Gracias, Chespirito

JUAN CARLOS PINO CORREA

Cuando apurado me siento a escribir la columna, este viernes en la tarde, me entero de la muerte de Chespirito en Cancún, México, a los 85 años de edad. ¿Cómo no referirme a él, entonces? ¿Cómo no recordar los muchos momentos que me he divertido viendo las historias de personajes tan emblemáticos que se han quedado en la memoria de todos los latinoamericanos? A mí, la escena que me hizo dar cuenta de la estatura artística de Roberto Gómez Bolaños tiene como protagonista a mi padre riendo hasta las lágrimas con alguna escena cómica o con algún enredo monumental en una pantalla chica que parpadeaba en blanco y negro en mi infancia. Y esa gracia y esa magia se ratificaban cuando una y otra vez veía a mi padre reír hasta las lágrimas con el mismo capítulo, como si fuera la primera vez que él lo viera. Y luego, cuando recobraba el aliento, nos miraba a sus hijos con solemnidad y nos decía que Chespirito era un genio y repasaba mil veces los argumentos que sustentaban tal afirmación. Eso sucedía primero cuando vivíamos en Almaguer y también luego cuando ya estábamos radicados en Popayán.

Sin duda Chespirito fue un genio. No en vano sus programas se siguen repitiendo aún hoy y los siguen disfrutando, sin prevención, grandes y chicos, hombres y mujeres. ¿Quién no conoce y quién no ha descubierto la gracia de personajes como el Chapulín Colorado, el Chavo del Ocho, Kiko, el Chómpiras, la Chimoltrufia, la Chilindrina, el doctor Chapatín, don Ramón, el profesor Jirafales, la bruja del 71, el señor Barriga, Jaimito el Cartero o Chaparrón Bonaparte? Cada uno de esos personajes representa, además, a alguien de la elocuente estirpe popular latinoamericana, una estirpe que sabe reírse de sus dolores y de sus carencias y que en no pocas veces se deja arrastrar por la ingenuidad. Por eso a veces las sonrisas también tienen, con ellos, un sabor un tanto amargo. En la vecindad donde vive el Chavo del Ocho confluyen los distintos matices de los que estamos hechos y las múltiples formas de ser nuestras. En ese universo hay bondad, mezquindad, ingenuidad, malicia, solidaridad, egoísmo, envidia, pereza, cursilería, valentía. ¿No es esa la razón para que los programas de Chespirito hayan calado tan hondo desde México hasta Argentina y hayan sido retransmitidos en distintos idiomas a muchísimos países del mundo? Somos así, sólo que hay un tono caricaturesco en estos personajes, un cierto aire entre derrotado y trágico que el humor nos permite digerir bastante bien. Eran tan elocuentes estos seres de ficción, tan de carne y hueso a pesar de ser invenciones, que los actores que los interpretaron jamás pudieron deshacerse de sus personajes y siguieron encarnándolos pese a los distanciamientos personales y jurídicos que tuvieron con Gómez Bolaño. Y cuando pretendieron hacer algo distinto, los televidentes no dejamos de verlos como lo que habían sido en las comedias de Chespirito.

Para la memoria quedarán expresiones entre graciosas y elocuentes que salieron de la televisión y se tomaron las calles, las veredas, los corredores y las esquinas de este continente: fue sin querer queriendo, se me chispoteó, es que no me tienen paciencia, yo como digo una cosa digo otra, se aprovechan de mi nobleza, síganme los buenos, lo sospeché desde un principio, calma calma que no panda el cúnico, todos mis movimientos están fríamente calculados, chanfle, no contaban con mi astucia, tómalo por el lado amable, ya me dio cosa…

Ha muerto un genio, señor lector: usted y todos lo sabemos. Un genio de la cultura de masas, de la cultura popular, un genio que le alegró los días a millones de personas. Y eso explica por qué la noticia de su muerte ocupa el lugar más destacado en todos los medios de comunicación de América Latina, desde Excélsior y Televisa hasta Clarín y Caracol. Entonces pienso en que quizá en todos nuestros países haya habido un niño como yo viendo una y otra vez reír hasta las lágrimas a su padre.

Gracias por las sonrisas y las alegrías de tantos años, pequeño Shakespeare.