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Por: Héctor Riveros
El relato colectivo del asesinato de Génesis Rúa, una niña de nueve años, ocurrido en la forma más cruel imaginable, lo muestra como un hecho ajeno: irresistible, imprevisible, una especie de fenómeno natural del que solo es culpable quien lo perpetró, al que hay que castigar con toda severidad, así los demás quedamos tranquilos y convencidos de que no aportamos nada para que eso pasara.
Todos los funcionarios estatales que se rasgan las vestiduras pasan por alto que su primer deber era proteger la vida de la niña. La obligación esencial del Estado era evitar que eso ocurriera. Todos parecen entender que su único papel es castigar al asesino y prometer que en los próximos casos el castigo será más severo, como si nada de lo que pasó antes e incluso nada de lo que pase después sea con ellos.
Nos debería producir vergüenza como sociedad y a las autoridades ni qué decir no haber sido capaces de garantizarle a Génesis un entorno seguro para que pudiera jugar fútbol, cantar vallenato o simplemente estar en su casa sin que alguien atentara contra su vida y su integridad. Pero no, al contrario, todos se presentan como si hubieran hecho todo lo que debían.
Nadie ha cuestionado los programas de rehabilitación de reclusos teniendo en cuenta que el asesino había sido condenado antes por un delito de lesiones personales. Nadie se pregunta porqué el entorno del perpetrador no había reaccionado con eficacia, ni había acudido a las autoridades si, como ellos mismos lo relatan, los amenazaba de muerte e incluso poseía un arma que disparaba de cuando en cuando. Esas mismas armas cuyo porte defienden los que proponen la cadena perpetua.
El Presidente Iván Duque lo atribuye a una “mente desviada”, a una especie de fenómeno aislado, como si no formara parte de una larga y diaria cadena de vejámenes similares que son producto de una cultura machista, de la que no he oído hablar en estos días a ninguna autoridad. Todos prometen que, si imponemos la cadena perpetua, las “mentes desviadas” se disuaden por miedo al castigo.
Cuando presentan la escena de indignación confunden el verbo. Dicen: “no podemos seguir permitiendo” cuando lo correcto sería decir “no podemos seguir propiciando o fomentando”.
Si cambiaran el verbo se percatarían que la solución no es prohibir lo prohibido sino evitar lo evitable, prevenir lo previsible. Claro, es más difícil porque también develaría qué tan culpables somos, pero quizás ayudaría a que esa historia de que “no podemos seguir sin hacer nada” se cambie por la de “no podemos seguir sin hacer nada eficaz”.
Aumentar el castigo no evita que estos hechos ocurran. El homicida de turno seguramente está al tanto de que al victimario de Yuliana Samboni lo condenaron a una especie de cadena perpetua. Es probable que haya oído que hace relativamente poco se aprobaron leyes que aumentaron las penas para el feminicidio, para el abuso sexual contra menores, que la ley de infancia y adolescencia prohibió reconocer rebajas de penas en estos casos y sabrá que la confesión no le disminuirá su tiempo en prisión. Nada de eso lo persuadió.
A pesar de que han hablado mucho, no he oído a nadie auscultar sobre el pasado del victimario, no para justificar su conducta ni mucho menos, sino para tratar de entenderla, para tratar de identificar si en algún momento como sociedad dejamos de hacer algo que quizás hubiera evitado este desenlace.
No encuentro tampoco que se haya hecho un plan de acompañamiento de la familia de la niña. Esa mamá que quiere vengar la muerte de su hija necesita ayuda, no cámaras encendidas para exponerla a más presión, ni es sano alimentarle su explicable deseo de venganza. Esa mamá, esa familia necesitan un entorno protector, el que no le dimos a Génesis. La Alcaldía de Bogotá lo hizo mientras pudo en el caso de Yuliana Samboní, pero ahora todos se quedaron en “el error fácil” de la cadena perpetua.
¿Habrá alguien pensado incluso en la familia del victimario? ¿Ese señor tendrá hijos menores?, ¿el Estado los dejará a su suerte? También merecen protección en caso de que existan, solo así lograríamos que sean resilientes ante semejante entorno.
Es incluso paradójico que lo que se proponga sea cambiar lo único que de alguna manera está funcionando en ese caso que es la justicia punitiva: el asesino está preso, confesó el hecho y las pruebas técnicas de una entidad seria como Medicina Legal dan cuenta de todas las atrocidades que cometió, la Fiscalía va a pedir el máximo castigo, casi seguramente un juez le impondrá una condena que supera la expectativa de vida del homicida, tendrá una forma de cadena perpetua sin que sea necesario recoger firmas para ello.
En la práctica en este caso, como en el de Yuliana Samboní, ya tenemos cadena perpetua y sin embargo eso es lo único que proponen cuando lo que está probado, con la experiencia directa e inmediata, es que eso no sirve para evitar que tragedias como esta vuelvan a ocurrir.
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