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    No hay derecho

    HAROLD MOSQUERA RIVAS

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    La semana pasada, por asuntos de ejercicio profesional, debí viajar de Popayán a Bogotá, al día siguiente de Bogotá a Pereira, luego de Pereira a Neiva, después de Neiva a Bogotá y finalmente de Bogotá a Cali, en un recorrido maratónico para realizar audiencias laborales.

    Un cliente y amigo de Popayán, me compró el tiquete aéreo para viajar de Bogotá a Pereira, pero, sin consultar con el suscrito, mi amigo compró el pasaje en lo que antes se llamaba Viva Colombia, que ahora tiene otro nombre. Llegué al Aeropuerto El Dorado para abordar el avión y al hacer el registro, la encargada de atenderme me preguntó si había impreso el pase de abordar, nunca imprimo ese documento cuando viajo por cuanto forma parte del registro del pasajero. Pues la niña me comunicó que debía pagar $39.000 para tener derecho a que ella lo imprimiera, me pareció increíble que por un documento de media hoja, que en el peor de los casos cuesta $100, estuvieran cobrando $39.000, al final por no tener tiempo, ni un lugar donde imprimir el documento, accedí a pagar lo cobrado.




    Cuando creí que lo peor había sucedido, la niña solicitó pesar mi maleta de mano, se la entregué y tan solo pesó 4 kilos, sin embargo, me dijo que debía pagar $75.000 por la maleta, pues a pesar de tener menos de 6 kilos, sus dimensiones excedían el límite permitido por la empresa como equipaje de mano, por tanto, en total debía pagar $114.000, a los que debían sumarse los $370.000 que mi amigo pagó por ese tiquete de Bogotá a Pereira. No teniendo otra alternativa, pues debía estar en Manizales al día siguiente en una audiencia, con absoluta indignación pague los $114.000.

    Cuando ya los había cancelado, la niña con una sonrisa de oreja a oreja me preguntó si quería llevar la maletica de 4 kilos en la mano o entregarla como equipaje de bodega, pues muy comedida me recordó que mientras la sacaban del avión y me hacían la entrega en el lugar de destino, perdería mucho tiempo. Entonces le pregunté, por qué razón, si la podía llevar en la mano y solo pesaba 4 kilos, me había cobrado los $75.000, a lo que respondió con toda tranquilidad que solo si fuera tipo morral podía llevarla sin pagar.




    Me pareció increíble todo aquello, inmediatamente llamé a mi amigo para sugerirle que nunca más en su vida le comprara un tiquete en esa compañía a nadie, pues ninguna persona merece semejante trato tan injusto.

    La razón por la cual comparto esta historia con los lectores, es para invitarlos a que si por capricho del destino, llegan a tener que comprar un tiquete en esa compañía, no se olviden de imprimir el pase de abordar y por supuesto, no lleven en la mano nada más que un morral que no supere los 6 kilos de peso.

    Infortunadamente habitamos un país en el que las leyes no ponen límites a los abusos de algunas empresas y por eso con orgullo de patria me atrevo a gritar: “Que viva Colombia”, pero no más Colombia Viva, o como quiera que se llame hoy esa empresa.

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