Con este título y la atrapante transcripción literaria de la dicharachera parla de las matronas costeñas allegadas a la familia del escritor y de los protagonistas del relato.
Por: Felipe Solarte Nates
Navegando entre la crónica testimonial y la novela, conocemos la historia de Valledupar, desde que fue una especie de Macondo donde todas las familias se conocían y se casaban entre ellas; hasta que el remolino de la violencia guerrillera y paramilitar acogotó la alegría que rezumaba bajo los palos de mango de los patios de las casonas, donde en tiempos de las bonanzas algodonera, ganadera y del contrabando -y la creación del departamento del Cesar, cuando Alfonso López Michelsen fue nombrado por Carlos Lleras Restrepo, como primer gobernador-, durante días se prolongaban las parrandas irrigadas por chorros de whisky inspirando las interminables historias, cantadas a ritmo de caja, guacharaca y acordeón, por los clásicos juglares vallenatos.
“… Yo hablando de mi vida y ya imagino el atafago que debes tener porque te cuente con rapidez todo lo que sé. A mi edad la vida transcurre como una película en cámara lenta, por lo que habrás de tenerme mucha paciencia. No te preocupes. Centenaria y todo tengo las pilas cargadas para otro round. Muchas más que Ricardo Palmera o que Rodrigo Tovar, ese par de personajes detrás de cuyas historias andas de tiempo atrás. De ambos tengo mucho que contarte. En realidad, me sé sus vidas de pe a pa porque con los dos estoy emparentada, al igual que con medio mundo en esta ciudad. Acá, a las mujeres pocas veces nos tienen en cuenta. Mas, créeme, nadie como yo puede arrastrarte por los vericuetos de nuestra historia. Si es que soy tan vieja que, como dicen por ahí, tengo arrugas hasta en la voz. Ya sé que aquí somos muchos a quienes nos cabe un siglo en la cabeza. Recuerda que esta es la tierra de Úrsula Iguarán (y si me entiendes el chiste, digamos también que es la de Thomas Parr, cuya leyenda afirma que alcanzó 152 años de vida). Eso sí, en su mayoría mis contemporáneos ya están desmentados, y entre los que siguen lucidos a ninguno le interesan las noticias o el acontecer diario…”
A lo largo de 368 páginas del libro publicado por Alfaguara, entendemos las raíces de la tragedia nacional que con sabor vallenato es la misma historia de otras regiones del país, narrada por el autor, Alonso Sánchez Baute, partir de la vida de Jorge Tovar Pupo, más conocido como el cabecilla paramilitar, Jorge 40, hijo, del estricto con sus hijos, capitán retirado del ejército, Rodrigo Tobar Córdoba, de Popayán; y Ricardo Palmera Pineda, o Simón Trinidad, tal como se rebautizó cuando acosado por el asesinato de sus compañeros de la UP se integró a las FARC, ambos extraditados a los Estados Unidos.
El libro atrapa no sólo por la calidad del escritor que sorprendió desde que en 2002 ganó el Premio Nacional de Novela con su opera prima “Al diablo la maldita primavera”. También por su cercanía familiar con los protagonistas de la historia, a quienes vio caminar y hacer sus travesías juveniles por las mismas calles y con el propósito de armar el rompecabezas desempolva recuerdos de su niñez, cuando los conoció en el vecindario y acude a testimonios de amigos y familiares de los dos vecinos que en su niñez y juventud convivieron en la misma cuadra.
A lo largo del relato comprendemos la génesis de la tragedia de estos dos hombres y del pueblo que los sufrió, partiendo de historias del rincón paradisíaco y musical, que por azares de la lucha política transmutada en armada, se convirtió, de emporio del algodón y ganadería, a sitio de disputa, entre los grupos guerrilleros que financiados por el secuestro y la extorsión se asentaron en la región, y los grupos de autodefensas, que instigados a conformarse por el mismo ejército, se convirtieron en las AUC, arrastradas por la avalancha de barbarie que sin misericordia ensangrentó la comarca, cuando Salvatore Mancuso lideró la organización y apertura de diferentes frentes en la costa atlántica, uno de ellos asignado al “Papa Tovar”, tal como lo conocían sus amigos del barrio antes de rebautizarse como Jorge Cuarenta.
“… Llego el momento cuando Dios se fue de Valledupar. Al menos es lo que se desprende del siguiente relato de Josefina Palmera (tía de Simón Trinidad):
Guerrilleros y paracos comenzaron a secuestrar y matar a topa tolondra, hasta que lograron empavorecer a todo el mundo. El pueblo estaba empecatado. Todos enmudecimos y comenzamos a sentir terronera. Horror. Pavor. Pánico… Nos paniqueamos, como dicen ustedes los jóvenes, consecuencia de la desconfianza, de la sospecha que invadió a la ciudad de lado a lado. Tan amigos que fuimos desde tiempos de La Loperena y de un momento a otro, por más de veinte años, ni Fulano, ni Zutano, ni Mengano, ni Perano, ni mucho menos Perengano, volvió a confiar en cualquiera; nos volvimos recelosos. Cualquiera podía ser un empautado, ese adjetivo del que me apropié en algún viaje a Centroamérica cuando descubrí que se refiere a las personas que hacen pacto con el diablo, y que ahora traigo a colación con el recuerdo de que hubo tiempos cuando cualquiera podía ser infiltrado de alguno de los dos bandos. Se hablaba sin hablar, entreoías, a medias frases. Y si durante el gobierno de la guerrilla fueron las familias pudientes las que se enclaustraron en sus viviendas, durante el imperio paramilitar sucedió igual cosa en los barrios populares. Ahora toda la ciudad estaba intimidada, apavorada, y en cualquier paraje se oían historias de muerte, de asesinatos, de masacres, de secuestros, de extorsión, de abigeatos. Supongo que tanta violencia no es más que némesis divina que ganamos con el sudor de nuestras frentes luego de tanto odio y envidia en nuestros corazones…”