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Harold Astaíza Velasco
Descendimos a la casa ubicada a la entrada de la selva, la brisa y el calor húmedo nos acompañan a los periodistas y promotores turísticos que llegamos esa mañana luego de una hora de viaje por las aguas del río provenientes de Timbiquí, así continuábamos nuestro periplo por la costa Pacífica invitados por la Corporación Mixta de Turismo y la Red de Actores Culturales del Cauca.
El maestro Pacho como le dicen, nos recibe amablemente, entre lamentos por la pérdida de su hermano y los llamados de atención de Mama Leja, cantaora tradicional de Guapi, se aprestan a dar una demostración de todo su talento musical, ese que abunda en cada rincón del litoral Pacífico caucano. Quizá el profundo dolor y los tragos de ‘toma seca’ no le permitían caer en la nota de la marimba al maestro, Mama Leja, insiste, una y otra vez para que la afinación sea perfecta, hasta que dice con vehemencia:
-“Aquí hay voz, pero no hay marimba, no hay nada”. El maestro Torres reacciona ante semejante llamado de atención y vuelve a tocar la marimba, que fue construida por su abuelo hace 100 años y donde aprendieron a interpretarla como pocos lo hacen en Guapi. Su hermano Genaro aparece en la casa y se une al grupo, toma las baquetas e inician los cantos. Pacho, entre tanto, toma el (cununo) tambor y lo golpea con el alma. Desde ese momento la voz de Mama Leja y el sonido de la marimba de los Torres afinada en la madrugada y atardecer surcan las corrientes del río Guapi.
-Quisiéramos que hubiera una escuela, un proyecto para no llevarme la tradición, yo no tengo hijos, les pido que apoyemos nuestra tradición y cultura-, asegura el maestro Pacho Torres en medio de varios instrumentos que él mismo fabrica y los vende, días después participó de la ronda clasificatoria al Petronio Álvarez, tal y como lo ha hecho por varios años.
Visita a Quiroga
Hacia las 11:00 de la mañana fuimos río abajo por las ‘concheras’, a un lugar llamado Quiroga. Ellas son mujeres que se dedican a recoger productos de mar para luego venderlos o cocinar platillos tradicionales. El recorrido hasta llegar a la Bocana y Playa Blanca es un deleite para los sentidos, a las orillas del río los lugareños saludan con sus manos en alto, al igual que otros navegantes.
Los pelicanos, gaviotas y otras especies de aves cruzan el aire del Océano Pacífico, la lancha rauda llega a Playa Blanca, sitio donde tomamos un refrigerio con patacón y seviche brindado por nuestras acompañantes. Luego vivenciamos su quehacer diario, la recolección de almejas en la playa aprovechando la marea baja, con una cáscara de coco en sus manos escarban de rodillas hasta que encuentran las almejas, las canastas a su lado poco a poco se llenan. Al fondo un cuadro singular y hermoso se avizora, la isla Gorgona nuestro destino del día siguiente.
Esneda Montaño relata mientras recolecta las almejas:
-Comenzamos a las 6:00 de la mañana y podemos terminar a las 3:00 de la tarde. Recogemos entre 30 o 40 kilos, 16 los dejamos para venderlo en nuestra comunidad y en Guapi comercializamos el resto a 18 o 20 mil pesos.
Después de pasear por la playa, ver correr a los cangrejos esconderse en sus agujeros, apreciar y recoger todo lo que queda cuando la marea baja en la arena del manglar, regresamos. Pero antes las mujeres recolectan piangua, (pequeño molusco) otro producto del mar Pacífico que también es ingrediente de los platos tradicionales, las diestras ‘piangueras’ introducen sus manos con guantes en el fango y extraen el molusco que es desconocido en gran parte del país pero de un extraordinario potencial culinario.
Nuevamente en Quiroga, Esneda y las demás mujeres preparan el almuerzo, la experimentada cocinera explica uno a uno los pasos, los ingredientes y mezcla las instrucciones con relatos de anécdotas personales, explica por qué los niños desde la edad de cinco o seis años aprenden a nadar y navegan los potrillos (embarcaciones) rumbo a las escuelas. Hasta ahora se conserva la tradición, el hombre de pie rema, y la mujer sentada delante de él va sentada.
De prisión a parque natural
Despunta el día sábado 2 de junio, poco antes de las 6:00 de la mañana salimos del hotel Los Delfines donde nos hospedamos, con destino a la mítica isla Gorgona, que desde 1960 a 1984 fue una de las cárceles más temidas de Colombia.
Una hora y 45 minutos tardó el trayecto desde la cabecera municipal de Guapi hasta la isla, que hoy en día funciona como Parque Nacional Natural y cuyo manejo turístico está a cargo de un operador privado. También ha sido denominada ‘Isla Ciencia’ por la valiosa información que han obtenido los investigadores para entender los ecosistemas y para el manejo efectivo del área protegida.
El penal Gorgona fue inaugurado el 8 de octubre de 1960 y clausurado el 25 de junio de 1984 cuando científicos, ambientalistas y defensores de derechos humanos lideraron una campaña para que se cerrara la prisión. Luego de sellada, incluso antes, se revelaron los abusos por parte de la guardia y los directores de la prisión en contra de los internos, fueron varios los derechos vulnerados en esta isla enclavada en el Pacífico caucano.
Nos reciben funcionarios de Parques Nacionales y la Policía. Luego de la charla respecto a las especies animales existentes, las actividades que se pueden realizar y recomendaciones en general para hacer un ecoturismo seguro emprendemos una caminata de dos kilómetros y medio hacia el norte de la selva tropical con destino a la playa Yundigua, zona de careteo. El grupo lo cierra un puñado de agentes de la Policía quienes también nos acompañaron.
El guía de parques nacionales nos explica por ejemplo sobre una especie de helecho, llamado ‘marranero’ porque era utilizado por los presos para ahumar los cerdos que cocinaban para alimentarse. Durante la caminata pasamos varios arroyos y ríos de agua cristalina que abastecen la isla, puentes de madera y una abundante vegetación de árboles gigantes.
Poco antes de llegar a la playa hay un claro en la espesura que permite ver la inmensidad y el misterio de las aguas del Océano Pacífico. Descendemos y finalmente está la costa, de gran extensión y repleta de piedras, la marea está baja, momento propicio de ir al agua y hacer careteo para apreciar la fauna marina. Más al norte, se avista la isla Gorgonilla, que hace parte de este litoral. Después de casi dos horas, regresamos por lancha a la playa donde nos habían recibido en la mañana, tomamos el almuerzo y visitamos las ruinas y el museo de la prisión.
Prisión Gorgona infierno en un paraíso
Una guía de parques naturales nos llevó a las entrañas de lo que durante 25 años fue la prisión Gorgona. Un epitafio reza a la entrada de las ruinas. “Como consecuencia del aislamiento, las islas prisión en todo el mundo se convirtieron en infiernos, razón por la cual fueron abolidas. Pasar por esta puerta invita a imaginar lo que debieron sentir quienes ingresaban a un penal ajeno al paraíso que lo rodeaba”.
A continuación las letras de algunas de las placas puestas en las paredes verde oscuro por la humedad, que poco a poco son tragadas por la selva, que inexorablemente reclama su lugar que un día fue arrebatado por la mano del hombre.
“En la recepción los presos eran desnudados y obligados a hacer cuclillas. Después eran conducidos por el callejón de la muerte.”
“Los altos índices de enfermedades venéreas eran casi imposibles de tratar y se incrementaban en la medida en que algunos directores traficaban con prostitutas”.
“La influencia y el poder de algunos presos servían para adquirir mejores raciones o para programar el envenenamiento de algún indeseable. La dieta consistía de arroz, papa, café, chocolate, agua de panela, mazorca o huevos los domingos. En rara ocasión probaban la dieta de los directivos”.
“Diariamente preparaban 2.500 panes tanto para los reclusos como para el personal administrativo”.
Poema de un preso
“Maldito este lugar…maldito sea,
Aquí solo se respira la tristeza
Aquí se bebe el cáliz más amargo que nos brinda el dolor y la pobreza.
Aquí la vida no tiene primavera
Aquí el alma no tiene sensaciones
Aquí el amor no tiene compañera
Y pierde el corazón sus ilusiones”.
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