FERNANDO SANTACRUZ CAICEDO
El “desarrollismo” se concibió como ideología e instrumento para superar el atraso y el subdesarrollo en Latinoamérica, bajo el supuesto de dinamizar su crecimiento económico e industrial mediante un enfoque “positivista, tecnocrático y cientifista” que interpretaba, arteramente, nuestro proceso histórico, sus contenidos, formas de resolución, criterios y vías de progreso.
El catálogo tecnocrático-desarrollista abarcaba, entre otras, las funciones regulatorias estatales, el rol administrativo-burocrático, la formación de “especialistas”, medidas gubernativas para subsanar las contradicciones sociales, integrar diversos grupos y estabilizar la sociedad. Tal visión reformista se plasmó en la teoría sociológica de las “nuevas capas medias”, en la “revolución democrática” de Haya de la Torre y Rómulo Betancourt, y en las propuestas latifundistas, mercantilistas y militaristas enderezadas a preservar el statu quo.
Para explicar la marginalidad latinoamericana, su retraso social y el estancamiento económico, político y cultural, R. Prebish y otros economistas elaboraron la teoría “centro-periferia”, caracterizada por un poder predominante altamente desarrollado -EE.UU.- y unos satélites atrasados y dependientes, reduciendo la cuestión a factores económicos, a precios coyunturales de materias primas en el mercado global y, como remedio mágico, plantearon la industrialización, ignorando las raíces de la dependencia sociopolítica colonial y neocolonial, el amancebamiento oligárquico-imperialista y la opresión nacional.
El repertorio de la CEPAL -Comisión Económica para América Latina- destacó la división mundial metrópoli-periferia; los términos de intercambio desigual; la planificación del desarrollo; la industrialización; el papel regulatorio del gobierno; el proteccionismo del mercado interno; la integración latinoamericana, etc. El dispositivo político para implementarlo fue “La Alianza para el Progreso”, liderada por presidente norteamericano J. Kennedy, intento fallido definitivamente en el primer decenio de su ejecución con el fracaso del “milagro brasileño” y el “programa chileno”, basados en la teoría económica de M. Friedman. Además, la ideología desarrollista confeccionó los lineamientos teóricos de los “regímenes autoritarios” que aflorarían al poco tiempo en Centro y Suramérica.
En la década de los 80 se instaló la “nueva ola tecnócrata” que observaba a América Latina desde el prisma de la “sociedad informática” -computadores, laser, biotecnología, etc.-, a fin de sobrepasar su atraso mediante la “vía tecnológica”, quimera inaplicable para remontar los complejos problemas socioeconómicos del subdesarrollo por cuanto las recetas tecnocráticas conllevaban inevitablemente al dominio y dependencia del capitalismo transnacional.
En los años 90 se reactivó la polémica internacional en torno al “desarrollo y las formas para alcanzarlo”. La perspectiva tecnócrata se focalizó en el crecimiento económico, desconociendo los asuntos sociales -equidad, justicia, distribución del ingreso. La óptica humanista subrayó la imperiosidad de profundas transformaciones para superar la brecha entre riqueza y miseria, acceder efectivamente a los derechos a la educación, salud, seguridad social y desarrollo individual. El análisis crítico de los conceptos desarrollistas se expresó en las obras de Antonio García, Celso Furtado, Theotonio Dos Santos, M. Wolfe, Fernando H. Cardozo, Ruy Mauro Marini, Helio Jaguaribe, etc.
La Filosofía de la Liberación censuró el “desarrollismo” como sinónimo de explotación y fachada ideológica del neocolonialismo norteamericano, rechazó las variantes precedentes sobre el progreso, las surgidas en los años 80 y 90, las “posindustriales” y “cientifistas”, probó las deficiencias de los postulados “tecnocráticos” para resolver radicalmente la problemática sociopolítica latinoamericana, enfatizó en la LIBERACIÓN DE LA DEPENDENCIA NEOCOLONIAL Y DE LA OPRESIÓN SOCIAL como suprema solución a los problemas regionales y criticó la Teoría de la Dependencia, asimilando algunos elementos de la doctrina socioeconómica y política del marxismo. En acertada síntesis, el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez concluyó que “los pueblos latinoamericanos no saldrán de su situación sino mediante una transformación profunda, una revolución social, que cambie radical y cualitativamente las condiciones en que viven actualmente”.