Gobernar entre la ética y la moral

CARLOS E. CAÑAR SARRIA

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En la medida en que pierde popularidad el presidente Duque, se presentan situaciones que inquietan la opinión pública y las redes sociales. Resulta disonante el discurso promesero del candidato y hoy presidente, de combatir con firmeza la corrupción, el flagelo más preocupante del país.

Dos nombramientos han causado malestar generalizado en el contexto nacional. El del destituido ex procurador Alejandro Ordóñez y el del actual ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, quienes cargan duros cuestionamientos por sonados casos de corrupción. El primero ya presentó credenciales como embajador en la OEA y el segundo continúa en el cargo bien campante tras la fallida moción de censura en el Congreso, con el contundente respaldo del Presidente y del Consejo Gremial.

El discurso anti corrupción del primer mandatario, por lo visto, no es otra cosa que un sofisma y el país – si Duque no cambia de actitud-tendrá que prepararse para cosas peores. Este gobierno apenas comienza. Si el gobierno actual, quiere en verdad combatir la corrupción como lo ha venido pregonando, debe rodearse de buenos paradigmas, es decir, de personas sin tacha moral; que posean una serie de valores intelectuales, éticos y morales; de vasta sensibilidad social y actúen en la defensa del sagrado interés público. Asunto que ninguno de los dos citados personajes puede mostrar.

Cuando en un país como el nuestro, personajes que deben dar muestras de buen ejemplo y no las dan, la sociedad tiende a desmoronarse, precisamente porque no hay buenos arquetipos a quienes seguir e imitar. La gente tiende a trastocar los valores y termina aceptando los antivalores como valores positivos y así sigue acostumbrada. 

De otro lado, uno de los peores errores con que puede contar una sociedad, es confundir lo legal con lo ético y moralmente bueno. ¿La razón? Muchas decisiones y acciones pueden ser legales pero lejos están de ser éticas y morales, si entendemos esto en el sentido positivo. De sobra existen casos, por ejemplo, de reformas legislativas que defienden claros u oscuros intereses pero van en contravía del bien público, lo cual no es ético ni moralmente bueno.

Aquí vale la pena diferenciar la ética de la moral, en contraposición a lo que un colega columnista hace pocos días anotaba que la ética es social y la moral es personal, cuando la verdad, es todo lo contrario.

En otras palabras, la ética es privada y la moral es pública. Dos categorías que están relacionadas pero no significan lo mismo. Cuando hay o no degradación del individuo ello va a la ética; cuando hay o no degradación de la sociedad, esto va a la moral. No hay que olvidar que todo lo que hacemos como individuos de alguna o de múltiples maneras repercute positiva o negativamente en la sociedad. 

Colombia requiere con urgencia unos buenos paradigmas, que actúen sobre la base de buenos principios y convicciones en defensa de la moral pública. Por algo Montesquieu en “El espíritu de las leyes” señala que “La corrupción de cada régimen político comienza casi siempre por la de los principios”. 

Si el presidente Duque en realidad pretende un buen gobierno, éste no podrá realizarse sin emprender una cruzada contra la corrupción. De ello dependerá en buena parte su popularidad, es decir, su legitimidad. 

 La moralización del país debe comenzar por los principios que observen quienes tienen las riendas del poder y ocupen los cargos de representatividad social, de lo contrario, estamos perdidos. 

Uno de los requisitos para la mayoría de edad, según el filósofo Kant, es ser consecuentes; es decir predicar y aplicar, lección que debe aprender el presidente Duque. La moralización de las costumbres debe comenzar por el comportamiento ético de sus dirigentes. Reiteramos que la ética no debe ser asunto de circunstancias y de conveniencias sino de principios y convicciones. 

Colombia requiere un nuevo contrato social, donde prime el interés público; donde como dice Rousseau, autor de “ El social” se destaque la voluntad general, que resulta de la suma de voluntades particulares con miras al bien común; la cual, entre otras cosas, está caracterizada por ser siempre recta, pura, inajenable, indivisible, única, centrada a la defensa del bien colectivo. Recalca Rousseau, partidario de una democracia participativa, cuya soberanía la atribuye al pueblo, que el poder puede transmitirse pero la voluntad no. En otras palabras, el poder puede cambiar de manos, pero la voluntad general siempre será la misma.

Las prácticas de desempeñar un cargo en beneficio propio y de unos pocos, como sucedió con el ex procurador Ordoñez, que mediante prácticas clientelistas y corruptas nombrando en la Procuraduría a familiares de quienes respaldaron su reelección, por ello fue destituido por el Consejo de Estado; o lucrarse de manera personal en detrimento del bien público como sucedió con Carrasquilla, deben desterrarse de este país.