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HAROLD MOSQUERA RIVAS
Un 7 de febrero de 1986 una revuelta popular en Haití, terminó con la dictadora de Jean Claude Duvallier, más conocido como Baby (nene) Doc, quien había heredado el poder vitalicio tras la muerte de su padre Francois Duvallier, llamado Papa Doc, en el año 1971. Ejerció su dictadura hasta 1986 cuando el pueblo cansado de la corrupción y de los abusos cometidos durante 15 años, decidió, sin intervención extranjera, derrocar al dictador que literalmente había saqueado al país más pobre del continente.
El gobierno de Baby Doc contó con el beneplácito de los Estados Unidos y Francia, quienes parecían ciegos y sordos ante el terror impuesto por el régimen de Duvallier, las excentricidades de su esposa y toda su familia, quienes cada vez eran más ricos, mientras el pueblo carecía de las cosas más elementales para disfrutar de una vida decente.
En 1981 resultó sorprendente que a ese régimen dictatorial le hiciera una visita oficial Sor Teresa de Calcuta, quien había recibido el premio nobel de literatura en 1979 y era la representación viva del servicio humanitario, ella recibió honores de la dictadura, que de esta manera procuró encubrir sus desafueros.
Pero justo un 7 de febrero de 1986, el pueblo haitiano no aguantó más y en ejercicio de su poder soberano derrocó al dictador, sin intervención o ayuda de los rusos, los franceses, los chinos o los norteamericanos. Porque, curiosamente, cuando un país padece dificultades internas, lo que al final determina a las grandes potencias a intervenir, son las riquezas que interesan a esas potencias, de esta manera, intervienen pronto cuando tienen intereses que las motivan y observan silenciosos cuando no existen esta motivación, como ocurrió en Ruanda y Burundi en la década de los 90, donde millones de personas se mataron en una guerra étnica insólita, que se prolongó porque a ninguna potencia le interesó detener pronto ese derramamiento de sangre.
Pero que cuando se trata de países ricos como Kuwait, Irak, Irán o Venezuela, muestran los dientes desde el primer momento e intervienen, no por razones humanitarias, sino por intereses económicos.
Por eso, cuando se compara la posición que hoy asumen esos países frente a la crisis de Venezuela, recordar en el aniversario, el proceso del derrocamiento de Nene Doc, se entiende lo que hoy sucede, pues no hay lógica que explique por qué toda esa ayuda humanitaria que se quiere ingresar a través de la frontera con Venezuela, en contra de la fuerza pública del vecino país, no se reparte con generosidad y sin oposición de ejercito alguno entre todas esas familias que en la Guajira también mueren de hambre y que jamás le han preocupado ni a los rusos, ni a los norteamericanos. Venezuela es un país rico, tanto así que el gobierno de Maduro sigue subsidiando a Cuba y a otros países del Caribe con recursos que serían suficientes para mitigar el hambre de los suyos. Por todo eso me parece que, como en Haití, el pueblo venezolano es quien debe decidir su suerte, ojalá de manera pacífica y sin las intervenciones de quienes, disfrazados de Caperucita Roja, terminan siendo más voraces que el mismísimo Lobo Feroz.
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