Afortunadamente tenemos a Nairo Quintana, Rigoberto Urán y la legión de ciclistas colombianos en el Giro de Italia porque ellos nos hacen olvidar las penurias y las miserias de las elecciones del domingo pasado que demostraron, una vez más, que aquí tenemos muy poca memoria o nos importa un carajo el perfil ético de los candidatos al primer cargo del país.
Al igual que hace cuatro meses y al igual que el domingo pasado, hoy sigo creyendo que Oscar Ivan Zuluaga es la peor opción para las urnas. Lo he creído porque le falta carácter para asumir una candidatura propia sin que parezca que es un títere o un muñeco de ventrílocuo. Es tan patético que hasta en el tono de la voz pretende parecerse a Álvaro Uribe. Y ha sido abducido de tal forma por el expresidente, que se asume que el candidato no da un paso ni esboza una sonrisa ni articula una frase sin el permiso y la venia de aquel. Los caricaturistas del país han encontrado en él y en esa situación una veta inagotable para su trabajo. Hay una frase muy expresiva del protagonista de la novela Las reputaciones, de Juan Gabriel Vásquez, y que es interesante retomar aquí, por lo que toca con la caricatura y con los políticos: “No hay caricatura si no hay subversión, porque toda imagen memorable de un político es por naturaleza subversiva: le quita equilibrio al solemne y delata al impostor. Pero tampoco hay caricatura si no hay sonrisa, aunque sea una sonrisa amarga, en la cara del lector”.
Esta situación hace que buena parte del país crea que en caso de ganar Zuluaga las elecciones, quien de verdad terminaría gobernando sería Uribe, con toda su carga de odio y de resentimiento y con su discurso y sus actitudes guerreristas que en nada contribuyen a generar otro ambiente y otro país.
Lo del video de Zuluaga con el hacker es un asunto aparte. Comprobada está la autenticidad del mismo. Es decir, lo que allí aparece se ajusta a lo que sucedió en la realidad. Lo ha dicho la fiscalía. Y lo saben también en la campaña de Zuluaga. Por eso se le ha quitado peso al asunto de la autenticidad, con el sofisma de la legalidad o ilegalidad del video, y eso es otra cosa, de cara a un proceso penal. Pero lo que allí se muestra es lo que pasó en la realidad. Y la realidad es que un candidato debería dar explicaciones claras al país de unas actuaciones que probablemente estén tipificadas en el código penal. Y esas explicaciones deben ser claras, contundentes, y no las evasivas con las que se engaña a los incautos. Que se argumente, como lo hizo Zuluaga en una entrevista, que se está investigando y precisando qué fue lo que sucedió y lo que se dijo en una reunión a la que él asistió (apenas un mes antes), parece un chiste de mal gusto y una afrenta a la inteligencia de los colombianos. Al final, esa memoria selectiva es una expresión más del cinismo, de la desfachatez, de la ambición y de una actitud maquiavélica que los electores no deberíamos tolerar. ¿Será que en este país las prácticas uribistas despiertan en muchos colombianos el truhan que llevan dentro y de ahí tanta veneración? ¿Será que no nos vamos a cansar nunca de hacer una apología a aquellos vivos que quieren sacar ventaja con comportamientos que no atienden los límites que imponen la normatividad, la convivencia y el respeto? ¿Será que todavía anhelamos un caudillo de cualquier condición moral que nos muestre el camino y nos diga qué pensar, cómo pensar y qué hacer? Es probable. Y luego, en la noche, cuando vemos las noticias en la televisión nos quejamos de Maduro y de los venezolanos. No miremos tanto la paja en el ojo ajeno…
Por eso, afortunadamente tenemos a Nairo Quintana, Rigoberto Urán y la legión de ciclistas colombianos en el Giro de Italia. Ellos nos consuelan y nos dan alegría en este país sin memoria y que se merece los gobernantes que tiene.
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