DIEGO FERNANDO SÁNCHEZ VIVAS
El 9 de abril de 1948, frente al tradicional teatro Faenza de la capital de la república vio por última vez la luz de la vida Jorge Eliecer Gaitán, el político de más arraigo popular que haya existido en la historia contemporánea de Colombia.
Días antes de su trágica muerte, había conmovido a la nación entera con la denominada «Marcha del silencio», una multitudinaria manifestación pacífica que colmó todo el espacio de la calle real de Bogotá. Nos refieren las crónicas de la época, que la muchedumbre agitando pañuelos blancos entre expectante y fascinada en medio de un silencio aterrador escuchó a su ídolo declamar la conmovedora «Oración por la paz», en la plaza mayor de la capital.
De origen humilde, nacido en el popular barrio ‘Las Cruces’, de la gris y lluviosa Bogotá de principios del siglo pasado, se educó en medio de las dificultades propias de un hogar forjado a base de trabajo y sacrificio. Su padre docente, le inculcó desde la más temprana edad el gusto por la lectura, hecho este que le permitió consolidar una gran cultura y culminar su carrera de abogado salvando innumerables obstáculos y dificultades económicas. Su origen sencillo de cuna muy seguramente influyó en la sensibilidad social y la inquietud permanente por la defensa y la inquietud permanente por la defensa de los más necesitados que evidenció a lo largo de su vida. La voz nasal inconfundible unida al extraordinario carisma, las dotes inigualables de orador, los gestos y el magnetismo contundente que despertaba en las masas populares, todo esto hizo que Gaitán experimentara una vertiginosa y ascendente carrera política, que fue interrumpida violentamente por su victimario Juan Roa Sierra cuando el líder político se perfilaba como el futuro presidente de los colombianos por el partido Liberal. De indiscutible arraigo popular, son muy conocidas sus frases: «Yo no soy un hombre, soy un pueblo» y «El pueblo es superior a sus dirigentes».
Su asesinato permanece impune hasta hoy, ya que no se tiene certeza sobre la autoría intelectual, y existen dudas sobre la acción del sindicado de este magnicidio, Juan Roa Sierra quien fue linchado por la turba enardecida. El crimen de Gaitán generó una ola de violencia y saqueo en la capital que desembocó en una crisis institucional cuyos efectos trascendieron en el tiempo. El pueblo enfurecido y enardecido al ver caer a su líder, vocero guía, intérprete de sus necesidades más sentidas, canalizó su ira, impotencia y dolor acabando con todo lo que para ellos representaba los símbolos del poder hegemónico y excluyente que Gaitán censuró. La denuncia pública sobre los desafueros estatales hacia los más débiles y las desigualdades sociales fueron el común denominador de su vida pública. En 1929 denunció los horrores de la masacre de las bananeras. Como ministro de educación impulsó la enseñanza de las clases populares y como jefe de la cartera de trabajo benefició a los asalariados. Su campaña presidencial en 1947, se basó en la lucha por la justicia social y el énfasis en un liberalismo de avanzada.
Hoy por hoy, el recuerdo de Gaitán sigue vivo en la memoria colectiva de una Nación lacerada por el conflicto interno, que con la muerte de su líder popular vio truncada la oportunidad que un hijo del pueblo pudiera regir los destinos de una nación como Colombia. El 9 de abril de cada año, Gaitán y los miles de colombianos caídos por la violencia, representan la conciencia colectiva y la solidaridad con las víctimas cuyo legado corresponde preservar a las generaciones futuras para que nunca más la guerra sea el devenir cotidiano de un gran país.