Por Donaldo Mendoza
Quienes tienen los libros entre sus hábitos, creyeron hallar (yo incluido) el antídoto contra el forzoso confinamiento en el ejercicio de la lectura. Dos meses, incluso, era poco para quien guarda tantas lecturas diferidas; pero no se contaba con que ese ilusorio lapso se iba a convertir en un tiempo ilimitado. La indisciplina ciudadana y especialmente el trabajo masivo del día a día callejero han fungido de caldo de cultivo para la expansión del contagio.
Y fue en la calle donde escuché la frase para este artículo: “Ahora estoy releyendo”. En efecto, no es ya un antídoto sino un plan de resistencia para encarar ese tiempo indefinido. Ahora el deber del lector es mantener despierta su disposición para responder a quienes buscan en este refugio (lectura) su salvación, y preguntan: ¿Qué libro me recomiendas? En lo que a mí concierne, la respuesta es: Vida de Jesús (1863), de Ernest Renan (Francia, 1823-1892). No pretende ser una biografía, porque se quedaría en pocas palabras*, sino un diálogo libre con los cuatro Evangelios. Con la libertad de hacer una poda al mito y la leyenda para ofrecernos un Jesucristo humano, sin despojo de lo sublime. Y lo dice en una frase que condensa su intención: “Su gloria no consiste en ser relegado fuera de la historia; se le rinde un culto más auténtico demostrando que la historia entera resulta incomprensible sin él”.
Esta obra tiene en su haber una virtud de la que casi todos los libros carecen: es censurada no por instituciones religiosas o civiles, sino por personas a veces muy piadosas, que dicen: “Renán es un racionalista”. Que no es la censura del argumento sino del prejuicio, porque calificándolo así se privan de leerlo. Mi impresión, después de dos lecturas de descubrimientos es que, quien lee esta obra, sale fortalecido en la fe. Que ya es un hecho milagroso. En razón de que el autor advierte que no cree en milagros, y lo expresa con la simpleza del sentido común, y como es común escuchar: “No creemos en los milagros, como no creemos en aparecidos, el diablo, la brujería, la astrología…”
Pero no descarta Renan que Jesús hubiese obrado eventos de esa naturaleza, en virtud de un poder mental digamos que excepcional, puesto en estos términos: “En un sentido general, Jesús fue solo un taumaturgo y exorcista a pesar suyo, sometido a los milagros que exigía la opinión…” Y agrega: “Los milagros son de esas cosas que no ocurren nunca; solo las gentes crédulas cree verlos”. Y puesto en un contexto, precisa que los milagros tienen ocurrencia en épocas y lugares donde se cree en ellos, ante personas dispuestas a creer en ellos.
En suma, Renan busca demostrar que el genuino sentido de la logia cristiana no está en esos eventos que llamamos sobrenaturales, sino en una obra de mucho mayor alcance. Jesucristo fue un reformador a fondo de los usos y credos de un judaísmo ortodoxo y milenario. Jesucristo funda una moral para todos los tiempos, con valores eternamente vigentes. Enemigo mortal de la hipocresía y el egoísmo. Mucho le debe el pensamiento libre, base de la civilización, a la memorable sentencia: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Para establecer con ello la separación entre lo espiritual y lo temporal. ¡Y qué excelente ejemplo de discernimiento!
Vida de Jesús es una guía para la lectura evangélica. En efecto, Ernest Renan caracteriza cada uno de los Evangelios. Al más antiguo y original, el de Marcos, lo distingue como “el texto más autorizado”, mucho más firme y preciso, y “menos cargado de circunstancias tardíamente insertadas”. En cuanto a su escritura, pasa como el más modesto de estilo, a veces rústico. El segundo en orden de aparición, según nuestro autor, es el de Mateo. A este Evangelio Renan le atribuye particular confianza a los discursos, en donde las enseñanzas de Jesús conllevan uno de sus rasgos más característicos, la elocuencia. En cuanto al tercero, Lucas, deja ver alguna languidez en el registro histórico, “más pensadas y elaboradas las frases”, además de excesos y arreglos en algunas sentencias. Al cuarto Evangelio, el de Juan, Renán le dedica un capítulo aparte. Es el más tardío y la intención de su autor es fundar la teología cristiana, con “una idea más exaltada del papel divino de Jesús”.
Vida de Jesús tiene la virtud de las obras que atrapan al lector por la armonía de forma y contenido. El texto llega en un estilo ágil, diáfano, con una cercanía que parece familiar y, permítanme decirlo, una lozanía literaria. Y sobre el trabajo de composición, Ernest Renan nos dice: “A la lectura de los textos he podido añadir una gran fuente de inspiración, el conocimiento de los lugares donde han ocurrido los acontecimientos”. La editorial Biblioteca Edaf ha publicado esta obra (479 pp.) en distintas ediciones, con carátulas diferentes.
A manera de información
(*) En los tres años de vida pública, Jesucristo realizó su iluminado magisterio en su tierra natal, la cuasi rural provincia de Galilea; su tiempo en Jerusalén parece que fue de pocos meses, los últimos. Ahí la razón de que dos historiadores profanos de la época (Flavio Josefo, 37 d. C. – 100 d.C. y Tácito, 56 d. C. – 120 d.C.) le dedicaran apenas unas escasas líneas. Con lo poco que ellos aportan, la biografía, con cosas probadas, de Jesucristo se escribiría así (Renan): “Ha existido. Era de Nazaret, en Galilea. Fue un predicador sugestivo y dejó en la memoria de sus discípulos máximas que quedaron grabadas profundamente. Sus dos principales discípulos fueron Cefas y Juan, hijos de Zebedeo. Excitó el odio de los judíos ortodoxos, que llegaron a hacerlo condenar a muerte por Poncio Pilato, entonces procurador de Judea. Fue crucificado en las afueras de la ciudad. Se creyó poco después que había resucitado.”