Con 65 años de edad muere el 31 de marzo de 2016 la única mujer premio Pritzker, equivalente al Nobel en arquitectura, la iraquí Zaha Hadid. De cabello largo y nariz árabe, de boca carnosa pintada de rojo y ojos saltones, parecía siempre saber lo que quería. Fui una niña muy preguntona, dice, cansaba cada día a mis padres. En el colegio compartí la misma aula con chicas árabes y judías. No me gustaba la religión, y como mis padres no eran cristianos, me deshice de la obligación de ir a la iglesia, agrega.
Zaha, practicó la filosofía de la ruptura al estilo de Platón, disidente de las normas inventadas e impuestas por la sociedad, viajó a lo desconocido del paisaje urbano, hizo evidente la erosión y las estrías causadas por el urbanismo moderno que predica el minimalismo y las formas puras. Zaha desconfía de esa arquitectura y rechaza la especulación inmobiliaria.
No tiene un evangelio arquitectónico, crea símbolos construidos que se asemejen a las formas de la naturaleza. Estudia lo natural, observa y comprende las montañas, los valles, ríos, la vida marina, la interpreta para erigir una arquitectura orgánica de belleza impensada, exigiendo a la ingeniería idear nuevos conceptos para la estructura. Sus obras emergen del deconstructivismo, arquitectura no lineal que carece de normas. Incomoda a los cómodos. Nos hace sentir en otro mundo con juegos de luz y sombra, con redondeces, espirales, ángulos puntiagudos que se desvanecen o acentúan recubiertos con vidrios acuosos, como si fuera un cubo de hielo derritiéndose, afirma Zaha.
Sublevó la arquitectura, así como rompió las tradiciones árabes impuestas a la mujer musulmana; cambió velos sobre el rostro por la moda al estilo Louis Vuitton. Ella es un perfume fino que se vende como marca exclusiva, para países ricos ávidos de novedades y prestigiosas firmas.
Esta arquitecta nacida en Bagdad, estudió matemáticas en la American University de Beirut antes de trasladarse a Londres en 1972 para estudiar arquitectura, donde vive el resto de su vida. Fue profesora en Harvard, Yale y otras universidades del mundo. Como cualquier arquitecta tuvo contratiempos. Muchos de sus proyectos ganadores en concursos no se construyeron, sea por problemas con los terrenos, por costos o por asuntos legales. No obstante en las dos últimas décadas tenía una abultada cantidad de proyectos en construcción en el mundo, cuando repentinamente muere de un infarto.
Zaha, fue centro de controversias entre arquitectos, ingenieros, empresarios y gobernantes. Ella llevó la tecnología de la construcción al extremo, experimentó hasta el exceso la forma arquitectónica, que redunda en altos costos económicos. Con la obra de Zaha Hadid, me ocurre lo que a una niña de 7 años cuando veía los fuegos artificiales de fin de año, que decía: Me gustan por lo bonitos que se ven en la noche, pero me disgustan por la contaminación que producen. La arquitectura de Zaha, intrépida, hasta causar emociones que no permiten desprender nuestros ojos de ella, pero a la vez, su elevado precio, la contaminación ambiental, y su poca aplicación en proyectos más sociales, inquietan. No obstante es y será una diosa, una superestrella que sacudió la arquitectura convencional.
Me hubiera encantado que ella visitara Colombia, seguro halaría muchas orejas de funcionarios que nos ahogan en ríos de normas constructivas y en tramitomanías que amordazan. Zaha ahora viaja con su arquitectura que baila sin normas por otros mundos gravitacionales.
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