Columna de opinión
Por: Álvaro Jesús Urbano Rojas
La polarización fue derrotada con matices y variantes que rompieron el esquema impuesto, se respiran aires que se separan del pesimismo antropológico, al que acuden fuerzas extremas para encontrar sinergias enfocadas a construir brechas en lugar de puentes de unidad y reconciliación. Ganó el cambio y se arraigaron liderazgos que lograron canalizar el descontento.
En la primera vuelta, fueron derrotados los partidos políticos y las maquinarias electorales, permeadas por mafias enquistadas en el poder, quedando en entre dicho el triunfo de fuerzas que miran al Estado como una estructura de dominio que hay que exterminar. El pueblo derrotó la polarización entre extrema derecha e izquierda, que se justifican y legitiman entre sí, con argumentos pobres y despectivos, pues acuden recíprocamente al odio, al resentimiento, con descalificaciones y campañas de desprestigio mutuo, cuya confrontación se apoya en conservar las castas dominantes so pretexto de mantener una lánguida democracia, imperfecta, injusta y corrupta y por otro lado unas fuerzas beligerantes que pretenden debilitar la institucionalidad y miran al Estado como su enemigo natural, a las fuerzas pública, como agentes opresores violadores de derechos humanos y a los empresarios como fuente de financiamiento de las políticas públicas mediante la confiscación y expropiación de los factores de producción.
Hoy surge una nueva fuerza electoral como reacción natural y espontáneas que no encuentra en la polarización respuestas efectivas para solucionar las diferencias en la actual coyuntura social, para afrontar la crisis generalizada que tiene al país al borde del abismo. Liderado por un Rodolfo Hernández, su populismo, desbancó al candidato del establecimiento y la derecha —Federico «Fico» Gutiérrez— y llega a segunda vuelta con la posibilidad de amenazar la ventaja de Gustavo Petro. Su bandera, la anticorrupción. Es independiente, polémico, antisistema. Se expresa de manera coloquial y con frecuencia con groserías. Es informal y busca mostrarse auténtico haciendo acopio a la fama que tienen los santandereanos, dice las cosas de frente y sin tapujos, con un tono fuerte y contundente y a veces se torna hasta agresivo. Durante la campaña ha acusado a sus detractores de «sinvergüenzas», «atracadores», «ladrones», y hasta de drogadictos.
Las derrotadas coaliciones Equipo por Colombia de Fico Gutiérrez y de La Esperanza en cabeza de Sergio Fajardo, respaldadas por sectores industriales, banqueros, terratenientes, agricultores y ganaderos, clase media, campesinos, trabajadores del sector turismo y del transporte, comerciantes, empresarios, grupos de centro, emprendedores y comerciantes independientes, hasta desertores de la izquierda radical, ahora conversos burócratas del Estado; han dado su apoyo a Rodolfo Hernández, pues son sectores que difícilmente respaldaran al candidato del Pacto Histórico.
No hay claridad en quien será el que dirija los destinos de la patria en el próximo cuatrienio; más de doce millones de Colombianos están por fuera del Pacto Histórico y consideran que el nuevo gobierno no puede ser despótico, debe garantizar la paz social, moralizar la justicia y el ejercicio ético de la política, respetar la iniciativa privada y la libre empresa, sin permitir que los anarquistas y las mafias dominen el Estado, venciendo a los motivadores de emociones revolucionarias, dejando de lado a quienes a ultranza defiende al Estado intervencionista, excluyente y manipulador de la voluntad popular. El país ha rechazado con contundencia a las mafias que gobiernan malversando los recursos públicos. A hora, la nueva tendencia política, liderada por Rodolfo Hernández, debe enfrentar la propuesta que le apuesta a desmontar el modelo capitalista, con una plataforma socialista que obliga a reformar la constitución para colectivizar o democratizar la propiedad privada, invitando a vivir sabroso, aniquilando la libre empresa, donde todo es de todos y para todos.