El tío Aquilio

HAROLD MOSQUERA RIVAS

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Setenta y dos años de una vida maravillosa, llena de ilusiones, esperanzas y sueños le permitió el padre celestial al tío AQUILIO el hermano menor de mi Mamá.

Desde su nacimiento, a orillas del río San Juan en su natal Primavera, pasando por una infancia trágica en la que al asistir a sus primeros días de escuela sufrió un accidente que además de quitarle la visión por un ojo, le generó tal grado de miedo, que nunca más volvió a la escuela en la que al menos debería aprender a leer y escribir. Pero esa limitación física y académica, no fue obstáculo para que luchara con encono por materializar sus sueños de adolescente y en Bahía Solano, ese paradisíaco municipio del Chocó, encontró acogimiento familiar, amor y felicidad.

Fundó una familia y con ella sentó las bases de lo que sería su futuro. Sin embargo, las historias de bonanzas petroleras en Venezuela llegaron hasta sus oídos y decidió viajar hacia el hermano país, dejando a su esposa y sus hijos en la expectativa de sus logros laborales. Cuando regresó, ya era demasiado tarde, por su larga ausencia, su hogar se había desintegrado de la misma forma que se desintegran los nidos cuando las aves alzan el vuelo y no regresan pronto con alimento para sus hijos hasta que estos puedan alzar el vuelo a buscarlo por su propia cuenta. Las cantidades de dinero ganado con sudor y trabajo en Venezuela sirvieron para ahogar en licor la pena y el dolor por el amor perdido.

El tío Aquilio fue el primer hombre que en la casa vimos llorar por amor, mientras escuchaba las canciones de Alejo Durán y repetía una y otra vez esa canción de los hermanos Ramos titulada fuiste mala cuyo coro dice: “fuiste mala con mi corazón, tu cometiste la traición que de ti no esperaba”, mientras el tío lloraba en mi ingenuidad de niño pensaba que tal vez si no se hubiera demorado tanto tiempo en volver, quizás todo habría sido diferente, pues en las clases de matemáticas ya había aprendido que hay cosas finitas y cosas infinitas y entre estas últimas está la paciencia del amor, que como una vela encendida se va consumiendo hasta que ya no queda nada.

Después de eso, el tío Aquilio regresó a Venezuela, viajó por los llanos Orientales y recorrió diferentes regiones del país, para terminar sus días trabajando en Cali. Aquí formó un nuevo hogar y luego de sufrir un accidente de trabajo ya nunca más se volvió a marchar en procura de un mejor empleo.

Recibió su pensión de vejez Pero tantos trabajos que realizó y la dureza de los mismos, le pasaron cuenta de cobro, su cuerpo se fue minando, empezó a caminar lento y sin embargo, aun con un bastón, seguía visitando a su familia, siempre generoso, con una bolsa de frutas o cualquier otro presente que nos recordara todo su amor. Yo le pedía que no se pusiera a gastarse parte de la pensión en esas cosas, que además ya no podía cargar porque necesitaba de un bastón para caminar, pero él en su terquedad de siempre, llegaba con el regalo.

Al final, una enfermedad de su esposa que por su gravedad se prolongó en el tiempo, fue el detonante de su fallecimiento. Pues a pesar de estar delicado de salud, siguió caminando la ciudad, se cayó, se volvió la levantar y con su fortaleza de espíritu encontró la muerte como lo había soñado, caminando por las calles del Distrito de Agua Blanca, las mismas en las que antes había sepultado un hijo y un nieto. Ese distrito de la esperanza de Cali que algún día tendrá un mejor futuro, lleno de paz, prosperidad y felicidad como el tío AQUILIO anhelaba.