Por: Francisco Piedrahita Pérez
Mag (c) Relaciones Internacionales – UASB – sede Ecuador
Admon de empresas – UNAD
En la época en que nace Henry Ford en los Estados Unidos, más exactamente el 30 de Julio de 1863, los habitantes de ese enorme país, tenían dos opciones: una era coger rumbo hacía el Occidente, los inmensos territorios permitían satisfacer los planes colonizadores, por otro lado la opción, quedarse en el Oriente, epicentro para el establecimiento del nuevo espíritu industrial de la nación.
El estado de Míchigan, en una granja de quince hectáreas en Dearborn, que era propiedad del padre de Henry, se convirtió en el lugar ideal para una persona con inquietudes en la búsqueda de nuevos objetos que producir o inventar. Por un lado su cercanía a las vías férreas y las locomotoras y por otro lado el tipo de vida independiente y sencilla, característico del campesino colonizador. De vez en cuando la vida de tranquilidad se sobresaltaba por las reuniones de vecinos para celebrar fiestas o algún que otro trabajo en comunidad, pero este tipo de vida ofrecía escasas satisfacciones, el horizonte de oportunidades estaba limitado y el trabajo era exigente y muy manual, en donde la solución a cada problema debía ser hecha a la medida de cada campesino.
Una niñez llena de inquietudes
En la escuela a la que asistía Henry, había un solo salón para todos los niños. El tipo de educación que imperaba en esa época era el teórico; claro que era el que se necesitaba para poder enseñar los rudimentos que un empleado debía tener para trabajar en las fábricas del sistema industrial norteamericano que buscaba consolidarse, pero bajo este tipo de enseñanza en las zonas rurales del país el tema de las ciencias no se impartía, lo que generaba un rezago frente al avance vertiginoso de la industrialización de otras zonas, pero el ansia de entender el mundo y buscar cómo está ordenado en sus más mínimos detalles, era más fuerte en él.
Junto a otros compañeros de clase, Henry asistía con interés a la herrería de Dearborn y allí en ese sitio, su espíritu de innovador tomó el rumbo que lo llevaría luego a transformar una nación entera.
En la escuela, Henry aprendió que la culpa nunca queda impune, pero en su casa, su curiosidad no tenía contención alguna, desarmó un reloj pieza por pieza y luego lo volvió a armar. Así, con pequeñas cosas que paulatinamente le sirvieron para afianzar su conocimiento manual, logra montar un taller en la granja de su papá. La herrería de Dearborn había cumplido su propósito, su trabajo de cosechar los campos de maíz jamás lo abandonó, aun así, nunca dejó de preguntar por las cosas que desconocía.
El mismo Henry cuenta que una mañana iba guiando el carro tirado por caballos junto con su padre y de pronto vio en la carretera un coche que venía a su encuentro y que no era tirado por animal alguno, que hacía un ruido atronador, esta era la experiencia que sería el acontecimiento más importante de su adolescencia, ver el primer vehículo automotor en su vida.
Y es ese momento en el cual surgen las preguntas que había tenido represadas, y el maquinista de aquel vehículo empieza a dar respuesta a cada uno de los interrogantes, a explicarle que aquella máquina servía para guiar las trilladoras y producía su propia fuerza de vapor, acto seguido después de estar satisfecho con las respuestas vuelve a subirse al carro de su padre para seguir guiándolo hasta la ciudad, ya el destino había obrado.
Ford en la ciudad
En el año de 1880 Detroit era una ciudad que contaba con 100 mil habitantes; era la capital de distrito y aunque su crecimiento era lento, ya tenía fama de ser una ciudad manufacturera.
En sus cercanías habían bosques maderables y minas de hierro y cobre. Está ubicada en el cruce de caminos que conducen a los Grandes Lagos, lo que sería una gran ventaja comparativa a la hora de sacar provecho a la nueva era industrial que se avecinaba.
Henry ya tenía 17 años y Detroit era un sitio fascinante para un joven innovador como él, de la granja de su padre a la ciudad habían 15 kilómetros y los transitó a pie. Y ese mismo día que llegó a la ciudad encontró trabajo como mecánico; su sueldo era de 2 dólares con 50 centavos a la semana y para aumentarlo con otros dos dólares semanales trabajó con relojero. Durante cuatro años trabajó entre grasa, correas de transmisión y el ruido característico de una ciudad industrial, pero ya con 21 años cumplidos, decide regresar a la finca de su padre para dedicarse a la agricultura, aunque ello nunca desplazó su interés por su taller, al que siguió dedicándoles horas y horas, no importaba si ya estuviera casado con Clara Bryant.
Un par de años más tarde decide regresar a la ciudad que se convertiría en la mítica ciudad del automóvil para cumplir con ese sueño que no había abandonado desde el mismo momento en que vio a aquella máquina que era impulsada por su propia fuerza motriz.
Un sueño cumplido
La idea del motor montado sobre cuatro ruedas era una idea que muchos mecánicos venían persiguiendo no solo en los Estados Unidos sino también en Europa, y con el reúso y recicle de piezas casi al unísono, todos consiguieron el propósito, pero algo está obrando mal, todos trabajaban en solitario no había sentido de cooperación.
Henry, ya de nuevo instalado en Detroit, había conseguido un trabajo de mecánico donde ganaba un sueldo de 45 dólares mensuales, ya en parte de la noche y los domingos se dedicaba a construir su sueño, y así pasaron tres años de experimentación y de nuevos comienzos pero sin desfallecer. Había que hacerlo todo pieza por pieza, desde las bujías hasta la caja de engranajes. Y a ese arduo trabajo se le sumaba la burla de sus amigos que le decían que había abandonado la granja y otros que había descuidado el empleo; también le reclamaban por qué no usaba vapor y porque había escogido la gasolina.
Ya estaba sin recursos pero su empeño no tenía inflexión y hasta que una noche ya bien entradas las horas, cesaron los golpes de martillo y Henry de una manera silenciosa saca empujado su coche hasta la calle, ya una vez fuera, enciende el motor y da marcha para andar sobre una calle oscura y luego regresa a su casa en el primer carro, el primer carro Ford. Esa noche daba inicio a una nueva era que transformaría a una nación, a los Estados Unidos.