FERNANDO SANTACRUZ CAICEDO
Entre las falacias más difundidas para superar el hambre se enuncian la revolución verde, solución incuestionable para producir alimentos, y el libre mercado. Aseveran los embaucadores que “La revolución verde incrementa las cosechas de granos; es la clave para acabar el hambre del mundo. Cosechas mayores significan más ingresos para los agricultores pobres. Debemos incrementar Ia productividad ahora”.
Tal “revolución” está orientada a aumentar la productividad, sin alterar Ia distribución del poder y la riqueza, particularmente el acceso a Ia tierra. En 1986 el Banco Mundial concluyó que potenciar Ia producción de comestibles NO soluciona la seguridad alimentaria; el problema del Hambre se resuelve con «Ia redistribución del poder y el acceso a los recursos en favor de quienes están subalimentados». El hambre se acrece por la pobreza dineraria para adquirir alimentos y la inequitativa repartición de los medios productivos, primordialmente la tierra; porque las economías campesinas no controlan los insumos agrícolas ni los mercados. Además, las tecnologías utilizadas degradan el suelo, derivando lo anterior en escasa rentabilidad de la agricultura. La política agrícola debe favorecer a los pobres del campo vía reforma rural integral, agricultura sostenible e impulso a la pequeña y mediana producción agropecuaria.
El informe de la FAO-Colombia (enero, 2022) enfatizó “sobre la inseguridad alimentaria aguda de algunas poblaciones en el territorio”, dificultad agravada por “la inestabilidad política y económica, el impacto continuo de la crisis migratoria regional, amplificada por el desplazamiento interno”. Según la Asociación de Bancos de Alimentos, “16 millones de colombianos viven con dos o menos comidas diarias”. Conforme a Guevara y Suescún (El Espectador, 6/02/2022), la inseguridad alimentaria totalalcanzó en Colombia 54.2% y 64.1%, en las zonas rurales; el presupuesto asignado al Minagricultura entre 2012-22 descendió 10.8%, pasando de $2.8 a $2.5 billones –base, 2021-, canalizándose sus recursos hacia la agroexportación de materias primas –“commodities”: palma aceitera, caña, caucho, etc.- y NO para producir alimentos, vale decir que “La alimentación no es una prioridad de la política económica”. Entre 1991-2019, las importaciones de alimentos –lácteos, papa, cereales, etc.- se ampliaron de 1.2 a 13.8 millones de toneladas, por imposiciones de los Tratados de Libre Comercio. Todo denota “ineficiencia económica, pobreza, desigualdad y explica la tragedia del hambre”. En diciembre de 2021 la inflación ascendió a 5.62% y el componente de alimentos a 17.2%, alzasrelacionadas con el incremento de la tasa de cambio –precio del dólar- y la insuficiente producción doméstica de alimentos.
Modificar la estructura de comercio promovida desde la OMC, el BM y el FMI, exige voluntad política estatal para cosechar comestibles, mejorar la distribución del ingreso y acceder a una nutrición sana y suficiente, esto es, sustentarlos sistemas alimentarios como problema técnico; definir políticas y estrategias de producción, distribución y consumode alimentos, basadas en la pequeña y mediana producción; respetar la diversidad de culturas y modos de producción-comercialización campesinas y la gestión de los espacios rurales, donde las mujeres desempeñan importantísimas funciones; implementar procesos decisivos de reforma rural integral,adaptados a las condiciones específicas de cada país, accediendo a los recursos productivos, tierra, agua, bosques, crédito, habilitación y concertación.
La soberanía alimentaria se funda en activar políticas públicas de comestibles y nutrición debatidas democráticamente, ejecutables a largo plazo, destinadas a satisfacer las necesidades internas y, subsidiariamente, el mercado externo; priorizar la producción de alimentos –big push– sobre el control inflacionario, soportándola en tecnologías ecológicamente sostenibles; implementar una política interna que incentive las economías campesinas –unidades productivas esenciales para el desarrollo nacional- y la producción de comida; y, ¡materializar la REFORMA RURAL INTEGRAL, viga maestra y esencia de los Acuerdos de Paz de La Habana (2016)! Asegurada la satisfacción alimentaria, es forzoso saciar el HAMBRE de Empleo, de Salud, de Educación, de Justicia, de Vivienda, de NBI, de Ambiente Sano, etc., carestías que, plenamente colmadas, nos permitirán erigir una ¡Nación Pacífica, Independiente, Autónoma, Desarrollada y Equitativa!