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HAROLD MOSQUERA RIVAS
Hace 21 años llegó a Popayán para dirigir los destinos de la arquidiócesis, Monseñor Iván Antonio Marín López, debía reemplazar a uno de los más carismáticos y apreciados jerarcas de la Iglesia Católica, Monseñor Alberto Giraldo, quien en su momento fuera Presidente de la Conferencia Episcopal colombiana.
Desde su llegada nos vinculó una grata y sincera amistad, compartida en desayunos, almuerzos y cenas de trabajo, en los que afloraban los relatos y costumbres antioqueñas que trajo de su tierra natal, con las historias de la tradición chocoana que me contaban las abuelas en la infancia. A ello se sumaban sus maravillosas historias de peregrinaje por el África subsahariana a la que fuera enviada por El Vaticano a cumplir misiones pastorales y humanitarias.
A través de sus relatos pude ver más de cerca la situación de mis ancestros e incrementé el interés por pisar un día ese gran continente en el que hay en algún lugar parientes lejanos con raíces comunes de imposible localización, sueño que en el año 2016 por fin pude cumplir. Compartir cualquier espacio con Monseñor Iván, es una oportunidad para aprender de su experiencia y de su generosidad, recuerdo los recorridos que realizamos hacia el sur del Cauca, cuando por confrontaciones del conflicto armado terminaban las parroquias afectadas o destruidas, monseñor excomulgaba a los combatientes y luego me invitaba para acompañarlo en una visita a los damnificados con el propósito de llevarles un mensaje de esperanza e invitarlos a mantener la fe y seguir trabajando por el sueño de la justicia social. Siempre tuve la preocupación de que la excomunión de los diferentes comandantes representaba para nosotros un riesgo en el viaje, sin embargo, procuré que no lo notara a efecto de que el viaje no se nos hiciera largo y preocupante.
Compartimos nuestros recuerdos de infancia en medio de hogares humildes, en los que se estiraba el pan, la arepa, el agua de panela y el café para darle a todos los habitantes de la casa y los visitantes temporales, por esa misma razón compartimos con tristeza la partida de nuestras madres, quienes como en el poema de Maya quedaron en un rincón desde la tela incierta ceñidas a un manto de crespón oscuro asomando para siempre sus inolvidables rostros llenos de bondad. Por todas esos sencillos momentos de amistad y humanidad, de universalidad y solidaridad, de diferentes visiones de la política, bajo la misma ilusión de un futuro mejor para nuestra patria, quiero agradecer de manera sincera a Monseñor Iván Antonio Marín, ahora que deja el cargo de Arzobispo de Popayán, en la seguridad de que seguirá siendo un pastor de la Iglesia Católica en esta región, aportando a una pequeña parroquia toda su experiencia y capacidad evangelizadora para guiar desde la fe cristiana a nuestra gente por el camino que conduce a la paz que tanto soñamos.
Hasta allí iré a visitarlo para seguir compartiendo fe y amistad, convencido de que la semilla sembrada en esta bella tierra Caucana se convertirá mañana en frutos de bienestar que materialicen tantos anhelos, ilusiones, sueños y esperanzas acumulados en medio de tanta sangre, lágrimas, sudor y dolor. Monseñor: gracias por estos 21 años de amistad.
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