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    Hablemos de educación…

    EDUARDO NATES LOPEZ

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    Pero no de la que está de moda en estos días con motivo de las marchas (tipo fecode) y las protestas violentas, aunque tengan relación directa en la línea de la vida. Quiero referirme a la educación básica, básica… La del hogar. La que en los teteros enseñaba los principios elementales con los que el ser humano va a acunar todos los demás aprendizajes del resto de su existencia.

    Comencemos por recordar un viejo aforismo (remodelado) que dice: “La educación de los niños requiere una gran dosis de paciencia…” (sobre todo de parte de ellos). Y sí, pues debe ser muy harto andar todo el día con una mamá (o un papá, o ambos), que en todo momento esté enseñando, corrigiendo, limitando, dando ejemplo, reprendiendo etc. etc. Pero, no hay duda: Es imprescindible. En la actitud permanente de los muchachos de hoy es notoria la carencia de esta relación natural, que los afanes de la vida moderna y del enriquecimiento han cortado. De allí que la ley haya tenido que intervenir la relación – ¡y de qué manera! –  hasta llegar a reglamentar y “prohibir” las indispensables nalgadas que, de verdad, a estas alturas de la vida, uno agradece e, inclusive, llega a pensar que le quedaron faltando algunas…

    En mis insomnios de casi siempre, a la madrugada de anteayer, escuchaba un reportaje que algún periodista le hacía a una de las muchachitas que las autoridades de policía habían detenido con motivo del amotinamiento ocurrido en el aeropuerto El Dorado. La “culicagada” no tuvo ningún inconveniente en llamar “violencia” al hecho de su retención por unas horas en una inspección de policía, por estar impidiendo el acceso de miles de personas que, no se sabe con cuanta urgencia o porqué razones, tenían que tomar un avión o llegar a Bogotá. Según ella, le violaron su derecho a protestar… Pero, sin ninguna vergüenza, no se daba por enterada de una situación que de manera elemental enseñaban las mamás, en las peleas de niñitos… “¿Quién comenzó?” ¿No fue ella la que primero violó el derecho a la libre movilización de los que tenían que entrar o salir de esas instalaciones? También se quejaba de que a uno de los muchachos que estaba con ella, lo habían repelado…Pienso yo: … ¡que grave!… Y agrego: pero no son graves los destrozos, las heridas y ofensas que seguramente habían lanzado desde esa horda incontable e incontrolable de “estudiantes indefensos” contra un grupo de veinte policías, tratando de poner orden en un establecimiento público. El orden ahora es: “Primero mi derecho a protestar, aunque la protesta incontrolable destruya bienes públicos y privados; y no me importa si existen los derechos de los demás…”.




    Ese es el estereotipo de jóvenes que se ha venido formando e imponiendo, desde los hogares desprovistos de autoridad moral y que a continuación (a los pocos años. Inclusive pocos meses) se entregan a las guarderías para acabar de “moldear”, y a una clase educadora que ya no está pensando en formar éticamente sino en enseñarle -aunque no aprenda- las tablas de multiplicar.

    Los resultados de las pruebas de conocimiento que acabamos de recibir, más los resultados de los exámenes de comportamiento que estamos viendo en las tales marchas son unas calificaciones vergonzosas e incontrovertibles. Y lo verdaderamente grave es que implícitamente están arrojando una calificación no solo de los alumnos sino de los padres, de los hogares y de la sociedad en general.

    Por supuesto, una generación educada así es terreno abonado para el resentimiento social, el odio de clases y la siembra de violencia, que ellos creen que está en los demás, pero lo cierto es que la cargan dentro de ellos. (Todos: estudiantes y policías).

    Mientras no estemos enseñando principios como el respeto (especialmente a la autoridad moral) y el orden prevalente, entonces para qué aritmética y geografía y ni qué  decir del idioma, que es el vehículo de la expresión humana, cuya desaparición es casi un hecho, montada, sin duda, en los avances tecnológicos como el WhatsApp, Instagram y toda esa interminable lista de aplicaciones técnicas que jamás suplirán a la sagrada “nalgada” y a la irremplazable “cáscara de ganado” (léase: cuero)…

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