la vida la tenemos resuelta.
Leyes amordazantes en lo laboral no se compadecen con los trabajadores informales cuya mayoría son jóvenes. Son los rebeldes, los revolucionarios de hoy que se resisten a quedarse en su casa, pensando quizá en caminos non santos. Entonces, ¿por qué perseguirlos si son trabajadores? Tienen visión propia, capacidad de riesgo, no esperan un subsidio o dependen de palancas o ayudas de X o Y entidad o político para conseguir un empleo. Mientras del Estado reciben un paisaje de ausencias en salud, educación o pensión.
En otro escenario no hay que olvidar que hay terceros niveles de informales: los sin escrúpulos, estafadores del Estado, corruptos que en muchos casos son miembros del mismo establecimiento, -¿o estos son formales?- a ellos sí hay que perseguirlos y juzgarlos.
Entender el trabajo informal urbano no quiere decir que se deba permitir todo, no, no, por el contrario, nos fastidia el afeamiento y el caos que vivimos, con desorden de ventas ambulantes, del tráfico poco controlado, la incultura ciudadana y más. Se puede comenzar organizando, delimitando, y educando a los ciudadanos. Experimentar un jardín de vientos urbanos, para intentar tener una buena vida en Popayán, como la entiende la arquitecta inglesa investigadora y escritora, Carolyn Steel: con calidad de vida, pensamiento propio, y sustento propio.
O al estilo del Jardín de Epicuro de filosofía antigua que da respuestas a ideas contemporáneas impulsando el crecimiento individual y colectivo. En ese Jardín, Epicuro seleccionó amigos para que vivan allí. Su comida era sana. Estableció las necesidades primarias: alimento, techo y vestuario. Y cuatro principios: 1. No temer a los dioses. 2. No temer a la muerte. 3. Lo bueno es fácil de obtener. 4. Lo malo es fácil de soportar, porque no dura mucho. Insistió en que los placeres mentales son más importantes que los físicos. Mejor tener pocos deseos como riqueza, fama, o poder, decía. Huye del dolor físico, busca el placer de las pequeñas cosas, huye del consumismo, diría hoy. Y todo ¿para qué? para conseguir la ataraxia: significando que las cosas no nos perturben, así no hay dolor. Hoy la llamamos felicidad, o ausencia de perturbación. Epicuro forjó su ética en la búsqueda de todo ser humano por hacer el bien. Ello causa placer, dijo, aunque a veces hay que ir en contra propia para alcanzar el bien. Esa ética ha disminuido: cuando hacer el bien se separó del placer empezó nuestra tragedia, dice. La filosofía de la mano de los antiguos como Epicuro, es vital para dar respuestas contemporáneas a problemas de siempre.
En el horizonte actual me arriesgo a proponer en lo laboral: conciliar lo formal con lo informal invitando a quien corresponda, al jardín de vientos flexibles, para que como un soplo huracanado baje los impuestos y cargas laborales a los comerciantes y transportistas formales, acompañado de una corriente de aire que minimice el IVA. No podemos seguir con leyes laborales inflexibles que quizá son las que impulsan a los trabajadores informales quienes ejercen la democracia a su manera. No creen en la democratización de la miseria.
La reflexión debe ser más de fondo, porque la activación económica no puede concentrarse solo en lo formal, coartando la creatividad y generando mayor segregación socio espacial. La informalidad se ha impuesto también en la academia: con rebeldes en arquitectura, cuando no era aceptada la construcción con guadua nativa: se hizo. En medicina, médicos que han prevenido enfermedades con biomedicina regional. En mecatrónica, inventores de transporte con robots. Quienes se sacuden de las normas, han propiciado que el mundo avance, son informales.
Otros vientos deberán encargarse de establecer medidas urbanas que coadyuven en soluciones generales como descentralizar la ciudad, planificar nuevas arterias viales y parques arbolados. Como pauta nombro una: Que a lo largo del año en Popayán se peatonalice el centro cada fin de mes. Y que para estos días de peatonalización se diseñen casetas de madera, cubiertas, pintadas con decoraciones de frutas, flores o artesanías para situarlas en lugares específicos y así organizar en las calles las ventas ambulantes. Nada nuevo, lo hacen en países de Europa y algunas ciudades de Estados Unidos, con diseños estéticos y planificados, donde las ventas callejeras son agradables de recorrer y con precios cómodos, al estilo de calles peatonales en Atenas o las Ramblas de Barcelona, planificadas integralmente con playas periféricas para parqueo.
Nuestra casa, la ciudad: bella y confortable, al tiempo que ayuda a quienes la habitan, concibe una ciudad sincera, festiva, que no deja los vientos fuera, congruente con la ética de Epicuro, que busca el bien humano y de su entorno, sin apelar a ideologías. Más bien incluye el condimento religioso de Semana Santa: haz el bien al otro; pon la mejilla al viento fresco del futuro. Con sobradas razones un filósofo contemporáneo dijo: El futuro ya está aquí.