Columna de Opinión
Por: Roberto Rodriguez Fernandez – [email protected]
En la pasada campaña política hubo un grupo que nunca aclaró sus programas o propuestas. Se trató de políticos que decidieron no discutir ante la opinión pública, con lo cual no desarrollaron sus objetivos de gobernabilidad y legitimidad. Por supuesto, nunca habrían podido convocar un acuerdo nacional ni integrar al país.
Al no existir debates públicos no fue posible saber cómo habrían podido gobernar ni cómo reaccionarían ante las crisis y las catástrofes. No fue posible concretar el desarrollo, el crecimiento o el progreso. Lo que no se pudo confrontar no permitió ni permitiría en el futuro llegar a los necesarios consensos.
Estas faltas de capacidades para reaccionar o para soportar presiones y críticas, fortalecen las incertidumbres y temores frente a los desafíos reales, las verdades investigadas y el pensamiento opositor. Quien pretendía dirigirnos prefirió abandonarnos con el argumento de que lo iban a matar.
Lo que se demostró por parte de una de las campañas es la total falta de credibilidad y de argumentos para solucionar problemas y satisfacer necesidades, razones que deben constituir el fundamento de todo liderazgo, y que -por supuesto- no nos convenían. Sin embargo, su lenguaje campechano movió emotivamente muchos votos, que -además- fueron manipulados por la derecha política.
Nunca se tuvo empatía frente a muchas personas y comunidades a quienes legalmente había que informar y proteger, y con quienes se debía trabajar.
Entendiendo que su pretensión tácita era la de “mantener el orden social tradicional”, ella implicará siempre perpetuar las jerarquías en las que sobreviven las injusticias y las condiciones de vida arbitrariamente diferenciadas. Se muestran como “naturales” las economías de mercado (con oportunidades solo para quienes sean propietarios), las codicias (que en las redes se dice combatir), las acumulaciones tradicionales de riquezas (legales e ilegales, y basadas en negocios excluyentes), los tratamientos de caridad para los mas pobres (que muchas veces son solo promesas).
Basar todo en “las luchas contra los clientelistas y los corruptos” (suponiendo que sean verdades), en el caso del aspirante perdedor implicaba abordar las consecuencias de las malas prácticas políticas, pero dejando las causas intactas. Es decir, luchas contra los clientelismos y corrupciones, pero en abstracto, probablemente pensando en apresar a algún par de políticos sin tocar las estructuras que provienen de un régimen políticamente autoritario y excluyente.
El clientelismo no ha sido solo nombrar o contratar a los amigos, sino también aprovechar privadamente todo lo que es público. Así por ejemplo hay clientelas que viven del tráfico de influencias, de la consecución de favores, de la manipulación de informaciones privilegiadas, de la difusión de mentiras sobre contradictores y competidores, de las persecuciones a los opositores.
La corrupción tampoco es solo “acabar con la robadera de los recursos públicos”, sino también la utilización y apropiación de lo público, como los bienes, y los tiempos de los funcionarios o de los esfuerzos oficiales.
Limpiar la actividad política es imposible en un sistema socio-económico basado solo en el ánimo de lucro. El problema es ese sistema.
El incorruptible no solo habla, pero no se combaten los males con mensajes de texto, y ni siquiera con discursitos que no se debaten. Ello es insuficiente y es excluyente.
Todo esto no habla precisamente de “una democracia de 200 años”, sino de mas militarismo con otra cara. Afortunadamente ganó otra postura.